miércoles, 12 de enero de 2022

Atardecer desde la Puerta del Pico

 


Hoy he venido a ver la puesta del sol en la Puerta del Pico de Béjar, una pequeña apertura en el lado más estrecho de la muralla medieval de esta ciudad inverosímil construida sobre una peña. Desde aquí se contempla el valle del Cuerpo de Hombre camino ya del Alagón, un río atemporal, y la Sierra de Francia. Salta el valle el viaducto de la autovía Ruta de la Plata, que nace en Gijón y termina en Sevilla siguiendo una parte del trazado de la calzada romana de la que toma su nombre y que unía Astorga y Mérida, pasando por Salamanca y Cáceres. Sentado en la roca, he visto caer la luz en medio del silencio. Hasta aquí no llega el ruido del tráfico de la carretera. Solo los balidos de unas ovejas en un prado, más abajo, hacia la Fuentehonda.

Cuando se alivió el confinamiento de la población provocado por la epidemia, alguna vez veníamos a ver atardecer aquí. Como he hecho hoy, recorríamos las calles de la ciudad, sinuosas y en ligera bajada. Recuerdo que uno de los vecinos había instalado en el balcón abierto unos potentes altavoces y emitía música cañí a todo volumen durante una hora. De vez en cuando, tomaba el micrófono y lanzaba todo tipo de improperios contra los políticos y el hundimiento de los valores patrios. Supongo que, al principio, lo hacía asomado a la calle, pero como nadie le hacía mucho caso, finalmente me lo imaginé sentado en el sofá, vestido con un chándal antiguo, una mano metida por la cintura y la otra agarrando el micrófono para gritar sus consignas y desahogos más cómodamente. Seguro que estaba bien pertrechado, con unas cervezas y algo que picar en la mesa.

Hay quien me pregunta si no debería publicar una continuidad de La metáfora del milo, mi diario de aquellos tiempos publicado por Eolas y menoslobos, que aún sigue gozando del favor del público y vendiéndose. Supongo que para quienes lo lean ahora por primera vez o lo lean dentro de unos años, el libro habrá cobrado un sentido de testimonio de una época por una parte y de cómo la literatura afronta un tiempo que se ha detenido por la otra. Si escribiera ahora una continuación no tendría ya la forma de diario. Quizá preferiría hacer un ensayo literario sobre cómo se ha trasformado el mundo desde entonces, haciendo muy visibles todas las grietas de nuestra sociedad, pero también la fortaleza de la unión, que ha sido mucho más poderosa de lo que creemos. Mucho más de lo que la crispación interesadamente alimentada por quienes sacan partido de ella nos permite ver.

Y en lo personal, me digo, cuántas cosas han cambiado. En silencio y soledad, veo cómo avanza la noche. Quizá también lo escriba. Cuando el sol desaparece en el horizonte, miro hacia mi espalda, hacia la muralla. Allá arriba, en la sierra, todavía hay luz. El Calvitero me espera.



3 comentarios:

Sor Austringiliana dijo...

Sí, es buena idea que siga el "mirlo". Cada día del confinamiento leía su canto..
El momento del atardecer, atrapar ese instante, despedir al sol...quién pudiera. Desde mi ventana el atardecer no se ve.
Béjar te atrapó, silencio y soledad.

Doctor Krapp dijo...

Entrar en tus textos me reconforta y sosiega el ánimo como sentirás en tus atardeceres bejaranos.

São dijo...

Soberba foto.

Esse vecino, enfim...lá acabou por perceber que não valeria a pena o esforço.

Gostei de te ler.

Tenho sina de não conhecer Mérida e gosto muito de Cáceres.

Besos, querido amigo