PRESENTACIÓN
LA METÁFORA DEL MIRLO de Pedro Ojeda en Béjar, Casino Obrero. Sábado 19 de junio 2021. 20:00 horas.
Yolanda Izard
Sobre Pedro Ojeda
Presentamos hoy en Béjar un libro
muy especial, sobre todo para los bejaranos, y enseguida explicaré por qué,
pero antes me gustaría hablar un poco de su autor, Pedro Ojeda, a quienes
muchos conocerán porque tiene casa aquí, en Béjar, desde hace al menos once
años y porque su presencia ha sido tan importante para nuestra pequeña ciudad como
promotor y dinamizador cultural de primera fila que es y porque La metáfora del
mirlo es quizá, de entre todas las publicaciones que hay sobre Béjar, una de
las más interesantes para nosotros. Primero, porque el punto de vista es el de
una persona que viene de fuera pero que se ha implicado en la comunidad hasta
los adentros, y por tanto nos ve con esa necesaria perspectiva y al mismo
tiempo con cariño y gratitud, como es él. Y esto no es baladí, pues sabemos que, como
decía Tolstoi, la costumbre devora todas las cosas que nos rodean, y no solo
nos impide verlas, sino valorarlas y juzgarlas y percibir ese discreto
resplandor que nos envuelve.
Por otra parte, de su capacidad de juicio analítico, de su competencia y erudición, además de su sensibilidad y humanidad, da cuenta su amplia obra, tanto de escritura de ficción como académica y de reflexión acerca de nuestra sociedad actual. Pedro Ojeda nació en Valladolid, ciudad que compartimos ambos como compartimos Béjar, y es profesor de Literatura en la Universidad de Burgos, crítico literario, escritor (ha publicado los libros de poesía Esguevas, Echo al fuego los restos del naufragio y Piel). Además, coordina el programa Valladolid Letraherido del Ayuntamiento de Valladolid con una incesante labor que ha permitido la promoción de muchos escritores, y mantiene un interesantísimo blog cultural en Internet, La acequia, con cerca de cuatro mil entradas en las que, como él mismo señala en este libro, habla de todo, y habla de todo porque de todo sabe y todo le interesa y porque lo que alienta en el fondo de sus preocupaciones es la necesidad de comprender a los seres humanos y el mundo en el que viven y proponer soluciones, como veremos en este libro, con una visión perfectamente humanista, una incansable capacidad de trabajo y una extraordinaria generosidad para con los demás.
La metáfora del mirlo
Así que la palabra que se me ocurre para empezar a hablar
de su libro es: Gracias. Gracias por su dedicación a los demás, por compartir su
erudición y su sabiduría y por haber escrito este libro en Béjar, y en cierta forma para Béjar y sobre Béjar, un brillante trabajo constituido por un buen
puñado de entradas diarísticas que abarcan la primera y terrible primera fase
de la pandemia, con anotaciones diarias efectuadas desde el jueves 12 de marzo
de 2020 hasta el lunes 25 de mayo de 2020. Es decir, casi tres meses de
escritura diaria desde su casa en la calle Mayor de Sánchez Ocaña que eligieron Mayca
y él para su confinamiento.
Como él mismo señala, escribió La metáfora del mirlo con la intención de no olvidar esos
extraordinarios acontecimientos, surgidos con la aparición del Coronavirus y la
consecuente pandemia y el confinamiento, que supusieron un abrupto corte en
nuestras cómodas vidas. Y también, como veremos, de fijar una mirada de
gratitud hacia nuestra ciudad y su maravilloso entorno, una ciudad a la que
canta en las más soberbias, plásticas, emotivas y poéticas páginas del libro.
Precisamente, el nombre de la
colección en que está editado el libro es Narraciones
de un náufrago, y esto es de lo que parte su escritura: una experiencia de
naufragio por el confinamiento en
casa que Pedro despliega en el
libro en tres fases temporales: el
presente, desde Béjar, adquiere en el libro una especial densidad, como una
despedida o la constatación de una pérdida, un canto elegíaco y al mismo tiempo
de alabanza contemplativa por el regalo de su belleza natural; el futuro se ve tanto con una inquietante incertidumbre como desde el deseo de que el
dolor propicie un cambio de verdad fructífero, salvador. Y el pasado regresa a la
memoria nostálgica a través de la infancia, la familia, el recuerdo de las
vivencias en la naturaleza, los amigos, las lecturas. Y entre todo ello, algún
viaje interior (que nos lleva al recuerdo del Viaje alrededor de mi habitación,
de Xavier de Maistre), acezados por la
memoria y por la imaginación (como el viaje a Cascais).
