sábado, 31 de mayo de 2008

Noticias del Quijote y algunas cosas más.

El proyecto de una lectura colectiva y virtual de El Quijote sigue adelante con éxito. No son sólo vuestros comentarios en las entradas de los jueves. A esta parte, la más pública, se puede añadir el aumento considerable de número de visitantes en el blog los jueves y viernes y los que entran en La Acequia primero a través de esta serie titulada Para una lectura de El Quijote. También he de añadir que recibo correos electrónicos con preguntas que, por la razón que sea, no quieren hacerse en público y a los que respondo de la mejor manera posible. Y, cómo no, el hecho de que algunos de vosotros os hayáis decidido a acompañarme en la aventura en vuestros propios blogs. Javier García Riobó sigue publicando, ahora los viernes, su comentario en imágenes de los capítulos, Euphorbia ha vuelto a darnos una entrada muy sabrosa sobre la gastronomía del libro en De truchuelas y abadejos y DianNa ha preferido adelantarse unos capítulos e informarnos sobre Los molinos del Quijote. Repito que, si alguno de vosotros ha publicado algo que se me haya escapado, os agradecería que me informarais para dar cuenta aquí de ello.
A los que se hayan incorporado recientemente, les informo de que la lectura se hará de tal forma que nadie pueda dar como excusa que no tiene tiempo. La lectura semanal de un capítulo no ocupa más allá de media hora. Además, el hecho de que aquí queden las entradas correspondientes hace que, quien se descuelgue por la razón que sea, pueda volver a ponerse al día. Aquellos que desesperéis por llegar al final, podéis adelantaros y enviarme vuestras opiniones.
Quiero recordaros que tenéis varias magníficas ediciones de los textos cervantinos en la excepcional Biblioteca Cervantes Virtual, que se acompañan de materiales de todo tipo inestimables para los que queráis saber más.
Me planteo estas entradas con varios objetivos. En primer lugar, ayudar a quien siempre ha querido leer esta novela pero no se ha atrevido o la ha abandonado, a realizarlo ahora, pausadamente y con guía. Por otra parte, intentaré que mis entradas sean un intermedio entre la vocación de divulgación o animación a la lectura y un debate de las cualidades del libro que puedan servir a los que quieren dar un paso más para comprender las técnicas narrativas y los enfoques ideológicos de Cervantes. Sé que muchos de vosotros, en especial los jóvenes, odiáis el libro porque os obligaron a leerlo y porque nadie os hizo ver sus cualidades, con lo que pensáis que más que un libro clásico es un libro difunto. Además, hay siempre una cierta contestación contra el canon establecido. Esta actitud de rebeldía es buena, es sana y es necesaria porque os ayudará a comprende mejor El Quijote, libro que, en gran medida, es precisamente todo eso que os lleva a la rebeldía.
Por otra parte, no escondo que, como sé que por el mundo de los blogs hay muchos que escriben relatos o quieren hacerlo, deseo llevar una parte de mis entradas como si fuera un taller de escritura y no descarto, dentro de unas semanas, organizar una especie de concurso al respecto, con premio y todo. Espero que os sirva porque, sin duda alguna, estudiando cómo lo hicieron los grandes sabremos cómo resolver nuestras dificultades a la hora de construir un relato.
Por lo demás, aquí sigo, dispuesto a escucharos y a aprender El Quijote con vosotros.
Vale.
Ésta es mi primera entrada con la herramienta de publicación programada de blogger porque mañana (hoy sábado para vosotros) estoy descansando. Por esa razón este día no podré tampoco comentar en vuestros blogs: recuperaré el domingo, día en el que también daré paso a la publicación de los comentarios que me hayáis enviado. Ya veremos si resulta.

viernes, 30 de mayo de 2008

Abismos

Hay personas que no saben o no pueden vivir sin abismarse en su propio dolor. La contemplación de sus males es la única razón de sus días: todo me pasa a mí, pero ese todo es siempre todo lo malo y nunca nada bueno. A veces, es producto de un ambiente familiar en el que se aprende el sufrimiento casi como la única forma aceptable de relación: cuánto daño pueden hacer las familias en las que se respiran climas insanos que nos envenenan de por vida, sobre todo porque no estamos preparados para que, aquello que amamos, nos haga tanto daño. En otras ocasiones, son las circunstancias que nos vamos encontrando en la vida las que nos desarbolan hasta derrotarnos: la sabiduría popular sabía expresarlo con el refrán que afirmaba que las desgracias nunca vienen solas, porque parece que hay una tendencia en el ser humano en cebarse en el que sufre, que no puede compensarse con las acciones de los que sí ayudan dado que nuestra forma de vida da escasas oportunidades al que no puede seguir el ritmo acelerado de las cosas. En algunas ocasiones, son trastornos hormonales que la ciencia moderna sabe solucionar con fármacos que compensan los desequilibrios de nuestro organismo. Además, las circunstancias individuales nos hacen a todos diferentes ante el abismo.
La psicología conductista intenta hacer ver que no es así, que no son tan importantes las cosas que nos pasan como la forma que tenemos de sentirlas y pone en práctica una serie de estrategias que ayuden a cambiar nuestra forma de actuar para modificar nuestra conducta en aquello que nos hace daño. Suele ocurrir que, al andar por la vida con tristreza o depresión -no son términos equivalentes- nunca apreciamos las cosas buenas que nos encontramos por el camino y parecemos imanes de las desgracias porque sólo tenemos sensibilidad para ellas.
No hay que tomárselo a broma ni a título de inventario. Aquellos que nunca han pasado por un estado depresivo no son conscientes del poder destructivo que tiene la mente humana, de la fuerza con la que nos arrastra hacia un pozo de oscuridad y desesperación, la angustia que no deja dormir y que hace que no descansemos, que obliga a pensamientos circulares y reiterativos, a espirales de sufrimiento sin una verdadera causa. Estar junto a una persona que sufre de este tipo de enfermedades es muy duro porque nos parecen incomprensibles y, en muchos casos, voluntarias. Qué errados estamos al pensar así.
Hay algo en nuestra mente que, cuando se descompensa, nos agarra con mano firme y nos arrastra hacia abismos en los que, el simple gesto de abrir una ventana y que entre la luz del sol y el aire se renueve para orearnos por dentro, es imposible.
Por eso, cuando un amigo cae en ese vértigo interno, sé que hay que estar junto a él, no agobiarlo, tener paciencia y comprensión y recursos para no dejarnos arrastrar y esperar, con mucha calma, a que adquiera la suficiente conciencia para aceptarse y pase el tiempo hasta que él mismo extienda la mano hacia la ventana.
Dedicado, con todo el cariño, a las personas que saben de lo que hablo.

jueves, 29 de mayo de 2008

Don Quijote, armado caballero (Cap. 1.3).

