sábado, 25 de octubre de 2025

Una lejana franja en la que se juntan cielo y tierra

 



En Castilla, en cuanto subes a una torre (iglesia, castillo o palacio), todo es horizonte. Aquí es tierra de pinares y las copas verdes se extienden entre los campos dedicados a otros menesteres agrícolas. Buena tierra esta para trabajar la madera y la resina y, según la variedad, piñones sabrosos. Como acaba de llover, habrá ya níscalos, algún boletus, setas de cardo, pero lo que hay sobre todo es una gran extensión de vuelo. Ni desde la torre del homenaje del castillo de Portillo, a la que se accede por una estrecha y difícil escalera (no está hecha para el turismo, sino para la defensa), se ven las montañas. Algún otero que señala la altitud antigua del páramo y la lejana franja en la que se juntan cielo y tierra. Tan lejana, que parece que el mundo es ancho y sin límites. Qué diminutos resultamos ante tanta vista, qué perdidas todas las vanidades del mundo. Ni siquiera los que construyeron este castillo como símbolo de su poder pudieron hacer nada para conservarlo. Toda una lección la de este paisaje.

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