viernes, 19 de mayo de 2023

Jazmín

 


En la zona de la madrileña calle de Serrano, las tapias y verjas de las casas se llenan de jazmín florecido y setos milimétricamente recortados. En el barrio de Salamanca todo está en su lugar y, salvo las calles principales, el mundo parece sosegado en esta mañana de mayo, ajena a la algarabía de la gran ciudad y el ruido de las obras constantes. Por aquellas cosas de la historia, la calle, una de las principales del barrio levantado por el hombre de negocios José de Salamanca, I marqués de Salamanca, con Grandeza de España, y una de las principales fortunas que ha tenido este país, se llamó primero bulevar de Narváez, en homenaje a Ramón María de Narváez, el Espadón de Loja, político conservador y siete veces presidente del Consejo de Ministros hasta que en 1868 falleciera y la revolución de septiembre cambiara las tornas. Entonces, la calle pasó a llamarse de Serrano por Francisco Serrano, también militar, que osciló desde el partido progresista a la Unión Liberal y de nuevo al progresismo según los vientos, para pasar de la monarquía a la I República. Entre unas cosas y otras, por estas calles con nombres de ríos (Sil, Pisuerga, Jarama, Guadalquivir, Tormes, Ebro) todo más o menos igual, con sus bancarrotas familiares y algunos disgustillos por cambios ministeriales y pérdida de beneficios y corruptelas. El olor del jazmín, dulzón y persistente, llegaba siempre en primavera. Durante unos años, estuve con una mujer que olía a jazmín y, como el jazmín, su aroma era penetrante y absoluto. Me gustaba oler su piel en las noches de verano, cuando ella dormía y la casa estaba en silencio. El jazmín de estos jardines de la zona de Serrano llena toda la calle, en cascada desde la cumbre de las tapias, saliéndose por las verjas hasta rozar los hombros de quien pasa por la acera. Las calles parecerían solitarias, de agosto en mayo, si no fuera por la presencia de muchas mujeres musulmanas con el cabello cubierto por un pañuelo y orientales, de todas las edades, que acuden a las faenas domésticas en las casas en donde están contratadas o a recados. Cuando van solas caminan con la cabeza baja. Si van o vienen en pareja, ríen y hablan entre sí con toda la sonrisa de labios y ojos o se riñen la una a la otra por esta cosa o por aquella o quizá solo se lamentan de estar tan lejos de su patria y de su familia. Quizá las que van solas sueñen con los jardines de su tierra. Pasan junto a los jazmines y se llevan parte de ellos prendidos en la ropa. Según el diccionario, la palabra jazmín procede del árabe hispano yas[a]mín y este del árabe clásico yāsamīn, y este del persa yāsaman. En su origen significa "regalo de Dios". Sonrío ahora pensando en aquella mujer que olía a jazmín. Sigo mi camino en esta mañana de mayo, salgo ya al ruido de la ciudad, camino de la estación de Chamartín, rodeada de obras interminables y un polvo ceniciento. En el tren, tras dejar la bolsa en el portamaletas, me doy cuenta de que las manos me huelen a jazmín. Había rozado las flores al pasar junto a ellas.

11 comentarios:

Emilio Manuel dijo...

Resulta que el tal Narvaez es granadino y natural de Loja.

Fackel dijo...

Un texto el que nos ofreces que los poetas andalusíes harían suyo, sin duda.

Sor Austringiliana dijo...

Una entrada con olor a jazmín, se agradece el roce. Y el paseo .

La seña Carmen dijo...

La mirada del forastero siempre tiene su interés :-).

Francesc Cornadó dijo...

El aroma del jazmín persiste, impregna los recuerdos y lleva consigo las nuevas primaveras, el discurrir de la alegría que pasa, el recuerdo de los paraísos y patrias lejanas...
Saludos
Francesc Cornadó

María dijo...


Conozco los arbolitos de Serrano, pero nunca he visto jazmín. Como conozco las calles de pintores que la rodean Goya, Velázquez, pero nunca he visto las calles de ríos que mencionas, me gusta que mi querido Sil esté ahí, aunque acoja a familias venidas a menos ; )
La historia de este país está cuajada de militares, liberales, conservadores, progresistas y reaccionarios que se han venido alternando en el poder sin que la amargura de sus disputas haya impedido que el dulzor casi mareante del jazmín persevere y lo impregne todo, a diferencia de ellos, que se han ido sin dejar aroma alguno a su paso.

Un beso

José A. García dijo...

Qué suerte que haya quienes aún se preocupan por tener plantas y flores en sus casas para deleite de propios y ajenos.

Saludos,
J.

Ele Bergón dijo...

Conozco bastante bien ese barrio de Madrid, que curiosamente, se llama de Salamanca. En uno de sus muchos colegios de niñas "ricas" estudié por beca y los domingos, me bajaba toda la calle de Goya, hasta Colón, no sin antes cruzar estas calles que nombras de ,Velázquez y Serrano, amplias, grandes, ricas y llenas de tiendas,donde compraban y compran las personas adineradas y donde el resto, nos conformamos con mirar sus escaparates.Eso es en los primeros números, en los últimos creo que es donde se encuentran los jazmines de los ricos chalets de la gente con su poder adquisitivo bastante superior a la media.

Lo que encontramos a nuestro paso, aunque sea en épocas diferentes, nos llevan a esos recuerdos que tan bien sabemos guardar en nuestra remota memoria.

Besos

Myriam dijo...

Hasta aquí llegó el aroma penetrante del jasmin.

Besos

andandos dijo...

Una entrada encantadora, Pedro. Sacas jugo de donde aparentemente no lo hay. A diferentes niveles suceden diferentes cosas.

Un fuerte abrazo

LA ZARZAMORA dijo...

Mientras siga persistente ese aroma a jazmín no todo está perdido.
Entrañable relato, Pedro.
Besos.