¡A la peña! A ver desde arriba la ciudad, alargada y chiquita y el cielo azul. Llevo demasiado tiempo tan dentro de mí que necesitaba comprender que mi medida es una nada.
Los aviones trazaban allá arriba rastros de viajes. El camino se empinaba despacio hacia el refugio, donde nos esperaban unas mantelás con longaniza cocida, sopas de ajo, tortilla de patata y morcilla de calabaza picante, un vino suficiente y unos mazapanes de Soto que habían sobrado de Navidad. La mesa y los bancos, unos palés al sol. Al buen sol de enero.
¿Cuánto tiempo andaba yo sin horizonte, cuánto tiempo?
8 comentarios:
El siempre estuvo ahí.
Estaba, sereno, esperándote.
Besos, querido Pedro.
Necesitabas hartura de horizonte y de amistad y de ricas viandas.
¡¡Felicidades!!, has encontrado tu horizonte.
Tu medida se vio compensada, siquiera temporalmente, por todo lo suculento que expones en el segundo párrafo.
Que bien encontrar siempre un refugio.
besos
Con pan y vino se anda el camino.
Recuerdo ese lugar en un día de invierno, cuando tú y tus amigos nos lo quisisteis regalar, cuando fue tu primera presentación de "piel" Es un paisaje que no olvido,ni tampoco vuestra generosidad.
Besos
No se puede andar sin referencia de horizontes... es una forma de acotar nuestro caminar en etapas de vida que nos parezcan razonables y alcanzables...
Abrazo
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