Todo este divertido capítulo se construye como parodia de la ceremonia en la que los caballeros andantes eran armados caballeros: en vez de castillo, venta; en vez de castellano heroico y noble, ventero pícaro y socarrón; en vez de damas de alta alcurnia, prostitutas. Incluso la noche de vela de armas en una capilla queda reducida a unas horas en un patio, junto a un pozo. El libro ritual no es más que uno que sirve para asentar la cantidad de paja y cebada de los arrieros que pasan por la venta.
Nada es, pues, lo que se requería. Y he aquí una de las circunstancias esenciales de la novela: Don Quijote no es ni será caballero andante, pero, gracias a su locura y ánimo, conseguirá ser tratado como tal, aunque sea para reírse de él. El protagonista, pues, necesita la ficción para creerse caballero y poder salir al mundo. Y llega a ser tal la fuerza de la narración que el lector, pasando las páginas, se olvidará de esta carencia del protagonista.
Hay varias cuestiones reseñables en el capítulo. Sin duda alguna, la primera es su evidente comicidad. Asistimos a los primeros golpes -que aquí el viejo don Quijote da a dos fornidos arrieros-, y la primera trifulca de grupo provocada por la acción del hidalgo. Estas peleas y golpes de la novela se han tenido siempre como la fuente inicial de la risa en el lector.
Sin embargo, hay algo de más calidad que la provoca: los desniveles literarios. Consigue Cervantes, como tantas veces en este libro, mezclar modalidades narrativas subordinándolas primorosamente a la línea central y a la ficción realista de la historia de don Quijote. Entendamos que el lector medio del Quijote en el momento de su aparición también consumía estas otras modalidades y cazaba al vuelo las referencias. En mitad de la Mancha enfrenta un personaje que imita a los héroes de las novelas de caballerías con otro que procede directamente de la picaresca -el ventero no hubiera desentonado en Rinconete y Cortadillo, por ejemplo-. Y a su alrededor todo un mundo muy apropiado a un lugar de paso de estas características: dos prostitutas -la Tolosa y la Molinera-, hijas, respectivamente de un remendón y un honrado molinero (los dos oficios son de estirpe literaria, con innumerables ejemplos en el folclore, cuya sola mención remite a gente de poco fiar y con escasa fortuna en sus matrimonios), arrieros (otro tipo literario y folclórico que volveremos a encontrar, acostumbrados al trato con los animales más que con las personas, con los que se debe guardar todo tipo de precauciones), etc. Esa venta no es un lugar recomendable, sin duda.
Pero don Quijote sale triunfante de ese lugar sobre todo porque el ventero no quiere problemas y decide acortar el trámite de la ceremonia. Para ello, no duda en entrar en el juego. Al principio, por diversión, luego por miedo a mayores altercados. Qué personaje este primer ventero que nos encontramos en el libro, caracterizado con gran cuidado en todas y cada una de sus palabras y acciones. A él se deben, como conocedor de las historias de caballeros -no nos debe extrañar: eran muy famosas y se divulgaban tanto en las novelas como en historias orales y romances tradicionales-, consejos para ajustar un tanto la locura libresca de don Quijote al mundo real: que no volviera a salir a la aventura sin dinero, camisas limpias, botiquín de emergencia y un escudero. Porque, en el fondo, a pesar de su socarronería y de que está dispuesto a pasar un buen rato a su costa, aquel viejo loco le despierta una cierta ternura -que nosotros, los lectores, compartimos-. Como se denota también en las palabras de la Tolosa, que intentan imitar las de estas ceremonias:
-Dios haga a vuestra merced muy venturoso caballero y le dé ventura en lides.
Y así sale don Quijote, de nuevo a los caminos de aquel verano, por las tierras de La Mancha. Lo veremos el próximo jueves, al comentar el Capítulo IV.

miércoles, 28 de mayo de 2008

El deseo acumulado.


A veces los deseos se engarzan como las cerezas y es imposible entresacar uno sin arrastrar otros. El deseo múltiple y desordenado nos lanza hacia una vorágine que puede hacernos mejores si sabemos gobernar la espiral a tiempo o llevarnos hacia el coleccionismo consumista; que puede perfeccionarnos por dentro o lanzarnos a una carrera cuyo fin ya ni siquiera es la satisfacción de nuestros deseos sino la mera propiedad de las cosas y las personas sólo porque las deseamos en algún instante (hasta el momento justo de poseerlas) del que puede que ya ni nos acordemos o porque las desean los otros y corremos ansiosos a ser sus primeros dueños: entonces las mostramos impúdicamente, con exhibición de nuestro poder, ordenadas en vitrinas y pedestales.
Además, casi siempre de forma equivocada, pensamos que, para alcanzar el más preciado, debemos acumular objetos que nos hagan obtenerlo, sin darnos cuenta de que todo es ficción gobernada por otros, juego de reflejos y espejismos que nos dejan exhaustos y en los que gastamos, de forma estéril, la vida.
Y, cuántas veces, sin que sea nuestra intención, prostituimos lo que nos parecía el objeto más puro de nuestros deseos sólo porque queremos presentarnos dignos de él atesorando antes el mundo entero y lo tasamos en mero valor económico cuando hubiera bastado con llegar, humildes y sin nada en las manos, y susurrar las palabras exactas en su oído.

martes, 27 de mayo de 2008

El deseo turbador


La retórica publicitaria consigue entrar en nuestras zonas más oscuras sin que apenas lo percibamos. Sus expertos han conseguido escanear nuestros recovecos y los usan para su propaganda. Y de pronto, doblamos una esquina y nos sentimos turbados porque saben dónde están nuestras debilidades. Ése es su éxito: la exhibición estética de cosas que no nos permitimos porque no pueden ser, porque nos dan miedo, porque las hemos sepultado. Los que diseñan las campañas saben de siglos de deseos y los usan hasta donde la corrección social se lo permite o las leyes lo toleran. Sólo rechazamos lo evidente, no lo insinuado.

En el reflejo nos vemos, como paseantes que llevan por dentro fantasías, realidades que ocultamos por convención social o moralidad, nuestra propia identidad amordazada. No hablo de los casos que persigue correctamente la ley -la aberración de usar a quien no puede ser libre-, sino de aquellos otros que, aunque sean permitidos por los reglamentos, no nos lo confesamos a nosotros mismos ni en la soledad más absoluta, que nos pesan hasta condenarnos a la infelicidad y la amargura, y que se nos escapan en sueños. Algunos frenos sociales son buenos y nos definen como civilizados pero otros son usados para controlarnos y nos atan. Nuestra sociedad está cambiando y es más libre, pero aun no lo suficiente. El individuo sigue cargando, casi siempre, con sus propios miedos a las miradas de los otros, a los que hace daño que se exprese lo que ellos acallan. Y así vamos todos, con la caja de nuestros deseos cerrada bajo siete llaves. De todo esto se nutren los espejos, que nos conocen.

lunes, 26 de mayo de 2008

El deseo satisfecho.


El deseo satisfecho es una falacia. La fugacidad del placer al obtener lo buscado nos instala, necesariamente, en la insatisfacción: deseamos más de aquello que nos produjo unos minutos de goce y ni siquiera nos permitimos disfrutar del logrado, tan vertiginosa es nuestra condición. El deseo no es una finalidad, sino un movimiento hacia algo. El deseo es el viaje, no la meta. La satisfacción, por lo tanto, anula el deseo. Por eso, somos seres insatisfechos con algunos, muy pocos, momentos placenteros. De ahí que muchas terapias, religiones y caminos de meditación consistan en anular los deseos hasta amputarlos porque saben de sus insuficiencias. En algunas corrientes morales al servicio de los poderosos se insiste en que sólo deseemos aquello que esté a nuestro alcance y respetemos lo que no podremos nunca obtener. Sin embargo, suelen olvidar que el deseo también es un camino que puede mejorarnos al necesitar de los otros para satisfacerlos. Qué complejos somos. O qué sencillos.
A pesar de lo contradictorio, la publicidad insiste en prometernos la obtención de nuestros deseos. Quizá porque su retórica se basa, precisamente, en ilusionarnos con mundos que no son posibles. Sin embargo, en ocasiones, la obtención de un deseo nos transporta, durante un momento impreciso, a sitios en los que nos gustaría instalarnos. Como si pudiéramos quedarnos allí, o nos dejaran instalarnos en una tierra que no nos pertenece.

domingo, 25 de mayo de 2008

Paisaje de tormenta desde el tren. Entrada número 500 en 15 movimientos y texto.




El paisaje se ordena en la mirada, pero la mirada es siempre interior. Por eso, meditar es la mejor forma de comprender el mundo para luego pulsarlo, compartir sus emociones y modificarlo. Incluso la acción pura no es más que pensamiento inconsciente.

Hay varios procedimientos para entender el arte y la cultura y crear y mostrar sus productos. La contemplación es sólo una de ellas. La muestra de lo que contemplamos otra. El uso de todo ello para encontrar emociones compartidas, la tercera: que inicia, de nuevo, el ciclo. Pero todo parte de mirar, tratar lo visto en nuestra mente y lanzarlo hacia fuera, de nuevo, revestido con unas u otras ropas, más o menos miserables, a la espera de que alguien lo haga suyo e interiorice. Porque sin una nueva mirada no sólo la nuestra es estéril sino que, sencillamente, no existe.

