martes, 7 de mayo de 2024

Mirar atrás, de Elías Moro

 



En el mundo editorial, de vez en cuando, se produce la feliz coyuntura de un movimiento que va contracorriente, una pequeña grieta por la que aparecen impresos textos alejados de lo que convencionalmente llenan las mesas de novedades de las librerías y ocupan las páginas de los suplementos de los periódicos y las revistas especializadas. El lector interesado debe estar muy atento a estas novedades, que no son fácilmente accesibles puesto que nadie informa de ellas. No me refiero tanto a la rareza de un autor o de un tipo de poesía o de novela que pueda ir aparentemente contracorriente. Al fin y al cabo, estos libros tienen su colocación convencional en la estantería correspondiente. Hay algunos tipos de literatura difícilmente clasificables, géneros enteros. Sin embargo, una vez leído el texto que producen, el lector queda atrapado. En la historia de la literatura se producen fenómenos así, la aparición de una forma de decir diferente, textos que inventan géneros: las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, la nueva configuración del aforismo, el microrrelato...

Mirar atrás de Elías Moro (Newcastle ediciones, 2023) se acoge al género del I Remember (1970) del norteamericano Joe Brainard (1942-1994), llevado a canon genérico por el francés Georges Perec (1936-1982) en Je me souviens: Les choses communes (1978). El escritor Elías Moro (Madrid, 1959, pero residente en Mérida desde 1982) ya se había acercado al género en Me acuerdo (Calambur, 2009).

En resumen, el género consiste en textos muy breves que parten de una misma estructura sintáctica repetida al inicio de cada uno de ellos (me acuerdo...). En ellos, la voz narradora recuerda cosas banales -emociones, anécdotas, personajes, costumbres, imágenes, libros, películas, noticias-, ninguna de ellas de gran relevancia histórica. La acumulación de recuerdos de la memoria individual tiene la virtud de trasformar el libro en una memoria colectiva de hechos comunes a todos o casi todos los lectores. De ahí que se hayan considerado los libros de Brainard o Perec como memoria generacional. Las diferencias con el microrrelato o el aforismo son radicales, aunque, en algunos casos, los me acuerdo puedan tender a lo lírico y, en otros, a lo aforístico. Sobre la autobiografía, tiene la ventaja de la desconexión entre los textos que así pueden introducirse en una gran variedad de cuestiones, también que no pretende explicar una vida desde ningún lugar de llegada sino desde la impresión por  acumulación de los recuerdos en sí misma.

Elías Moro sigue esa convención del género, pero la adapta a su propia memoria y circunstancia: su memoria es, en gran medida, la de todos los que nacimos en los últimos años del franquismo, aunque la fuerza evocadora de algunas imágenes no dejen de ser universales y válidas para generaciones anteriores y posteriores. Sin dejar de ser memoria individual -es una de las esencias del género que nunca debe perderse-, se trasforma, por la comunidad de vivencias, en recuerdo colectivo. De hecho, es quien mejor ha abordado esta literatura en España.

Los recuerdos que disparan la memoria a veces son imágenes que llevan al autor a recuperar también olores o texturas: Me acuerdo del enloquecido ballet de las sábanas húmedas secándose al viento y al sol en balcones y terrazas, de su olor a nieve y sal, de su dulce y blanca tersura. También vivencias o circunstancias personales en las que todos podemos reconocernos: Me acuerdo de cuando me enamoraba a cada poco porque ninguna de aquellas muchachas objeto de mi deseo me hacía el menor caso; Me acuerdo de que nunca he sido capaz de hacer el pino; Me acuerdo de no haber visto nunca llorar a mi padre. Inevitablemente, surge la nostalgia de un tiempo perdido, muchas veces asociado a una marca comercial: Me acuerdo de El Lobo, qué gran turrón. Muchos de los recuerdos provienen de una foto fija de las películas vistas, de las series de televisión antiguas o de los libros leídos que, sumados, son la biblioteca emocional generacional. A veces el motivo es una palabra: Me acuerdo de que el macho de la abeja se llama zángano, una palabra que siempre me ha gustado mucho. Muchos de los recuerdos no provienen estrictamente de vivencias personales al suceder antes de que al autor naciera, sino de cosas que se han leído o sabido en algún momento y que se han instalado en el olvido hasta el momento adecuado en el que retornan para acumularse con los otros recuerdos y formar una capa profunda que nos explica: Me acuerdo de la oreja mutilada de Vicent Van Gogh... En ocasiones, el texto se desborda hacia el presente y dota al recuerdo de una interesante continuación temporal: Me acuerdo de que el horizonte nunca estaba donde esperábamos encontrarlo. / Y que sigue sin estarlo. También de una frustración ante la vida que no pudimos ser o de la caída de ídolos o esperanzas. Sin embargo, no hay un resentimiento con la vida ni con el pasado en los recuerdos de Elías Moro. De ahí el uso frecuente del humor, la ironía o la ternura. A veces es suficiente con aflorar el recuerdo para que el lector se instale en su propio pasado.

Elías Moro también utiliza el género para posicionarse ante nuestra sociedad (el recuerdo de la revolución de los claveles en Portugal, de la contaminación del aceite de colza que produjo tantas víctimas, de las ruinas tras la explosión nuclear en Hiroshima, la condición asesina de casi todas las ideologías y religiones): Me acuerdo de que todos los días mueren de hambre miles y miles de personas sin que a casi nadie parezca importarle

Al pasar las páginas de Mirar atrás y leer los textos, el lector se reconoce en los recuerdos del autor, que le da también tiempo para recuperar los propios, matizar los leídos o ampliarlos. Elías Moro ha escrito un libro mayor con textos que no lo parecen, con un exquisito tratamiento del lenguaje -algo característico en su literatura-. A través de estos recuerdos comunes, sin aparente importancia, de la acumulación de imágenes, noticias, referencias a películas y libros, personajes populares, Elías Moro se adentra en su propia memoria para contarnos la nuestra. Y el lector lo agradece, como si en estas 100 páginas se hallara, en gran medida, el tesoro más auténtico de su propia biografía.

4 comentarios:

Sor Austringiliana dijo...

Un libro refresca recuerdos ajenos que no resultan ser distintos a los propios, interesante. Memoria colectiva tal vez. Enhorabuena al autor.

Elías dijo...

No sé ni qué decirte, Pedro; apenas que me siento abrumado por la generosidad de tu lectura y tus palabras. Un gran abrazo.

Fackel dijo...

Tengo que echar un vistazo al libro en la librería habitual, creo entenderte sobre el estilo pero prefiero verlo. Gracias.

El Deme dijo...

A esta tradición de recuerdos autobiográficos también habría que sumar a la francesa Annie Ernaux. Es un género literario muy atractivo, que conecta muy rápido con la sensibilidad del lector (y si es de la misma generación, más). Gracias por informar.