La metáfora del mirlo trata de
dejar constancia de las debilidades del hombre, pero también de sus fortalezas,
y testificarlo desde una visión personal, íntima, distinta por tanto a otros
intentos de escritores que como él han escrito sobre su propia experiencia acerca
del Covid. En el caso del diario de
Pedro, mira a los seres humanos no solo a través de los datos objetivos y
contrastados sobre la evolución de la pandemia y sus efectos en la sociedad y
en el individuo, sino también de la percepción sensorial, la imaginación, la
intuición y la memoria, que son las herramientas de todo escritor
verdadero, cuyo objetivo, como señala la premio Nobel Svetlana Alexiévich, es
el alma humana; en el caso de Pedro, un alma iluminada por la percepción de la
belleza de la naturaleza, por el deseo de un mundo mejor, por la nostalgia de
lo sentido y lo vivido, por el respeto a la vida y a lo vivo, pues escribe con
frecuencia desde lo hondo de su ser.
De alguno de los temas más
importantes del libro hablaré a continuación porque el tiempo no da,
lamentablemente, para todos:
Béjar y su entorno. Además de meditar sobre su propia infancia y su
familia (De los emocionantes escombros de la vida surge la motivación del
poema, decía Francisco Brines.), y hablar
de sus amigos, los escritores que ama y la vida cotidiana en su casa, porque,
como escribió María Zambrano, hay que Acoger todo lo que nos sucede como hechos
de la vida, Pedro se detiene con especial devoción en nuestra tierra, en Béjar
y su entorno, que acaba constituyendo
uno de les temas principales del libro, aparte de la pandemia. Y su mirada
hacia ella es esencialmente poética en medio del transcurrir de los días, las
horas, las luces y las sombras, el maravilloso espectáculo de ver desde un
mismo punto cada día (su casa en la calle Mayor de Sánchez Ocaña) una
naturaleza que nunca es igual, que jamás se repite. Una especie de viaje
iniciático a la percepción de la belleza del mundo a través de la contemplación
de los paisajes bejaranos (por un lado a la ciudad, la calle Mayor desierta;
por otro, desde la galería, al Castañar y la sierra) en una geografía que bien
podría llamarse espiritual: “Hoy sí que
ha caído un golpe de agua en Béjar. He salido al balcón de la calle Mayor a ver
la luz después de la lluvia y la calle mojada. ¡Qué luz la de después de una tormenta!” (pág. 79). O desde el
recuerdo: “¿Recuerdas el silencio de
Hoya Moros solo roto por el chillido de un águila al pasar? Guardo ese silencio
dentro de mí como uno de los tesoros más grandes de mi vida.” (pág. 30) Una
mirada que, como vemos en estos ejemplos, y hay muchos, enciende los más bellos
pasajes del libro, en los que despliega sus dotes para la contemplación atenta,
emotiva y poética de nuestra tierra, y
también sus extensos conocimientos de ella (como esa entrada de la pág. 20
sobre el cuadro El pino de Béjar de Darío Regoyos, que Mayca y él mismo documentaron
para el Museo de El Prado). A veces, le basta una entrada brevísima para hablar
del mundo y de su propio ser contemplativo: “Asomado a la ventana veo pasar una golondrina”. La mirada
encerrada ve el mundo de otra forma: ve el sueño de la libertad en el paso de
un ave con esa templanza y esa serenidad que marcan el tono del libro. Y
comprende así el dulce paso del tiempo, “hecho de tomillos, relámpagos o
cataratas tanto o más que de metafísicas”, como señaló Jesús Aguado.
Béjar, pues, se constituye en uno
de los principales motores de su diario y la mención a su belleza se concreta
en nombres específicos de lugares amados: el balconcillo de la médica, “el cambiante color de la sierra”, los
“atardeceres y amaneceres prodigiosos sobre La Covatilla”(48), las casas de la
calle Mayor, algunas “verdaderos palacios” , “huellas de aquellos tiempos de
esplendor”, el teatro Cervantes “de magnífica factura”, Llano Alto y el arroyo
de la Paloma, Candelario, la carretera de La Garganta, el Castañar, Santa Ana.
