Con Buen ladrón (Algaida, 2022), Christian Fernández Alonso obtuvo el LXVIII Premio de Novela Ateneo Ciudad de Valladolid en 2021 en su debut en el género. Nacido en Madrid, tras una larga estancia en México, en la actualidad reside en Sevilla. Licenciado en Publicidad y Relaciones Públicas, se ha formado también en artes visuales. Dirige y edita las revistas en línea Vision y Skeimbol.
La novela consiste en una bien urdida y entretenida trama sobre el expolio de obras de arte en la España de las primeras décadas del siglo XX. La razón inicial del título parte del nombre de uno de sus protagonistas, Dimas, un niño huérfano de madre e hijo de un jornalero anarquista de Villamuriel (Palencia) encarcelado injustamente, que será entrenado por Leónides Sanjurjo, anticuario y traficante de arte robado, pero el motivo tiene una carga mayor puesto que nos sitúa en el centro de un interesante debate sobre la conservación del arte en épocas en las que las instituciones todavía no habían tomado conciencia suficiente sobre su importancia y el patrimonio artístico, especialmente el que se hallaba en poder de la Iglesia católica, se encontraba sometido al abandono, destrucción y venta a los marchantes internacionales por aquellos que muchas veces ni eran sus verdaderos dueños. De tal manera que, más allá de nuestra mirada moderna sobre el asunto que nos lleva a condenar estos hechos, a veces el expolio del arte conseguía salvar objetos que, de otra modo, se hubieran perdido para siempre en medio de la desidia y la indiferencia.
En ese mundo se mueven Dimas y Leónides junto a Benigno, el peculiar chofer de este. Ellos no son más que piezas menores de un engranaje que comenzaba en la penosa situación del patrimonio artístico y culminaba en grandes coleccionistas españoles (José Lázaro Galdiano es un personaje de la novela) e internacionales. El anticuario, que terminará siendo el tutor legal del niño, vive de este tráfico ilegal pero tiene determinados valores morales, no aceptando algunos encargos que pudieran significar la exportación de piezas únicas o que se fundieran por su valor en oro o plata. Gran parte de la historia consiste en la narración de cómo la banda prepara y ejecuta los diversos golpes, hasta el mayor de ellos, cometido en la catedral de Palencia, lo que la convierte en una novela de intriga bien sostenida y de agradable lectura por la que desfilan personajes de todo tipo, incluyendo al mismo Papa, ministros o funcionarios de alto nivel. A lo largo de esta narración central se teje una entrañable relación entre los protagonistas, con los que el lector empatiza desde el inicio siguiéndolos por la provincia de Palencia, el Archivo de Simancas o Madrid.
La novela aumenta su valor por la ambientación histórica y social en la convulsa España de los años treinta del pasado siglo, en una recreación bien documentada y que contribuye con acierto a dotar de un contexto ambiental a la intriga, hasta el punto de que finalmente la narración de los diferentes robos cometidos, que sostiene muy bien la atención del lector, cede ante un retrato mucho más ambicioso de una época que termina en el incendio de la guerra civil tras la sublevación militar del 18 de julio de 1936:
No le sorprendían por tanto los vaivenes políticos de una España acostumbrada a revoluciones, alzamientos y represiones; a monarquías, dictaduras y repúblicas, alternándose cada vez más con mayor frecuencia sin que el país avanzase, en permanente deriva hacia un rumbo siempre cambiantes y dejando tras de sí una estela de violencia.
La violencia institucional (Nadie puede imaginar lo que muerde el hambre, dice Dimas), social e histórica es uno de los grandes temas de esta novela, desde el caciquismo rural, la brutal actuación de los cuerpos de seguridad en su represión de los movimientos anarquistas, la intrigas de la clase dirigente, el surgimiento del fascismo, los asesinatos previos a la guerra y todo lo que se desencadena tras el fracaso del golpe de estado, con las sacas de presos, paseos al amanecer y asesinatos continuos en la retaguardia en una consciente aniquilación de quien piensa diferente.
En mitad de toda esa violencia, unos ladrones de guante blanco como Leónides y Dimas guardan el sentido de humanidad y respeto a la belleza de los objetos artísticos, con una alta consideración del arte como cuestionamiento y rebeldía ante la sociedad.
4 comentarios:
Si los grandes monumentos, catedrales o pequeñas capillas perdidas por España hablaran, nos diría que este país le importa o le ha importado un bledo su historia, un signo de lo que hoy somos y nos ocurre. Fueron los viajeros románticos de finales del siglo XIX los que salvaron la Alhambra de Granada, de no ser por ellos ¿existiría?, lo dudo.
Tu reseña ejemplar motiva para leer esa obra. Me anoto el título junto con otros que están ahí esperando que el presupuesto y las ganas nos permitan adquirirlos.
Saludos cordiales
Bien merecido el premio, a juzgar por lo que nos adelantas. Es milagroso que quede patrimonio artístico en este país.
Excelente reseña, Pedro.
Los años treinta son un período histórico fascinante cuyo estudio nos ayuda a comprender mejor las décadas que los siguieron y parte de la esencia sociocultural de lo que sigue siendo hoy España. Da la impresión de que, en muchos aspectos, poco ha cambiado después de casi un siglo.
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