En estas 500 entradas he mirado el mundo de muchas maneras: un abanico tan amplio como mis estados de ánimo y mis intereses, como todo aquello con lo que me he tropezado en el camino. Y he lanzado en el blog 500 textos como el náufrago que lanzaba en tiempos remotos un mensaje en una botella, sin esperanza, en medio de la incertidumbre y la desesperación.

Sé que hay sol y aquí os lo he mostrado. Sé que hay fuerzas que regeneran lo mejor que tenemos como especie y aquí he dejado constancia. Sé que hay amistad y entrega y amor y deseos y potencias que nos ayudarán a seguir adelante a pesar de todas las dificultades y aquí las exhibí. Pero no sé por qué, cuando miro nuestra historia y biografía concreta, el mundo se me hace tormenta, como ésta de hoy. Y el paseante se convierte en viajero que asoma por la ventanilla del tren mientras atiende la conversación de los amigos que con él se han subido pero no puede dejar de mirar cómo las cosas pierden su consistencia y se disuelven, lo que ayuda a comprenderlas mientras no desaparezca, aunque sólo sea de perfil, la presencia humana: aun cuando no se la ve, está presente.

Un poco de calor en la conversación amistosa, para contemplar el mundo y descubrirlo entre todos, a partir de las experiencias y el rumor interno de cada uno. Mientras, afuera arrecia la tormenta, a la que tendremos que salir dentro de un instante, para que nos empape, lave o ahogue, la hagamos nuestra y avancemos bajo ella hacia un camino embarrado pero propio según lo pisamos.

500 entradas contando con vuestra presencia le hacen a uno más fuerte y tenaz. Os lo agradezco.

sábado, 24 de mayo de 2008

Meditación de sábado con disolución, en tres movimientos, de la mano del paseante



Mañana publicaré mi entrada número 500 de La Acequia. Y aun no sé muy bien qué es este blog, como no sé quién soy yo más allá del vago perfil, tan público, que a veces me da la impresión de representar a otra persona, cargar con ella como con un fardo.
He dicho aquí, en varias ocasiones, mi confianza en este medio de comunicación y creación cultural, incluso introduje su estudio en las aulas universitarias y seguiré promoviendo iniciativas de todo tipo porque pienso que ya es parte del mundo, salvo cataclismo electrónico, por lo que no soy sospechoso de desánimo. Como he afirmado en otras ocasiones, el blog ha ampliado mi mundo cuando se estaba cerrando, me ha ayudado a huir del empobrecimiento, a forzar mi ya cansada mente para refrescarla cada día, a escribir haciendo músculo de escritura, como debe hacerse. El blog me ha ayudado a pensar. Y a establecer una red social amplia con todos aquellos que pasáis por aquí.
Pero hoy es sábado y aun me encuentro en la entrada número 499. Un sábado en el que se me agudiza el dolor de cabeza que tengo desde hace unos días: un rumor de estatua que se me agarra a la nuca y a las sienes. No sufro de jaquecas habituales, como aquellos que deben refugiarse en la oscuridad y en el silencio, cuando no en la química. Pero, desde hace unos días, percibo cómo sube la intensidad del dolor lentamente. No me asalta de golpe: avisa cada paso, anuncia la conquista de un centímetro más de mi cuerpo hasta instalarse cómodo y triunfador de mi persona. Hoy es sábado, escribo la entrada 499 en plena derrota. Una más de las muchas de mi vida. Miro mi mano, una de ellas, quizá la izquierda, la que golpea las teclas a o s para escribir estos textos y que, bajo la mirada, pierde los contornos hasta hacerse imprecisa, como en una de mis disoluciones.
Ni siquiera sé cómo me encontraré mañana, el día en el que publicaré la entrada número 500. O no, de tan incierto que es todo en esta vida.

viernes, 23 de mayo de 2008

Las raíces de la utopía



Víctor Alonso y David Tordable estrenan su nuevo proyecto.
Ya di cuenta aquí de lo que me gustó Ammit, su anterior trabajo. Éste se ha hecho con más medios y promete mejorarlo. Conozco su capacidad y preparación, así que estáis todos llamados para acudir mañana sábado 24 de mayo a las 20:30 al Salón de Actos de Caja España en la Plaza de España de Valladolid. No saldréis defraudados y, además, constataréis lo que yo ya sé: por estas tierras aun quedan jóvenes con iniciativa y calidad, a pesar de que cada año emigran cientos de ellos a lugares en los que tienen más oportunidades. Más información en el blog notedetengas.

Euphorbia me tira de las orejas, y con razón: duelos y quebrantos del bloguero precipitado.

En mi segunda entrada de ayer, cometí una omisión imperdonable que sólo puedo explicar por la precipitación en su escritura: fue a última hora, estaba cansado y la hice directamente sobre la ventana de creación de entradas del blog.
Como podéis leer, hablaba de que a dos de mis blogueras y comentaristas asiduas y queridas les había llamado la atención la importancia de la comida en El Quijote, pero sólo daba cuenta de una y omitía, involuntariamente, a la segunda que había dedicado una entrada al asunto (por orden cronológico).
Se trata de la autora del interesantísimo blog Euphorbia splendens, quien dedica una cuidada entrada a un plato mencionado en el Primer capítulo: Duelos y quebrantos. Quien quiera saber de qué se trata, encuentra una información muy detallada.
Te pido perdón, querida amiga. No tengo disculpas.
Besos, Euphorbia. Espero que me puedas disculpar.

jueves, 22 de mayo de 2008

Noticias sobre nuestra lectura colectiva de El Quijote

A la participación de Javier García Riobó con su perspicaz e impactante forma de mirar en imágenes nuestra lectura de El Quijote, se han sumado nuevas iniciativas que deseo reseñar.
A dos de mis queridas blogueras, asiduas visitantes y comentaristas de La Acequia, les ha llamado la atención que en Don Quijote se insista tanto en la importancia de la comida. Como ya he dicho, este hecho tiene varios motivos. En primer lugar, es una forma de parodiar las novelas fantásticas, en cuyo mundo ideal los personajes ni comen ni beben (ni realizan otros actos que sí veremos en Cervantes). Recordemos que por eso mismo, en el escrutinio de la biblioteca de don Quijote, al hallar la novela Tirante el Blanco, exclama el cura: Dígoos verdad, señor compadre, que, por su estilo, es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen, y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con estas cosas de que todos los demás libros deste género carecen. En segundo lugar, la comida sirve para caracterizar la sociedad de la época: su realidad, el retrato de personajes y sus ritos sociales.

En el capítulo comentado hoy en la entrada anterior, podemos ver todo esto. Don Quijote llega desfallecido a la venta, por cansancio y hambre, y pide de comer y se le ofrece el plato más típico de los viernes de la España alejada de la mar, bacalao. La forma de comer, merece entrar en cualquier antología del humor gastronómico:
A dicha, acertó a ser viernes aquel día, y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que dalle a comer.
-Como haya muchas truchuelas -respondió don Quijote-, podrán servir de una trucha, porque eso se me da que me den ocho reales en sencillos que en una pieza de a ocho. Cuanto más, que podría ser que fuesen estas truchuelas como la ternera, que es mejor que la vaca, y el cabrito que el cabrón. Pero, sea lo que fuere, venga luego, que el trabajo y peso de las armas no se puede llevar sin el gobierno de las tripas.
Pusiéronle la mesa a la puerta de la venta, por el fresco, y trújole el huésped una porción del mal remojado y peor cocido bacallao, y un pan tan negro y mugriento como sus armas; pero era materia de grande risa verle comer, porque, como tenía puesta la celada y alzada la visera, no podía poner nada en la boca con sus manos si otro no se lo daba y ponía; y ansí, una de aquellas señoras servía deste menester. Mas, al darle de beber, no fue posible, ni lo fuera si el ventero no horadara una caña, y, puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino; y todo esto lo recebía en paciencia, a trueco de no romper las cintas de la celada.


