A veces los trabajos te deparan sorpresas agradables. Sucedió con el encargo de editar los textos dramáticos galardonados en los años 1964 y 1965 en el Premio Lope de Vega. Aparecen en el número 7 de una colección que a tal fin se creó en la Asociación de Directores de Escena de España. Recuerdo aquel trabajo con satisfacción, porque me ayudó, en un mal momento, a preocuparme de otras cosas. Relato en la Introducción la investigación de forma pormenorizada para dar cuenta de algunas de las dificultades que los estudiosos de la literatura tenemos a veces. Es interesante, para el lector no experto, conocer estas circunstancias que hablan de la escasa vigilancia que sobre nuestro patrimonio cultural se tiene en este país. De los cuatro textos de los que me encargué, sólo uno era conocido previamente por ser el autor, Agustín Gómez-Arcos, famoso y de continuada trayectoria literaria. Además, Queridos míos, es preciso contaros ciertas cosas, ya había sido publicada con anterioridad con motivo de su estreno. Encontrar los otros tres fue una apasionante labor detectivesca. Al final, uno de ellos -La puerta del paraíso, de los López Ruiz-, ha quedado fuera del volumen al haberse frustrado todas las pesquisas. Sin embargo, los otros dos sí aparecen. Uno por la cariñosa atención de la familia de su autor, muerto hace años, Salvador Ferrer C. Maura: El Condestable. El otro, El rey malo, me deparó esa sorpresa de la que hablo: conocer personalmente a su autor.
Los tres autores del volumen son un perfecto ejemplo de lo que sucedía en el mundillo teatral de la postguerra con los autores que, por unas u otras razones, no lograban encajar en el engranaje comercial a pesar de tener tanta o más calidad que los que estrenaban con regularidad. A uno de ellos, Gómez-Arcos, perseguido por la censura y la actuación de los comisarios políticos que tanto abundaban en el mundo cultural de entonces, se le acabó quedando España muy estrecha. Emigrado a Francia, allí continuó su carrera literaria. Pronto abandonó el teatro y consiguió hacerse un nombre reconocido en la novela. Otro, mayor y con otras miras personales, Salvador Ferrer C. Maura, insistía en sus producciones más como apuesta personal y ética que para obtener renombre. El tercero, Bargadà, con una indudable calidad literaria, hubiera tenido una proyección notable si el teatro español hubiera tenido otras condiciones. Digo en la Introducción que su texto es el mejor de los tres.
Francesc Bargadà Subirats es apasionante, en su persona y en su obra. Vital, con gran sentido del humor y un concepto muy elevado de la amistad. Desde mi encuentro con él tengo un amigo más en Barcelona, de lo que me alegro.
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