Ha cambiado el tiempo y comienza el frío. Cuando escribo esto, estoy en Belorado. La noche ha sido fresca y amaneció el cielo limpio. Si sigue así, no tardarán las heladas.
El viernes presenté, con el autor, la nueva obra de José Antonio Abella, Aquel mar que nunca vimos, una extraordinaria novela que contiene muchas cosas dentro. Fue emocionante hacerlo a menos de veinte quilómetros por carretera de Bañuelos de Bureba, el pequeño pueblo al que fue a parar el maestro Antoni Benaiges en 1934. Antes de que lo detuvieran, torturaran y asesinaran en el verano de 1936, arrojando sus restos (aún no encontrados, como los de miles de españoles) a una fosa común, estuvo tan solo dos cursos al frente de la escuelita rural de la localidad. En esos dos años sembró la esperanza de una vida mejor en sus alumnos. La esperanza, como las simientes, crece en la oscuridad y germina después. Desde que hace unos años se recuperara la memoria de este maestro -uno más de tantos maestros y maestras que fueron asesinados o depurados durante la guerra o tras la victoria de las tropas franquistas-, comprobamos la belleza de esta germinación. El libro de Abella cuenta esto, pero también otras muchas cosas, porque es la historia del silencio posterior. Le debo reseña.
A Belorado me trae siempre su bibliotecaria, Mercedes Álvarez. Fue alumna mía en la Facultad. Una alumna muy especial de una promoción muy especial a la que guardo muchísimo cariño y para la que escribí un discurso de graduación, El mapa del nuevo mundo, que publiqué en este blog (puede consultarse aquí), sobre lo que nos está ocurriendo. Acabo de releerlo y podría haberlo escrito hoy mismo. Cómo recuerdo aquella clase. Me alegra saber de ellos y de su fortuna o problemas en estos años. Qué bien acogido soy en Belorado por los concejales del Ayuntamiento, por el grupo lector de la biblioteca, por los alumnos matriculados en el Programa de la Experiencia de la Universidad de Burgos, por el resto de las personas que he conocido. Con qué alegría acepto siempre sus invitaciones.
En Belorado, un grupo de vecinos constituyeron una plataforma y luego, por obligación de la ley electoral, un partido político, hartos de la dinámica de los partidos políticos tradicionales. Lo integran personas de diversa condición e ideología que se han puesto de acuerdo en que lo importante es defender y hacer cosas por su localidad por encima de las diferencias. Afectado por la despoblación y la falta de proyectos ilusionantes, como gran parte de las tierras de interior españolas, este grupo de vecinos trabaja por su pueblo sin intereses personales. Este tipo de proyectos tiene otros notables ejemplos en España y parece ser que, en las próximas elecciones, se crearán más. Yo he podido comprobar la implicación en proyectos, las ganas de hacer cosas y no dejar que su pueblo caiga en el desánimo de otras localidades. Supongo que habrá gente descontenta, como en todos los lugares, pero este grupo de vecinos de Belorado me parece un buen ejemplo. Lo tienen difícil, porque la dinámica de abandono de estas tierras es muy fuerte, pero les deseo la mejor de las suertes.
Ahora, ya en mi casa, echo de menos el frescor de la mañana del sábado en Belorado, que me invitó a pasear la localidad y a subir al castillo por indicación de Federico Puentes cuando coincidimos en el bar El Paso en el desayuno. Levanto la mirada del escritorio. Anochece sobre la ciudad. Veo este anochecer y evoco otros que no olvidaré nunca.
5 comentarios:
Tengo la geografía española un tanto oxidada, he tenido que buscar donde se encontraba Belorado, ojalá sea uno de esos pueblos que son capaces de seguir viviendo ante unos pueblos que se vacían.
Un libro que devoré y releí: El mar que nunca vimos de José Antonio Abella. Una historia, la del maestro Benaiges, que no puede dejar a nadie indiferente. Y qué suerte, cayó en manos de José Antonio. Nos encontramos con el fruto de un enorme e ilusionado trabajo de documentación.
El otro día, con motivo de la Feria del Libro, en Burgos, también estuvimos con él, fue un lujo escucharlo, le di las gracias "como maestra", también como lectora.
Belorado, buen pueblo y buena gente.
Si no recuerdo mal, Belorado tuvo un semiauge reciente, allá por los años setenta y ochenta cuando casi todas las señoras de este país tenían un abrigo o un chaquetón de piel, cuando no ambos, en su armario. Los caballeros se compraban también unos buenos chaquetones forrados.
Lo malo de los abrigos de piel, aparte de modas, ecologías y otras cuestiones, es que duran toda la vida.
Y me estoy acordando ahora de los calcetines de Pradoluengo.
¡Larga vida a ese equipo municipal!
Fui reler o teu excelente discurso e , infelizmente, continua actual.
Besos, querido amigo, boa semana
Leí el libro de José Antonio Abella y me gustó mucho su forma de contarnos cómo fue investigando esta entrañable y trágica historia de Bañuelos de Bureba, donde el autor fue médico, del maestro catalán que prometió a sus alumnos castellanos que aquel fatídico verano del 36, los llevaría a conocer el mar, sin saber que por desgracia, nunca lo pudo cumplir.
Un día nos acercamos hasta Bañuelos de Bureba, un pueblo pequeñito pero tiene su encanto.
Se nota que para ti, también fue entrañable el encuentro que tuvisteis en Belorado.
Besos
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