De ahí que me guste la entrada, muy documentada y elaborada, que ha dedicado al asunto DianNa, que nos ayuda a comprender cómo la comida caracteriza al hidalgo en Las lentejas de El Quijote.

Mi querido Dargor ha seguido otro camino, como le corresponde: contestar la oportunidad de la lectura. Plantea (como ya hizo también Nacho G. Hontoria en un comentario a mi Invitación a leer el Quijote) que Don Quijote ya no es actual y hay otras novelas que hubieran merecido antes nuestra atención. Puede debatirse su visión en su entrada Luchando contra molinos de viento.

Me gusta la participación activa en los comentarios. Hay otros que prefieren escribirme correos. Recordad que este es un juego interactivo, que la lectura es colectiva y que está abierta a todos: comentarios, preguntas, creación. Hacedme saber si en vuestros blogs comentáis algo, para dar cuenta aquí.

Vale.

Don Quijote se echa al camino (Cap. I.2)


Después de crearse una identidad a la altura de los héroes de sus novelas, Don Quijote se echa al camino con la misma finalidad que estos tenían: apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que emendar, y abusos que mejorar y deudas que satisfacer.
Y he aquí una de las claves de lectura de todo el libro, no sólo como parodia de los relatos caballerescos (propios de la narrativa fantástica, en contra de la verosímilitud propugnada por Cervantes) sino como confrontación de un ideal, del que todos decimos participar, con la realidad tozuda, que nos lo niega a diario. Don Quijote se echa al camino en el Campo de Montiel, una ruta real que podemos seguir, viajando junto a él en un mapa de España. Geografía concreta, a diferencia de la narrativa que parodia, por la que dará vueltas en gran parte de sus aventuras. Don Quijote es, en gran medida, una novela de viaje, de aventuras reales sobre un espacio determinado y en el pleno verano que, en estas tierras, es presidido por un sol inmisericorde que ayuda a derretir más los sesos del pobre hidalgo. Sin embargo, este espacio y este tiempo concretos adquieren un valor simbólico: el de la voluntad de trasformar el mundo por alguien que debería estar retirado en su casa según las convenciones sociales, debido a su edad y su trastorno, y que da nueva mirada a todo lo que le va sucediendo, las personas con las que se encuentra y los paisajes que ve. Porque en la locura de Don Quijote hay un doble matiz: por un lado el de un esfuerzo que debería ser el de todos pero que, por no serlo, lo convierte en extravagante; por otro, el de la trasformación del mundo real a la medida del juego literario en el que consiste que nuestro protagonista no distinga entre realidad y ficción (¿o quiera no distinguir?).
Hay más cosas en este capítulo.
Oímos hablar a Don Quijote, dictando las frases a su futuro narrador, lo que nos hace regresar a la importancia de quien nos narra el relato, y cuya complejidad aumenará cuando, líneas más adelante, se nos diga que no está clara la historia de este personaje, que anda ya en crónicas, puesto que no se sabe bien cuál es su primera aventura: volvemos al narrador del que debemos desconfiar y que aun no nos ha mostrado todas sus cartas.
Este monólogo de Don Quijote, que sale solitario al mundo en esta primera ocasión, es una brillante manera de mostrar sus carencias. En primer lugar, alguien que habla consigo mismo y más de esta arcaica manera, demuestra no estar muy equilibrado ni siquiera como personaje literario: quien monologa así evidencia que su juicio no está muy sano y que necesita alguien que le dé réplica. Pero éste no puede aparecer aún, por la sencilla razón de que o participa de esta locura (lo que reduciría el efecto de la pareja protagonista) o se dará cuenta de algo fundamental del texto: Don Quijote no ha sido armado caballero y, cuando lo sea, ocurrirá en una falsa ceremonia. Por lo tanto, su acompañante, aquel que le dé la necesaria réplica, no puede aun aparecer.
Pero ya se anuncia que los personajes se nos irán haciendo no sólo con sus acciones sino también con sus palabras: ésta es otra de las claves de la modernidad de la novela. Tanto o más que lo que nos dice ese narrador al que ya miramos de forma avisada, es importante lo que pasa delante de nosotros: acción y palabra. Los personajes se nos van construyendo delante mismo de nosotros, no vienen hechos antes de que nos aparezcan en el relato.
En el camino, Don Quijote encuentra una venta que él trasforma en castillo porque así lo quiere su impulso de ver el mundo con las normas de sus novelas y su necesidad de ser armado caballero y todos los personajes que allí halla son idealizados de la misma manera: desde las prostitutas hasta el ventero. Y con ellos asistimos por primera vez a las reacciones que despierta su figura, de gran interés para comprender lo que va a pasar más adelante: hay gente que se niega a entrar en la locura del hidalgo pero la mayoría, de una manera o de otra, le sigue el juego. Habrá varios motivos: cariño, diversión, sorpresa, la propia locura, etc. Los de esta venta, tras contener la risa, comienzan a trasformar su propia vida en vida libresca, descansan de sus quehaceres o de sus miserias, como hacemos los lectores, y deciden entrar en el mundo de esos caballeros andantes de los que han oído hablar en los relatos orales, en los romances, en las lecturas colectivas de las novelas.
Siempre me ha llamado la atención este poder de trasformación del entorno de Don Quijote, no tanto porque él quiera ver las cosas a su manera sino porque casi todos con los que se va encontrando en su caminar, caen en el apasionante juego de la fantasía. Todos deseamos poder jugar durante unos minutos para descansar del peso de nuestra realidad.
Nuestro hidalgo ya se nos ha echado al camino antes del amanecer, ha pasado un día entero bajo el pleno sol de julio y llega, cuando anochece, sin mayores sobresaltos que la fatiga y el hambre, a una venta en la que medio percibe que se ríen de él, pero no le importa. Y, como era viernes, come bacalao en compañía de unas doncellas y un castellano sin poderse quitar la grave preocupación de saber que no ha sido armado caballero y, por lo tanto, le están vedadas las grandes aventuras que desea cometer.
El próximo jueves, el Capítulo III, en el que veremos cómo se soluciona este problema.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Las marcas del monstruo




Es una constante. De lo más profundo de nuestros miedos surgen los mitos del terror que nos explican en una ambigua sensación de atracción y repulsión. Shelley y Stoker construyeron sus creaciones literarias no sólo con ingenio y sintaxis, sino conociendo este sentimiento dual de nuestra especie. Ambos monstruos (Drácula, Frankenstein) se alimentan de lo más humano que tenemos. Ante el terror cerramos los ojos pero dejamos la mente de par en par expuesta porque, en el fondo, lo reconocemos sustancialmente nuestro.
Por eso hay que estar atentos a las marcas del monstruo, que no son visibles porque las llevamos dentro: tan dentro que sentimos las cicatrices porque nos ha vaciado por completo y, en la piel interior, trabajada como si la hubiéramos entregado a un taxidermista tosco, se perciben las cicatrices de las herramientas que ha usado para destriparnos. Seguimos caminando, como espantapájaros mecánicos, pero vamos llenos de vacío dentro tanto, que en el silencio de la noche se oye el rumor del roce de su navaja, infatigable, eficaz y nuestra.

martes, 20 de mayo de 2008

El deseo libre. (Correo de Irina.)


