Escuché atentamente a la escritora y traductora María Ramos Salgado (Irún, 1998) en la presentación de su libro Cartas gallegas. Una mirada hacia la Galicia interior (Vía Postal, 2024, una excelente propuesta editorial ideada por Marta Flecha Marco al cuidado de Martín Errand), del que daré cuenta aquí en cuanto pueda. Todo lo que dijo me pareció muy interesante. María es muy consciente del mundo en el que vive, incluso en su opción de vida al elegir como residencia la aldea de Carnaloba (Ourense), un lugar con dieciocho habitantes censados. Desde ese estar en el mundo ha optado por expresar la felicidad en su escritura -o, al menos, intentarlo- porque dice que ya hay demasiada gente escribiendo como si te dieran un puñetazo en la boca del estómago en cada frase. Vengo tiempo pensándolo al leer a tantos escritores que expresan la realidad con saña, una realidad que ni siquiera viven de verdad y a la que solo se asoman por noticias indirectas, consignas políticas y lecturas. Incluso cuando viven una experiencia desgarradora de las que nos depara a todos la vida, la expresan con un tremendismo de trinchera. Son también de esos autores que escriben lo que hay que escribir para posicionarse en todos los conflictos, sin una verdadera elaboración personal de las vivencias y de las ideas. Suele ocurrirles que, para hacerse un hueco en ese tipo de literatura deben elevar el tono: como si gritar más les diera mayor audiencia y credibilidad. Sus lectores también se les parecen: viven sumidos en la desesperación de que el mundo les debe algo y les amenaza en cada amanecer. No sucede solo en la literatura, también en las artes plásticas o en el cine y el teatro. María, en cambio, ve la realidad y no la oculta, pero la expresa como si todavía la vida mereciera la pena, sin que esto suponga caer en el otro lado del mismo error, la visión edulcorada de la vida.
No deberíamos sentirnos tan importantes como para pensar que nuestra opinión es imprescindible en cuanto pasa. Solo con eso contribuiríamos a reducir el ruido. Entre otras cosas porque, cuando venga la hora de gritar de verdad nos encontrará afónicos. Bastaría con vivir lo más cerca que podamos de nuestras ideas sobre la vida misma. La palabra debería encontrarse lo más cerca posible del ejemplo de lo cotidiano.

2 comentarios:
El otro día en el campo cogí la hoja reseca, marchita, de un álamo, observándola y constatando como el otoño va haciendo su trabajo.
Me fui pensando en la hoja, en las hojas de álamos, olmos… que en realidad somos todos, rebosantes de color en su plenitud, hasta que un día caen del árbol, resecas ya, arrastradas por el viento, o a merced del arroyo, y me puse a escribir en casa de una hojas caídas que el viento se lleva lejos, sin más.
Ahora todo son gritos, qué difícil oír una voz así, sin caer en lo empalagoso. La alabanza de aldea es muy vieja y es fácil que nos suene a falsa. Expresar la felicidad, qué felicidad.
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