lunes, 5 de septiembre de 2022

Muerte de un viajante de Arthur Miller

 


Muerte de un viajante de Arthur Miller se estrenó en Broadway en 1949 y se convirtió de forma inmediata en una de las obras más importantes del teatro textual del siglo XX. Desde entonces, no ha dejado de escenificarse y cuenta con varias adaptaciones cinematográficas. A España llegó en 1952, en una versión de José López Rubio dirigida por José Tamayo y protagonizada por Carlos Lemos. En aquel reparto figuró también Francisco Rabal. Desde el mismo momento de su estreno se ha indicado en ella la mirada crítica al estilo de vida capitalista basado en el sueño del éxito y en la competitividad extrema, una verdadera trampa psicológica que provoca continuamente dramas personales.

Lo único que tienes es lo que puedes vender, le dice en un momento de la obra Charley al protagonista, Willy Loman. Es una exacta definición de lo que significa el capitalismo feroz: una persona solo es aquello que puede vender a otros, ni siquiera lo que les vendió en el pasado. Ambos son vecinos en Nueva York, pero sus vidas son muy diferentes. Willy Loman, viajante de comercio, ha llegado a los sesenta y tres años viviendo una fantasía, creyéndose un triunfador querido, admirado y respetado por todos. Ha inculcado ese mensaje a sus dos hijos. El mayor, Biff, poseía todas las dotes para triunfar al estilo de vida exigido por la sociedad, pero fracasa en los estudios y choca con su padre cuando descubre que este engaña a su madre. El menor, Happy, continúa viviendo dentro de la fantasía del padre, al igual que la madre. Se aferran a la promesa del éxito social, que debe renovarse cada día. Frente a ellos, Charley y su hijo, Bernard, no son entusiastas del sistema, pero se esfuerzan en lograr un futuro mejor adaptándose a la realidad a través del estudio, del trabajo honesto y de la bondad, sin grandes sueños y siendo conscientes de todas las grietas de la sociedad en la que viven. Arthur Miller resalta en estos personajes la necesidad de unos valores éticos en la vida (la bondad, el estudio, el esfuerzo), evidenciando aún más el equivocado camino tomado por Loman. 

Willy Loman ha vivido negándose a ver la realidad, pero esta termina imponiéndose cuando no puede mantener más la ficción en la que vive como si fuera un triunfador, lo que provoca en él una progresiva pérdida de la razón y la decisión final dado que no puede aceptar haber estado equivocado toda su vida. Después de toda una vida dedicada a la misma empresa, le despiden porque sus cifras de venta no alcanzan lo que se requiere sin importar lo aportado antes. Todo se viene abajo porque se sostiene en un frágil equilibrio. El enfrentamiento con su hijo Biff, que ha roto con los ideales sostenidos por su padre y busca su propio camino, es brutal y precipita el final. Para algunos, este gesto de Biff contiene una esperanza en un futuro mejor, pero soy de los que piensan que el profundo drama familiar vivido lo empujará también fuera de toda esperanza. La semilla de destrucción está en la educación recibida en la infancia y en unos perversos valores sociales, que lo harán infeliz para siempre de una manera dolorosa, puesto que en él no podrá actuar el falso bálsamo que sí permitirá seguir viviendo la ficción de la felicidad a su madre y a su hermano.

El capitalismo no ha dejado de imprimir nunca el sueño del éxito porque es parte de su esencia, casi una fe religiosa según la cual los elegidos son los triunfadores, pero cuando se busca sin ningún tipo de ética conduce irremediablemente al fracaso y la destrucción personal. La de Muerte de un viajante es una advertencia poderosamente actual. Hoy, por ejemplo, lo vemos en el mundo de las criptomonedas y el culto a la imagen, el cuerpo, el dinero y los automóviles de lujo como símbolo del éxito de tantos jóvenes, que serán devorados por el sistema. Arthur Miller supo dramatizar en la obra todas las contradicciones de esta sociedad cada vez más alejada de los verdaderos problemas del ser humano. Contradicciones que el mundo virtual han aumentado exponencialmente.

Por todo ello es de alabar la acertada propuesta de Okapi producciones al revisar este clásico del siglo XX, adaptado por Natalio Grueso y dirigida por Rubén Szuchmacher,una de las grandes personalidades de la escena teatral en español. Ambos nos proponen una versión desnuda de la obra, con los elementos escénicos imprescindibles cargados de simbolismo adecuado (tres paredes de ladrillos, cuatro sillas y una pantalla en la que se proyectan imágenes que contextualizan cada escena), que contribuye a marcar la fuerza del texto y el trabajo actoral. Todo en este montaje funciona como debe, incluidas las continuas analepsis y la ensoñación que supone la aparición del hermano de Loman. Las transiciones eficaces vienen a subrayar un ritmo adecuado para la comprensión del texto, que se representa sin la pausa de los actos en unos intensos noventa minutos que mantienen siempre el interés del espectador. Destaca por encima de todos los actores el trabajo interpretativo de Imanol Arias como Willy Loman, solventando con maestría los continuos cambios de edad y estados anímicos que sufre el personaje a lo largo de la obra. Junto a él componen un cuadro coherente el resto de los actores.

Vi la obra el domingo día 4 de septiembre en el Teatro Carrión de Valladolid, con lleno de público, que aplaudió con entusiasmo y al que respondió con mucho cariño Imanol Arias.

2 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...

Esto hay que verlo, si es posible. Tu reseña me deja atrapada.
Tengo el recuerdo borroso de una versión televisiva de los años setenta, un señor muy triste, amargado porque le han ido muy mal las cosas, un viajante, palabra que me era muy familiar porque mi padre lo fue un tiempo. No creo que la viera entera, era una cría... Quedó en un rincón de mi memoria, algo tenía para quedarse ahí. No sé si era Lemos o Rodero. Seguro que Imanol Arias lo borda.

El capitalismo liberaloide que ahora nos ofrecen, presente con su competitividad hasta en las leyes educativas, cielo santo, Wert, qué horror.

Ele Bergón dijo...

Tu entrada me ha llevado a ver de nuevo esta obra, en blanco en negro, que creo la vi en el Estudio Uno de TVE2, con José María Rodero y Berta Riaza junto con unos jovencísimo Juan Diego y Jaime Blanch. La obra no ha perdido actualidad. Cada vez estamos más y más metidos en este mundo capitalista que ahora está digitalizado, pero que en esencia es el mismo de hace tantos años... y va a más. Artur Miller genial.

Besos