Trasmito, por petición de la interesada, un correo dirigido a Raúl, Blogófago, además de a mí mismo, que pienso cierra el deseo compartido:

Estimado trío de admiradores:
Me hizo el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, sin que podáis hacer otra cosa, me deseáis; y por esto consideráis que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; pero no pienso que lo deseado esté obligado a desear a quien le desea. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir: “ Te quiero por hermosa; ámame aunque sea feo”. Pero, aunque sean iguales las hermosuras, no por eso han de correr parejos los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amáis? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo; que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedirla ni escogerla.
Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí mostrarme a todos sin entender que debía ceder a sus deseos por mucho que se reflejaran en mí, me declararan suya o se apropiaran de mi mirada. Ni siquiera aciertan los seductores que presumen de tenerme en exclusiva.
A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna nadie, no debo ser culpable de que hagáis el ridículo en las paradas de los autobuses.
El cielo aún hasta ahora no ha querido que yo ame por destino, y el pensar que tengo de amar por elección es excusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase, de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes.
A la espera de que no os ofendan mis palabras, puesto que con ellas sólo deseo que dejéis de acaparar las marquesinas en tiempos de lluvia, recibid, junto a la regañina, un beso casto,
Irina.

lunes, 19 de mayo de 2008

Desde tu interior

Ayer, en una libreta, escrito de mi puño y letra a pesar de que no recuerde haberlo redactado, hallé el siguiente texto:
Me liberé de la piedra hace mucho tiempo, recorrí vuestras calles y bosques, aceché en los lugares menos frecuentados de vuestras ciudades para que me sintierais tan cerca que vuestra nuca se erizara. No sé si habéis comprendido mis advertencias puesto que habéis demostrado ser una especie ciega e ignorante, crecida por la fuerza de vuestra inteligencia colectiva pero vana y caprichosa en su desarrollo. No importa ya. Quizá algunos habéis entendido, al fin, que estoy dentro de vosotros, que soy vuestro más fiel amigo y vuestro más perverso contrario y que os estoy devorando sin que podáis hacer nada.
Quizá sea un párrafo escrito en la adolescencia, cuando todos sentimos cierta tentación a identificarnos con seres malditos y leemos con fruición novelas enigmáticas que nos hablan de aquellos que son elegidos para crear y destruir de manera épica, para los que no rigen las convenciones sociales. Pero de lo que sí estoy seguro es de que todos cargamos con un monstruo dentro. De cada uno de nosotros depende controlarlo o dejar que nos gobierne.

domingo, 18 de mayo de 2008

La vida se deshilacha con una sensación de amarga derrota


Hay temporadas en las que a uno la vida se le deshilacha. Después de recoger la casa, ordenar los libros, planchar las camisas, cuando todo parece en su sitio, regido por lo cotidiano, marcado tenazmente por el reloj monótono de lo previsible. Hoy me he asomado a la terraza de casa, acodado en el pretil: llovía con fuerza, con esa inercia de cuando las cosas pasan con la contundencia que la naturaleza pone en sus cosas inevitables. Quizá por la contemplación de la lluvia, percibí que hoy sí estoy triste, como hace tiempo no lo estaba. Una tristeza que se me fue subiendo a la garganta.
Pasó un tiempo y me di cuenta de que me estaba mojando: no en exceso. Lo suficiente para sentir que, por dentro, algo se me estaba deshilachando, una sensación de derrumbe interior de un dique mal construido: es el vacío de los edificios saqueados por el tiempo, la impresión de una tarde de domingo en la que la tristeza se instala en todos los aposentos de la casa.

sábado, 17 de mayo de 2008

¿Somos diferentes en el deseo?

Curioso esto del deseo. Le he dedicado ya nueve entradas en esta serie. Creía, al comenzarla, que sería sencillo encontrar sus claves y reflexionar sobre ellas, pero se me complica a cada paso que doy. Por el camino, han surgido duelos virtuales e insinuaciones, como la de Bipolar, de que atiendo sólo al deseo desde el punto de vista masculino. Aquellos quedan pendientes, sobre estas debería comenzar a pensar en alto, así que giro un poco el foco inicial y me pregunto si somos iguales en el deseo los hombres y las mujeres.
La inveterada costumbre del macho suele dar por hecho que no, como si el deseo debiera ser sólo patrimonio masculino y, por eso, castiga en arquetipos a las mujeres deseantes (también lo hace con las deseadas, qué le vamos a hacer). De ahí tantas frases detestables del refranero y la literatura. Al hombre a la antigua le asusta y desorienta el deseo de la mujer: la quiere pacífica, dispuesta y a la espera (de hecho, la mujer que espera es un tópico literario), mientras que el deseo, como bien lo define el DRAE es un movimiento afectivo. Necesita, por lo tanto la acción de las pasiones.
Me gustaría pensar que los roles en la educación sentimental, con la igualdad que avanza, van borrando las fronteras sociales que marginaban a la mujer de ser capaz de sentir y actuar en consecuencia. No es que no pudiera sentirlo (que a veces el no tener derecho impide incluso la emoción), puesto que la naturaleza es incontrolable, sino que no podía expresarlo, con la consecuente frustración. Sólo en la retórica del teatro barroco se le permitía a la mujer decir las cosas que secretamente pensarían todas las mujeres del público, aunque el cierre fuera casi siempre convencional y dejara indemne la estructura social con una boda que resolvía el conflicto. A veces, incluso, las bodas eran dobles o triples.
Todo esto ha sido muy tratado por la literatura e incluso creó un motivo en las novelas decimonónicas que Biruté Ciplijauskaité denominó, con sabio tino, La mujer insatisfecha: el adulterio en la novela realista, en un libro que fue todo acierto.
Aun hay culturas y zonas en las que a la mujer le está vedado el deseo e incluso la ablación del clítoris es un ritual odioso por el que se concreta en un trozo de su cuerpo la libertad de disponer de sus afectos.
Pero en nuestro mundo lujoso, cómodo y sordo de Occidente, en el que los roles tradicionales se han desmoronado a pesar de que muchos se empeñen en tapar las grietas e intenta retener agua en un cesto de mimbre, la mujer desea y ejerce ya ese deseo. Pero sigo sin responder a mi pregunta.

..scripta manent sed desidium... (El deseo compartido.)

A veces, el deseo es un impulso compartido. ¿Qué sucede, entonces, cuando nos damos cuenta de que varios (sea cual sea nuestro sexo) anhelamos lo mismo? Hubo un tiempo en el que el grito de ¡amor libre! era consigna. ¿Fue real aquello? En algunas culturas no existe el concepto de matrimonio, tan ajetreado en este país que incluso con el Diccionario se tiraban a dar los políticos, como si las palabras no hubieran cambiado tanto sus significados desde siempre hasta olvidar su etimología. Es curiosa la manía de algunos de querer fijar en bronce definiciones que proceden de hace dos siglos, atrapadas, como obra humana, en las ideologías y convenciones de cada momento.
Si no hay correspondencia, el sentido común y la decencia marcan una retirada lo más digna posible. Algunos se empeñan en el victimismo o el ridículo y lo dejan todo lleno de las lágrimas de frustración, como Apolo abrazado a Dafne, convertida ya en laurel, en el Soneto XIII de Garcilaso:
A Dafne ya los brazos le crecían
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos qu’el oro escurecían;
de áspera corteza se cubrían

los tiernos miembros que aun bullendo ’staban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,

a fuerza de llorar, crecer hacía
este árbol, que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño,

que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!
Sin darse cuenta, el dios, con su lamento, alejaba a Dafne de sí, como muchas personas que no soportan que el amante caiga en sentimentalismos y llantos cuando es rechazado, con lo que estropea la última posibilidad que aun le queda. En otras ocasiones funciona, pero queda establecida una cadena materno-filial que no es sana para una relación madura.
Pero me preguntaba qué pasaba cuando el deseo es compartido y no rechazado. Raúl Urbina, en sus últimas entradas insiste en ser aceptado por quien gusta también a Blogófago y otros. Supongamos, si no es mucho suponer, queridos amigos, que no somos rechazados ninguno de los tres. ¿Qué sucede entonces? ¿Como en Aute?
Me gustaría saber qué opinan las mujeres al respecto, puesto que hablo, ya me conocéis, de relaciones maduras y aceptadas. ¿Y si son ellas las que desean al mismo hombre que también las acepta por igual? Querida Bipolar, sé que te debo una entrada sobre el deseo: quizá mañana.

