Atisbar el almendruco más escondido entre las hojas del árbol como si se tratara de la fruta bíblica. En las leyendas, en los mitos, en los textos sagrados, hay personajes que observan a otros en secreto, que contemplan sus actos, el movimiento de sus manos, la posición del cuerpo. Suelen ser hombres que miran a jóvenes mujeres preparándose para el baño en un río, en una laguna. El significado sexual es evidente y casi siempre evidencia el deseo insano de posesión del hombre sobre la mujer, en algunos casos evidencia el despertar de la sexualidad, pero a veces se eleva: es la contemplación de la belleza que no se quiere alterar, como si el más leve ruido que denunciara la presencia rompiera ese momento mágico en el que todo es tan perfecto que el mundo se detiene y parece que estamos a punto de encontrar la razón que nos explique. Quien observa contiene la respiración y es incapaz de nada más que de mirar, tal es su asombro.
No es el caso. En el paseo, me he quedado un tiempo contemplando este almendruco, el más oculto. Recuerdo que, de niños, en la barriada, subíamos a los almendros en este tiempo que camina hacia el verano para arrancarlos de las ramas. Con las uñas, abríamos las capas exteriores del fruto (seguro que no recordábamos ya las lecciones sobre el mesocarpio y el endocarpio del colegio) para llegar a la semilla: explorar el mundo, impacientes, incapaces de esperar que el tiempo hiciera su labor. A veces tan solo queríamos fabricar pitos. Embobado por su belleza, he alargado la mano para acariciar la piel solo por saber que está ahí. Quizá tenía miedo de que la infancia haya sido solo un sueño.
10 comentarios:
Otro modo de aprendizaje, la observación.
Análogas acciones en mi infancia respecto a almendros, nogales, cerezos, etc. etc. ¿Volveríamos a practicar la toma y el consumo in situ?
Almendrucos, pitos…, palabras evocadoras.
También hoy me he fijado yo en los incipientes melocotones del melocotonero del vecino, que han venido a saludarme. Mi madre ayer dijo haber estado un rato contemplando cómo crecían las peras.
Embobados e impacientes, quién volviera a ser como los niños. O no tan niños.
Cuando uno observa un fruto en un árbol es como si se le alegrara la vida.
Precioso retrato de interior...
Un abrazo, Pedro.
Mirar o espiar. A veces el limite es un fino. Un abrazo, Pedro.
Esa impaciencia, a veces bendita y, otras, todo lo contrario.
La infancia ha sido un sueño, Pedro...
Como los frutales que nos alimentaban en aquellos veranos lejanos.
Sea en secreto o no, algunas cosas hay que hacerlas y ya.
Saludos,
J.
Aquellos paseos de niños en los que todo era de otra manera.
Precioso texto, Pedro.
Besos.
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