martes, 30 de enero de 2007

Universidad de la experiencia

Desde hace años colaboro con las aulas de la Universidad de la experiencia. De esta iniciativa, que en mi Universidad lleva con acierto y cariño Carmen Palmero, me gusta todo, menos el nombre. En los últimos años, el número de alumnos en las clases de las titulaciones humanísticas ha descendido notablemente. Además, sus intereses son muy distintos a los que tenían hace unos pocos años -no demasiados- y a los profesores nos cuesta adaptarnos. No es sólo cuestión de edad (como curiosidad: hace unas semanas, en clase, comprobé que ninguno de mis alumnos de la licenciatura había nacido antes de la publicación de El nombre de la rosa, así que tuve que cambiar mi ejemplo sobre la marcha por temor a no ser comprendido). Estos alumnos, que no son ni peores ni mejores que los de hace década y media, no tienen las mismas necesidades ni perspectivas culturales que los que superamos los cuarenta años. Repito: no son ni mejores ni peores. Sencillamente, buscan otras cosas y necesitan otras cosas y mientras la Universidad no se dé cuenta, no podrá satisfacer sus demandas. Quizá estamos en otra época. A veces, suceden estas situaciones. Normalmente te das cuenta porque por el medio ha caído un rey al que han cortado la cabeza en una plaza pública o porque millones de personas han muerto en un conflicto bélico. Ahora, simplemente, ha sucedido.
Por eso se produce un fenómeno extraño: estoy más cerca de mis alumnos de las aulas de la experiencia -y eso que, aproximadamente me separa la misma diferencia de años con ellos que con los del grado- . Sé que consigo llegar a los jóvenes y estoy bien con ellos, pero me encuentro también muy a gusto entre estos hombres y mujeres mayores. Por muchas razones. Hoy, al salir de clase me di cuenta, gracias a las preguntas de los últimos minutos, de la más importante: no tienen urgencias. Vienen a clase con ilusión, con ganas de aprender y de conocer a otras personas.
Además, el viernes 16 me han invitado a acompañarles a San Millán y comer con ellos allí. Organizaron la excursión en un día, sólo porque mencioné ese monasterio en mi clase sobre Berceo. Algunos, los más animosos, ya han ido sólo para estudiar el terreno, concertar la cita y comprobar por sí mismos las distancias, el tiempo y la calidad del menú. Daré cuenta.

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