viernes, 16 de mayo de 2008

Javier se suma al Quijote

Javier Garcìa Riobó se suma a la locura cervantina: seguirá el ritmo de publicación de mis comentarios sobre Don Quijote a su manera. Por ahora, ha colgado su visión del Prólogo y de los poemas preliminares. Un magnífico complemento que podría ampliarse con todos aquellos que queráis. Animo incluso a aquellos que han manifestado, en los comentarios a mis entradas, estar cansados de que todo el mundo hable de esta novela, a demostrar por qué no debemos hacerlo. Vivamos todos juntos unos jueves de juicio rematado.
Cuando lancé la idea lo hice sin calcular: las dos entradas de invitación, las dos que dediqué al Prólogo de la Primera Parte, sus 52 capítulos, la que dedicaremos a los versos finales; el Prólogo de la Segunda Parte y sus 74 capítulos hacen un total de, al menos, 131 semanas. Como no pienso cejar en el empeño y sé que muchos de vosotros no podéis dedicar más tiempo a la lectura de esta obra, que podemos así compaginar con otras y con el ritmo frenético de vida que llevamos, durante este tiempo habrá bodas, divorcios, nacimientos, defunciones, vacaciones, viajes, proyectos, mudanzas... Será un Quijote vivido. Todo un placer en el que espero que me acompañéis porque no tenéis la excusa del tiempo: aquí quedan las entradas.
Actualización del 17 de mayo: Javier alcanza nuestro ritmo de lectura con su entrada sobre el Primer Capítulo.

jueves, 15 de mayo de 2008

La creación de un héroe en un mundo de antihéroes

Este Capítulo Primero es, sin duda alguna, uno de los mejores comienzos que pueda tener una narración moderna -el libro, ya lo sabemos, comienza antes-. En la famosa primera frase (En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor) y en los párrafos que le siguen, se explota al máximo la figura del narrador inicial que vimos construir en el Prólogo: alguien poco fiable. En primer lugar, porque no lo sabe todo del protagonista (por ejemplo, su nombre) y algunas cosas que sabe (su lugar de origen) se las reserva. Otras, que nos parecen menos importantes, nos las da con detalle: hasta sabemos que tiene un galgo corredor para la caza. Ya iremos descubriendo más cosas a este respecto.
La descripción del héroe parte de un mundo de antihéroes: la realidad de un pueblo manchego en los tiempos próximos a la narración (no ha mucho: veremos que no es la única clave de contemporaneidad, que crea en el lector del momento la necesaria predisposición a entrar en la historia), en el que vive un hidalgo, como muchos en esos tiempos, que tiene un buen pasar sin excesos, una vida cómoda y ordenada apropiada a sus rentas. Todo eso, ya lo han dicho muchos estudiosos, es una consciente preparación paródica de la descripción del protagonista como contraste de los caballeros andantes que se encuentran en los libros que consume con avidez. Porque esta es la única pasión conocida de este viejo -para la época, muy viejo- hidalgo: leer historias fantásticas, plagadas de inverosimilitudes. La historia de Don Quijote -ya lo vimos en el Prólogo- es historia de libros: el protagonista lee con tanto exceso que cae en una extraña locura que le hará no poder distinguir entre la ficción y la realidad. Y en esa locura concibe el plan de imitar en su mundo lo que ha leído en las novelas de caballeros andantes que consume en largas noches en vela. Podríamos llegar a pensar que la lectura, a Don Quijote, lo salva de la vida previsible que le espera cada día. Todo un elogio de los libros que aun tiene sentido.
Y he aquí la primera gran dificultad que tenemos con Don Quijote. ¿Está loco? En realidad, así lo dice Cervantes -rematado ya su juicio- y disparates que de tal lo califican veremos hacer a lo largo de su historia. Sin embargo, en ocasiones (sobre todo cuando esté fatigado o en la famosa aventura de la Cueva de Montesinos y sus consecuencias), este narrador tan poco fiable nos permite atisbar que la locura de Don Quijote es una decisión personal, una aventura voluntaria en la que vive la vida que le gustaría: por eso nos sigue atrayendo hoy en día. En este mismo capítulo, al elegir las armas y romper la primera vez la celada con un solo golpe, no quiere probar de nuevo porque, sin duda, sabe que se volverá a estropear.
Pensemos un poco en esto: en un mundo anodino, un viejo al que ya sólo le resta esperar la muerte según el orden lógico de las cosas en su tiempo (como cabría pensar del mismo Cervantes, por otra parte), decide arrojarse a la aventura para cambiar la sociedad, para que sea más justa. Y, a pesar de sus golpes y fracasos, consigue que un puñado de personas con las que se irá encontrando a lo largo de su viaje modifiquen su forma de vivir y, aunque vean en él un loco estrafalario, comprendan lo bueno de su empeño. De hecho, a su muerte, habrá un grupo de personajes a los que la vida les ha cambiado, sin duda, a mejor. Es uno de los muchos mensajes optimistas de la novela.
Pues así lo tenemos a este hidalgo, una vez decidido a la locura, limpiando y componiendo unas armas viejas y, en parte, inservibles, dando nombre heroico a su pobre caballo (antes que a sí mismo): Rocinante. Después, busca el suyo propio, a la manera de los caballeros de sus novelas: Don Quijote de la Mancha. Pero he aquí otro de los guiños paródicos: los lugares de las novelas de caballerías son reinos fantásticos, la Mancha es real, tan real que su paisaje llega a metérsenos por los ojos en estas páginas y podemos seguir con el dedo sobre un mapa el itinerario de su viaje.
Y, para completar la caracterización, debe buscar dama porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma y, tras oírlo hablar por primera vez (una de las grandezas de este libro son los diálogos, que ayudan a la acción y caracterizan a los personajes), se acuerda de una moza de el Toboso de la que estuvo enamoriscado, de muy buen parecer, Aldonza Lorenzo, a la que llamará Dulcinea. Este personaje ausente, uno de los más interesantes de la novela, será descrito en varias ocasiones.
Pues ya tenemos creado un héroe en un mundo necesitado de ellos, sin duda.
El próximo jueves, el Capítulo II.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Reivindicaciones del educador social

Los estudiantes de la Diplomatura en Educación Social de mi Universidad están, durante estos días, movilizándose para defender su profesión: lo hacen con ingenio y cordura, para hacerse visibles ante la sociedad en unas jornadas reivindicativas a las que han dado el nombre de Salgamos de la sombra.

Los educadores sociales, en otros países, están suficientemente prestigiados desde hace años. En España, sin embargo, es una profesión sin la suficiente comprensión por parte de las instituciones, a pesar de su campo de trabajo, tan necesario para nuestra sociedad. Bastaría con repasar la lista de intereses que les atañe, que puede encontrarse en la octavilla que copio aquí debajo, para comprender su importancia. De ahí que el paseante de La Acequia suscriba sus reivindicaciones que, aunque se dirijan al entorno de Castilla y León, podrían ampliarse a todo el país. No sólo es esencial el reconocimiento de su figura profesional sino también su contratación en los ámbitos educativos y sociales en los que pueden aportar su saber académico.

Los que visitan a menudo este blog saben que por aquí han pasado ya los jóvenes integrantes de Movimiento anfibio y que también alguna presencia ha tenido un Educador Social en Alaska. Basta la consulta de estas dos páginas para comprender su motivación y su forma de enfocar las cosas.

Todo mi apoyo, por lo tanto, en esta reivindicación. Son jóvenes, están bien preparados y son necesarios. Ninguna excusa debe apartar a las instituciones para aceptar sus reivindicaciones.

Lo irracional

Otra vez lo irracional. Ya está bien. Dejadnos en paz.

martes, 13 de mayo de 2008

Paisaje y ruptura


No es la primera vez que hablo en La Acequia de una exposición artística celebrada en el vestíbulo de la Biblioteca General de la Universidad de Burgos. Es una buena forma de ocupar estos espacios vacíos y centrales en los edificios institucionales, sobre todo cuando se aprovechan para dar a conocer las obras de artistas no bien conocidos.

