lunes, 3 de enero de 2022

El conflicto de Mil amaneceres de José Luis Alonso de Santos y noticias de nuestras lecturas

 



El lector de la obra en su versión escrita o el espectador de la misma sobre la escena no debería olvidar en ningún momento que Mil amaneceres es un monólogo teatral. Parte del juego literario consiste en que el autor, el director de escena y el actor que la representa nos hagan entrar en la ilusión de todo lo que se cuenta en ella y creeremos ver un mundo lleno de escenarios y personajes diversos aunque no salgamos nunca, en realidad, del lugar en el que se vela el cadáver de Antón. Sin embargo, como en la estructura picaresca tradicional, quien narra es el protagonista y lo hace siempre desde su perspectiva y con su conflicto. En su engaño, sin embargo, siempre se debe mostrar el truco en toda gran obra literaria, lo contrario sería ventajista y así lo hace José Luis Alonso de Santos desde que el personaje sale a escena. El Lázaro adulto se esconde detrás del Lázaro niño, que es el que retiene el lector de El Lazarillo de Tormes, pero desde el principio nos dice que quiere justificar su condición de cornudo consentidor y, por lo tanto, todo lo que viene detrás tiene esa intención, incluida la recreación de su niñez con tanta fuerza que algunos lectores se olvidan de casi todo lo que viene detrás, también del motivo del relato.

Benjamín Campos entra en escena para pronunciar el panegírico de su amigo fallecido, Antón Toledo, a petición de sor Adela, pero nos muestra su conflicto desde las primeras frases. De esta manera, convierte a lectores/espectadores en asistentes al velatorio, pero no olvidemos que quienes habitan el Hospicio de las Hermanas de la Caridad (es decir, nosotros), son locos y menesterosos. Antón Toledo no es exactamente un personaje ausente porque se encuentra de cuerpo presente en el escenario y Benjamín se dirige a él en varias ocasiones. Antón está y no está, es segunda y tercera persona, pero, por supuesto, no puede responder ni alegar nada, está muerto, pero Benjamín se dirige a él porque solo Antón puede comprender lo que lleva dentro.

En el monólogo, Benjamín da cuenta de todas las peripecias vividas junto al amigo, desde que lo conociera condenados ambos a galeras -el mayor, Antón, por consentidor; el joven, Benjamín, por hurto-, hasta que se separaron unos años antes en el Hospicio. Por el camino, quedan todas las aventuras vividas juntos, comenzando por el sufrimiento de los tiempos en los que fueron galeotes. Este sufrimiento no ha nacido solo desde que embarcaron, sino que es muy anterior, procede de la radical injusticia social que los ha conducido hasta allí, del conflicto como individuos ante una sociedad que tiene unas dinámicas perversas: a Antón le hubiera bastado matar a su mujer para lavar su honra, tal y como le insistió el cura de su parroquia, y no hubiera sido condenado; a Benjamín le hubiera salvado una mayor habilidad o el capricho del nacimiento en otra familia. Antón, por su edad y forma de ser, utiliza el humor y la risa para sobrellevar el sufrimiento y se agarra a la posibilidad de cada amanecer. Benjamín, joven, inexperto e impulsivo, se desespera por su suerte y le cuesta comprender a su amigo. El mayor ejerce de maestro, no siempre dulce y protector, del más joven. Es precisamente la risa -una de las acciones más revolucionarias y de resistencia posibles ante una sociedad y una vida injusta e inexplicable, pero que es la que a uno le ha tocado-, la que permite que ambos sobrevivan a las galeras. Una vez desembarcados, su viaje se convierte en una continua mezcla de esperanza y desesperanza, un caminar de supervivencia entre el frío y el hambre, por los caminos de una España -de un mundo- implacable en el que encuentran mucha crueldad, pero también algunos rasgos humanitarios. El más importante, aquel por el que sor Adela los salva de una situación muy comprometida y los acoge en el Hospicio. Sor Adela les abre también la oportunidad de regresar al mundo en mejores condiciones, pero para hacerlo tienen que transigir con las normas sociales y ahí es en donde se separan. Antón ya no puede más, ha encontrado el refugio ante el sufrimiento y la fragilidad en que consisten la vida y su lucha. Sin embargo, Benjamín es más joven, tiene la necesidad de regresar al mundo y explorar la posibilidad de dejar el sufrimiento viviendo en sociedad, aunque tenga que pactar con ese mundo y la injusticia con la que se rige la vida de los individuos como él. No está dispuesto a desaprovechar la oportunidad que le brinda sor Adela. Además, se ha convertido en dramaturgo, lo que permite explorar a José Luis Alonso de Santos las relaciones entre el artista y el poder, entre el artista y la sociedad.

Quizá el lector o el espectador no atento se haya entretenido con los episodios anteriores, que van de lo festivo al drama, como en la vida, pero no debería olvidar que el verdadero motivo de la obra nace ese día en el que ambos se separaron. Benjamín ha tenido posteriormente una vida de éxito, pero finalmente ha comprendido las razones de Antón sin dejar de aceptar su propio camino en la vida, pero cuestionándose hasta qué punto ha transigido con un mundo injusto. Por eso mismo, recoge el trozo de remo que Antón había guardado hasta el final de su vida desde que lo recogiera al desembarcar de galeras, para que no se le olvide el lugar del que viene y las razones de su vida. Ese es su conflicto, el que le ha motivado a regresar al Hospicio.


(Esta entradas sobre Mil amaneceres debieron publicarse en diciembre, pero la acumulación de trabajo me lo impidió. Por lo tanto, mis comentarios a esta obra, que corresponde a la lectura del mes pasado, se publicarán en estos días siguientes para dar paso al siguiente título en el resto del mes de enero, Insolación (Historia amorosa), de Emilia Pardo Bazán. Continúa en próximas entradas.)


Noticias de nuestras lecturas

Mª Carmen Ugarte publica una muy necesaria entrada para la comprensión de Mil amaneceres. En ella explica con todo acierto cómo una obra puede parecer del siglo XVII sin dejar de ser del XXI. No dejes de leerla.

María Ángeles Merino, hizo, como es habitual, un magnífico resumen de la reunión presencial del club, muy útil para aquellos que no pueden acudir a ella. Nunca agradeceremos suficientemente su trabajo. En su segunda entrada, indica la enseñanza optimista de la obra y, de paso, felicita el año a todos los lectores del club.

Recojo en estas noticias las entradas que hayan publicado los blogs amigos (si me he olvidado de alguien, agradezco que se me avise). Entrada del Club de lectura cada jueves (salvo casos excepcionales), en este blog.


Para conocer la forma de seguir las lecturas de este club y sus características y la lista del presente curso, pinchar sobre este enlace.

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1 comentario:

Sor Austringiliana dijo...

Entramos en ilusión y ya somos los locos y menesterosos del hospicio, nos lo creemos todo. Y viajamos por unos escenarios que sólo existen en un papel, mientras leemos o asistimos a la representación nuestro cerebro los procesa como reales: el convento, la galera, el mar, el camino de sur a norte, la farándula, laa mujeres que lavan y cantan en el arroyo, el pueblo del badajo... Es un gran invento el teatro. Y el bululú es esencia concentrada, con los mínimos elementos.
Benjamín vuelve donde dejó a Antón porque le ha llegado el momento de rebobinar, de considerar si hizo bien en pactar y transigir con el poder, de llevarse el remo para no olvidar el punto de partida. A todos llega o nos ha de llegar, esta historia es de cualquier siglo. En el camino, a ratos somos Antón, a ratos somos Benjamín.