A veces, en el batiburrillo de cosas que componen nuestra actualidad, dejamos pasar algunas como ésta sin un comentario.
Recuerdo cuando comenzaron a aparecer por las clases universitarias los primeros erasmus y cómo la mayor parte de los profesores los consideraron una molestia porque no se sabía muy bien qué hacer con ellos. No era culpa de unos ni de otros: el programa se había superpuesto a unos cauces administrativos que no estaban preparados para acogerlos. La mayoría optó por ignorarlos e incluso negarse a cumplimentarles los papeles que venían a aumentar el trabajo habitual del docente. Pronto fueron nuestros propios alumnos los que comenzaron a marcharse a otras universidades europeas y también a ellos se les ponían trabas porque algunos pensaban que se iban de vacaciones unos meses.
Las anécdotas que se contaban sobre los erasmus (muchas fiestas, poco estudio) no contribuyeron en nada a que se comprendiera en aquellos primeros años la grandeza y oportunidad de estre Programa. Incluso hoy, la leyenda negra del estudiante erasmus es muy fuerte. Hay películas que nos lo cuentan. Muchos no comprenden que estos jóvenes se comportan como deben comportarse con esa edad. Como nosotros cuando teníamos sus años, aunque fueran otros tiempos. Y que algunos aprovechan la oportunidad y otros no.
La realidad del erasmus que veo en mis clases es muy distinta a la leyenda. Socialmente, estos jóvenes extranjeros son más parecidos a sus compañeros españoles de lo que se cree. Académicamente, por una parte, se ha contribuido a que algunos de los mejores estudiantes conozcan otros países, otras gentes. Maduren fuera y comprendan que las fronteras deben estar sólo en los mapas, pero no entre las gentes. Aprenden, junto a otros jóvenes, otros métodos de trabajo, la importancia de la relación humana, la experiencia de estar a miles de quilómetros de su casa. Y eso, en un país como España en el que los hijos no se independizan hasta una edad tan avanzada, es muy importante.
Por otra parte, mis clases se han llenado de italianos, franceses, alemanes, polacos, que comparten pupitres con sus iguales españoles. Vencida la primera etapa de dificultad, que suele durar un par de semanas, y conseguido un punto de entendimiento entre formas de ser y de aprender diferentes, finalmente la riqueza última que se consigue es impagable. Además, la matrícula nacional en las carreras humanísticas ha descendido. Y emociona ver tres o cuatro horas a la semana, en el aula, jóvenes de tan diferentes nacionalidades con deseos de aprender la cultura española, las claves de su historia, de su arte, de su literatura, las raíces de la lengua... He tenido la suerte de tener en mis asignaturas de la Licenciatura muy buenos alumnos en los últimos años: españoles, alemanes, franceses, italianos. A ellos se suman los que proceden, a través de intercambios, de otros países. Gracias a ellos, a su constancia, a su trabajo, también a su juventud, sé que puedo estar tranquilo ante el futuro.
A veces algunas ideas nos mejoran. Como ésta.
5 comentarios:
El programa Erasmus tiene una gran cantidad de ventajas. Una de ellas es que favorece la construcción de la verdadera Europa de los ciudadanos... ¡Como me ha quedado!
Pero lo pienso muy sinceramente. Algún día -más pronto de lo que me gustaría- animaré a mis hijas a "embarcarse" en un erasmus.
Aunque mi experiencia con gente de erasmus me dice que el refranero español es muy sabio, y cuando el río suena agua lleva, si volviera a empezar en la universidad, sin duda alguna me iría un año de Erasmus. Y ya puestos, otro de voluntariado europeo.
¿A quién hay que agradecer tan buena idea?
Francisco: efectivamente, son estos proyectos los que contribuyen a vertebrar Europa.
Labea: no voy a negar lo que todos sabemos sobre los erasmus, pero son mayores las ventajas.
Gracias a los dos por vuestras palabras.
No sé si hacer un comentario a una entrada de hace casi seis meses será pertinente; pero trasteando en tu nueva clasificación de entradas (otra agradable sorpresa de La Acequia) me he topado con ésta, referente al Programa Erasmus.
Concernido como estoy por el asunto, un hijo está en Munich el presente curso, me gustaría decir que él está encantado allí, que dice que vive fenomenal y que conoce a mucha gente diferente. Yo lo veo más centrado y parece que ha madurado en estos tres o cuatro meses.
Creo que es una oportunidad que tienen de conocer gente de muy diversa procedencia, lo mismo que cuando íbamos a la mili, al menos aprendimos que los vascos no tenían cuernos ni rabo, que había gente muy parecida en todos los lugares de España. Oportunidad que tienen de sentirse emigrantes, aunque no sea por motivos económicos, para así comprender mejor el fenómeno en su vuelta.
Aunque el nivel académico baje notablemente, ésta baja se ve compensada con creces por los beneficios que les aporta desde el punto de vista social y de convivencia. ¡Ojalá hubiéramos tenido nosotros las mismas facilidades!
En efecto, PANCHO, es una oportunidad que no deben desaprovechar. A pesar de la mala fama de los erasmus (en cuanto a las fiestas), eso nos pasaba a nosotros también a un nivel más local. Veo, en todo, ventajas. Que lo aprovechen o no es cosa individual de cada uno.
¡Y gracias por leer con atención La Acequia! Es muy agradable que comenten una entrada anterior.
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