Javier Gil de la Puente (Aranda de Duero, 1959) es un pintor de ya larga trayectoria y varios premios, que nos trae una amplia muestra de su trabajo reciente bajo el título Dentro del horizonte. Al frente del catálogo figura un poema de Miguel Ángel Sánchez González que explica el título:

Dentro del horizonte
es donde ocurren los trabajos y los días.

Dentro del horizonte es donde
los amaneceres surgen

Dentro del horizonte
están las piedras
y de los hombres.

Dentro del horizonte
está la luz
que nos salva.

Y afuera sólo existen
los fantasmas.


Es una excelente exposición de paisajes tratados con la sugerencia de la línea y de la mancha de colores, no del dibujo. Pasé unos minutos muy agradables e intensos, de cuadro en cuadro, sumergiéndome en cada uno de los horizontes, sugeridos apenas. Hace tiempo que decidí que las formas del paisaje se me rompían en apenas sugerencias de líneas y relieves de pintura: eran más ciertas.

Afuera, este mes de mayo incierto.

lunes, 12 de mayo de 2008

¿Qué sabemos de nuestros fantasmas?

¿Qué sabemos de nuestros fantasmas? Esos que nos persiguen desde hace tiempo, que son nuestros más fieles compañeros porque son nuestros espejos. Hubo un tiempo en el que quisimos encerrarlos o emparedarlos o destruirlos con el olvido. Pero, en un paseo por las calles del atardecer, nos esperan, a pie firme, en portales oscuros, para seguirnos con insistencia y perseverancia de sombra porque su compañía es inevitable: somos nosotros en estado puro.

domingo, 11 de mayo de 2008

Jano

¿Cuántos rostros tenemos? Freud teorizó sobre nuestra mente, abriéndola a su multiplicidad, que sería el campo de trabajo de otros psicólogos y psiquiatras y la inspiración de numerosos artistas. ¿Cuántos rostros tenemos y cómo convivimos con ellos? Nos creemos de una pieza cuando no somos más que un puzle o, mejor, una bola irregular hecha de papel de periódico, tan llena de rugosidades y en continuo cambio según la presión que ejerzamos sobre ella.

¿Cuántos rostros tenemos? Ni siquiera en una vida monótona y controlada somos únicos: cuántos se quitan la máscara al cerrar la puerta de casa. Los vecinos de los que protagonizan inesperadas noticias de sucesos suelen declarar que eran buenas personas, que no se lo esperaban.

¿Cuántos rostros tenemos? Hay gente que tiene vidas paralelas y que, en cada una de ellas, son capaces de mostrarse sólidos y sin resquicios. Si esa vida paralela no es externa sino que está dentro de nosotros, puede estallarnos con violencia y destruirnos.

Jano era el Dios de los vanos por los que accedíamos a un lugar o salíamos de él: era la explicitación mítica de las crisis que nos cambian y trasforman. Esos cambios suelen ser producto de todos nuestros rostros internos. Tras el cambio producido por las experiencias, por la circunstancias, uno de ellos se hace con nuestras facciones.

¿Pero qué pasa con aquellos momentos en los que, a través de una grieta mal cerrada salen a la vez varios de nuestros rostros y somos incapaces de someterlos o conciliarlos?

sábado, 10 de mayo de 2008

La viuda negra. (El deseo suicida.)

Hemos salido con fondo negro, Javier que, en realidad, es frente.
En ocasiones, nuestro deseo se centra sobre lo que nos destruye. En obsesión patológica, el impulso nos conduce, de forma irremediable, hacia el abismo. El romanticismo construye una buena parte de su estética para explicar esa tendencia a despeñarse en las pasiones aun a sabiendas de a dónde conducen: no importa, hay que agotar hasta el último trago de ese veneno porque uno se aprecia en la pira del ansia.
A veces, el deseo anula la libertad hasta el punto de que no somos conscientes de que aquello que nos atrae nos debilita y anula. Otras veces, lo mantenemos como estandarte de nuestra libertad: preferimos el riesgo de la destrucción antes que apartarnos de nuestros impulsos. Don Félix de Montemar, el protagonista de El estudiante de Salamanca (1840) de Espronceda lo hace al decidirse a perseguir a la dama misteriosa que se le aparece en la Calle del Ataúd:

Y aun cuando imposible sea,
y fuerais vos Satanás,
con sus llamas y sus cuernos,
hasta en los mismos infiernos,
vos delante y yo detrás,
hemos de entrar, ¡vive Dios!
Y no cede ni siquiera a sus advertencias funestas:

-Hay riesgo en seguirme. -Mirad ¡qué reparo!
-Quizá luego os pese. -Puede que por vos.
-Ofendéis al cielo. -Del diablo me amparo.
-Idos, caballero, ¡no tentéis a Dios!

-Siento me enamora más vuestro despego,
y si Dios se enoja, pardiez que hará mal:
véame en vuestros brazos y máteme luego.
-¡Vuestra última hora quizá esta será!...

Dejad ya, don Félix, delirios mundanos.
-¡Hola, me conoce! -¡Ay! ¡Temblad por vos!
¡Temblad, no se truequen deleites livianos
en penas eternas! -Basta de sermón,

que yo para oírlos la cuaresma espero;
y hablemos de amores, que es más dulce hablar;
dejad ese tono solemne y severo,
que os juro, señora, que os sienta muy mal;

la vida es la vida: cuando ella se acaba,
acaba con ella también el placer.
¿De inciertos pesares por qué hacerla esclava?
Para mí no hay nunca mañana ni ayer.

Si mañana muero, que sea en mal hora
o en buena, cual dicen, ¿qué me importa a mí?
Goce yo el presente, disfrute yo ahora,
y el diablo me lleve si quiere al morir.

Ahora somos más modestos que los románticos, pero siempre nos ha atraído lo fatal en el otro o la otra (la mujer fatal, el burlador; la seducción de los vampiros que conducen de forma elegante hacia la noche) sin importarnos las consecuencias que sobre nuestra vida tiene o sin que podamos hacer nada para evitar ser atrapados en ese deseo corrosivo. Muchos sólo juguetean pero no se atreven a volcarse. Cuando das un paso de más, ya estás irremediablemente perdido: tu impulso te lleva hacia un agujero sin fondo. Sé de personas que viven siempre sus historias de amor despeñándose. En lo inevitable ya, unos profieren gritos para que los salven. Es más elegante, sin duda, apurar las sensaciones hasta el último aliento de nuestra vida, bien con altanería, bien con la elegancia que el tópico atribuía a los británicos.

Me veo, a veces, empujado a un agujero negro provocado por mi pasión hacia una mujer, mientras en la nave espacial que navega sin control, suena la música más amada y tomo mi última copa del mejor coñac. En definitiva, hasta allí he conducido mi vida. Sólo hay que ajustarse correctamente la pajarita del esmoquin.

viernes, 9 de mayo de 2008

El deseo costoso

La excitación venérea en que se traduce, con harta frecuencia, nuestro deseo, nos lleva al exceso de pensar que todo se puede comprar y queremos, literalmente, cubrir a la persona de quien esperamos correspondencia de todo tipo de lujos. Compramos así, prostituyéndola, la satisfacción. O la mala conciencia.
A veces es la otra persona, la deseada, quien pone precio a nuestro impulso. El anhelo, cuanto más vehemente es más nos hace caer en comportamientos ridículos, propios del folletón popular. Rebajamos, con ello, al otro y, sin quererlo, lo depreciamos. Hubo una película, Una proposición indecente, que jugaba con esto: un millonario ofrecía a un matrimonio un millón de dólares a cambio de pasar una sola noche con la mujer.
En la irracionalidad en la que se suele convertir nuestro deseo cuando nos desborda, todos ofrecemos regalos, como esos pájaros que traen objetos relucientes a las hembras. ¿Todos, también, tenemos un precio para ceder al deseo del otro?

Presentación de la Obra teatral de José Luis Alonso de Santos

Esta mañana he asistido, en la Feria del Libro de Valladolid, a la presentación de la edición de la Obra teatral completa (hasta el momento, claro) de José Luis Alonso de Santos, publicada por la editorial Castalia y el Ayuntamiento de Valladolid.
Intervinieron el alcalde de la ciudad, Javier León de la Riva, Federico Ibáñez (Director General de Editorial Castalia), José Gabriel López Antuñano (Director de la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León y autor de una excelente introducción que ayuda a situar la producción dramática de Alonso de Santos en el teatro contemporáneo español), Margarita Piñero (la editora literaria de los textos y estudiosa de la obra del dramaturgo) y el propio autor (que tuvo el gesto, que le agradezco, de citarme). No intervino alguien que tiene mucho que ver con el esfuerzo de editar los volúmenes, Paz Altés, trabajadora eficaz e inagotable pero que siempre prefiere quedarse en segunda fila en estos actos.
Los dos volúmenes, de casi 2.000 páginas en total, contienen 30 obras de este autor, imprescindible para contar la historia del teatro español de las última décadas, 4 de ellas inéditas.
José Luis Alonso de Santos (que nació en Valladolid en 1942), desde su primera obra, ¡Viva el duque nuestro dueño!, es autor de algunas de las piezas más populares de estos años: La estanquera de Vallecas, Bajarse al moro y La sombra del Tenorio son algunas de ellas. En su caso se hace patente que la calidad no está reñida con el éxito comercial. Además, el currículum de Alonso de Santos no estaría completo si no se citara su labor teórica y docente como Catedrático de escritura dramática de la RESAD (de la que fue Director), como director de escena o como gestor (como en su etapa al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico).

En su intervención, leyó un viejo texto (o lo simuló, en su condición de inventor de realidades) en el que fingía comentar la obra de un autor chino del siglo VIII en cuya explicación de la obra de arte como un producto surgido de la ruptura de la armonía en las cosas y el pensamiento ve la razón de su propia escritura.

Esta obra merece leerse, igual que merece ser vista sobre la escena.

jueves, 8 de mayo de 2008

No os han de cortar la mano. (Sobre los poemas preliminares de la Primera parte de El Quijote.)

El amigo que lo visita en el Prólogo le sugiere al narrador que, para solventar el problema ocasionado al no tener poetas que le hagan versos elogiosos, los haga él mismo:

y después los podéis bautizar y poner el nombre que quisiéredes, ahijándolos al Preste Juan de las Indias o al Emperador de Trapisonda, de quien yo sé que hay noticia que fueron famosos poetas; y cuando no lo hayan sido y hubiere algunos pedantes y bachilleres que por detrás os muerdan y murmuren desta verdad, no se os dé dos maravedís; porque, ya que os averigüen la mentira, no os han de cortar la mano con que lo escribistes.

Es conocido que, debajo de estas palabras, se esconde una ironía sobre esa costumbre de la época y muchos han visto un ataque directo a Lope de Vega, quien solía llevar al frente de sus obras poemas compuestos por nobles y damas de alcurnia. Se cree que era el mismo Lope quien escribía los versos que firmaban otros.
Curiosamente, Lope nos da un testimonio valioso, en una carta suya fechada en agosto de 1604, en la que se alude a que Cervantes había estado buscando quien le hiciera estos versos. Si esto fuera cierto (cabe la duda de que Lope bromeara sobre el asunto, que podía conocer puesto que, aunque la obra aun no se había impreso, ya se había entregado y quizá se hubiera divulgado el contenido del Prólogo en el que podía, sin duda, reconocerse), Cervantes se vio ante la imposibilidad de reunir poemas de otros -bien por la premura de tiempo, bien porque se le negaron- y decide literaturizar de esta forma lo que le había pasado. En cualquier caso, sólo se aumenta el juego que hay dentro de estos párrafos y la polémica entre Lope y Cervantes sirve para dar muestra de la genialidad de ambos.
Pero conviene dar un paso más allá.
Hemos visto que el Prólogo construye todo el volumen, no sólo como parodia de las novelas de caballería, sino como parodia de los libros del momento. Hoy, que nos creemos los descubridores de la metaliteratura (es decir, la literatura que habla sobre literatura), convendría rebajarnos un poco en el orgullo. Cervantes juega con este concepto. En primer llugar, nos pone delante del taller del artista: el escritor, en el fondo, es un falsario: la literatura es una mímesis de la vida, un como si, no la vida. Y para que seamos conscientes de ello nos deja ver el truco incluso en lo más burdo: todo el artefacto queda expuesto en su andamiaje. Esa es una de las dificultades de la escritura de este Prólogo: engañar con la verdad, mostrar el truco y que aun así nos seduzca. En segundo lugar, es un paso hacia dentro del mismo concepto de la novela como ficción.
Hay 10 composiciones poéticas escritas en ese tono paródico y adjudicadas a personajes tales como Urganda la desconocida, Amadís de Gaula, Don Belianís de Grecia, la señora Oriana, Gandalín (escudero de Amadís), el Donoso (poeta entreverado), Orlando furioso, el Caballero del Febo y Solisdán. Excepto este último, que no ha sido bien identificado puesto que hay dudas sobre si se trató o no de errata de imprenta, y el poeta entreverado (que algunos han señalado como Gabriel Lasso de la Vega, posible autor de estos poemas según Bataillon), todos ellos son personajes literarios, no reales, y nos introducen en el mundo de los caballeros andantes.
Al atribuir la autoría a estos personajes, Cervantes pone a su Don Quijote a la altura de todos ellos. Pero, sobre todo, incide en una de las claves de lectura de todo el libro: las fronteras entre realidad y ficción y lo verosímil y lo fantástico. Volveremos sobre ello. Por otra parte, como en algunos versos, al hablar de cosas del Quijote, se contienen diferencias con respecto a lo sucedido, se incide en otra cuestión capital del libro: muchas veces cabe dudar de lo que sucedió (recordemos que el narrador no es fiable) y podemos tener versiones diferentes de los hechos, como en la vida misma.
Los poemas son formas de moda en la época: los de cabo roto (que rompen la palabra al final de un verso y la continúan en el siguiente, para demostrar mejor dominio del artificio poético y crear un distanciamiento literario en la lectura o recitado, aquí usado, como se puede entender, como parodia de la moda) y el soneto. En todos llama la atención la ampulosidad retórica a la hora de hablar de don Quijote, Dulcinea o Sancho.
El divertido juego que se esconde en estos poemas culmina en el soneto final, con el famoso Diálogo, propio del mundo de la fábula, entre Babieca, el soberbio caballo literario del Cid, y Rocinante, contrafigura de caballo. Aquél tras preguntarle por la razón de su flaqueza le vendrá a regañar por quejarse de su amo. Entre ambos está la distancia entre el mundo heroico y la realidad más cierta (¿o entre la literatura heroica y su parodia?): es decir, el resumen de la propuesta teórico-literaria del libro. Una obra maestra que, aun después de tantos años, sigue resultando divertida e ingeniosa como resumen de todos los preliminares:

B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
R. Porque nunca se come y se trabaja.
B.
Pues ¿qué es de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi amo ni un bocado.
B.
Andá, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
R.
Asno se es de la cuna a la mortaja.
¿Queréislo ver? Miraldo enamorado.
B. ¿Es necedad amar? R.
No es gran prudencia.
B.
Metafísico estáis. R. Es que no como.
B.Quejaos del escudero. R. No es bastante.
¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,
si el amo y escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante?


Cada una de las partes del Prólogo nos remite a este juego literario que hay en el Quijote y en el que se contiene la literatura anterior para jugar con ella y proponer nuevas fórmulas. Cuando me preguntan la razón de que crea en la genialidad de Cervantes siempre digo lo mismo: todos los géneros que tocó ya existían antes, pero no volvieron a ser los mismos después de él.

El próximo jueves toca el Capítulo primero, el de la construcción del antihéroe. Vale.