Y los nombres de sus amigos, escritores y senderistas bejaranos, de su flora,
de sus aves (qué importantes las aves en este libro, como luego veremos). Todo
está presente en estas páginas para hablarnos de quiénes somos, qué somos.
Sin olvidar la situación política
durante la pandemia con la tolerante actitud
que le caracteriza: “La hermosa
ciudad que tanto me ha dado desde que hace once años me comprometí con ella sin
mirar el color político de mis amigos ni quién gobernaba la institución con la
que colaboraba para fomentar la cultura” (pág. 158). Se trata, sin duda, de
lo que él mismo llama “la colaboración
para un bien común”, una idea que late siempre en estas páginas y que le hermanan con escritores como Muñoz
Molina o Francisco Brines, escritores de la templanza, de la tolerancia y de la
convivencia pacífica. Y que concreta cuando se presiente ya el final del
confinamiento: “Desde allí miraré esta
ciudad alargada y cerraré un momento los ojos para desearle toda la fortuna en
esta incertidumbre que comienza ahora” (pág. 160).
Y abarca además muchos de los
aspectos de sus preocupaciones, empezando por la inquietud por este mundo que
agoniza. En una entrada de la parte final del libro, habla de la contemplación de la belleza de
las flores (pág. 151) que en Japón es tan importante que hasta tiene su propia
palabra, “Hanami”: “Poseer una palabra así define una cultura”.
Y habla del “don maravilloso que es la vida si uno presta atención a las cosas más
sencillas y cotidianas. Dura tan poco esa maravilla que no nos deberíamos
culpar por admirarla y no se contradice con otras reflexiones sobre la dura
condición de vivir”. Y no exagero si digo que este libro es una especie de
manual del buen vivir, que nos redime como seres humanos.
Lo que sin duda tiene relación con otro aspecto fundamental en La metáfora del mirlo, lo que él llamó, en una sección de su blog La acequia, “Pensar el mundo a principios de siglo”. Pensar el mundo, para él, parte de un incuestionable sentido de la ética en general y de la ética en tiempos de pandemia en particular. Entendida en el sentido que le da Francisco Brines, la ética para aprender a vivir mejor, que atraviesa todo el libro y tiene que ver con el concepto de libertad y responsabilidad cívica, con la construcción de un mundo respetuoso, conciliador, sin crispación, de ciudades habitables que es preciso pensar de otra forma, del reconocimiento del poder salvífico de la democracia en la que a veces se deben ceder algunos derechos individuales en pro del bien común. Sobre todo ello, orbita la conciencia de que la incertidumbre en la que vivimos “es lo más radicalmente humano que tenemos. La mayor parte de los conflictos, de las guerras y del dolor que nos hemos causado se debe a las certezas”. (pág. 98)
El título y su metáfora
Como es frecuente en las obras
literarias, en el título de este libro, La metáfora del mirlo, alienta una
carga semántica de profundidad. No solo los pájaros viven en este diario de
elegía por una naturaleza que agoniza a causa del crecimiento desaforado e
insostenible, también están aquí como
representantes de la belleza y variedad del mundo natural: el picapinos, el
cuco, la oropéndola, los vencejos, el mirlo, las golondrinas bejaranas. Este
libro está felizmente lleno de pájaros felices. Pero lo que le llama la
atención a Pedro es un pájaro concreto, el mirlo que a raíz del confinamiento de todos los españoles
y de su ausencia de las calles decidió hacer su nido en la estatua del Cristo
de la Inquisición del Museo de Fabio Nelli en Valladolid. La metáfora del mirlo
es muy bella y al mismo tiempo es aterradora, porque muestra cómo es de
necesaria la ausencia del hombre para que la naturaleza sobreviva y cómo la
presencia humana arrasa con todos los ecosistemas.
Y tiene trascendencia que Pedro
haya elegido como título precisamente el símbolo de la vida que se regenera sin
el hombre, pues es una de las preocupaciones que se muestran con frecuencia en
sus páginas, en las que se cuestiona cómo será el mundo después de la pandemia,
con esas preguntas tan machadianas: “Cuando
nos dejen salir, ¿cómo será el anochecer?” (pág. 66). “¿Estará ya apuntando la candela como parece?”, pág. 117, o: “¿Nos buscarán los ruiseñores en las terrazas
vacías de nuestras ciudades?”, pág. 73); o si al regreso a la vida normal,
“saldremos mejores de esta pandemia”, si
“habrá renacimiento después de esta peste”. La progresión del diario
permite visibilizar la progresión de la pandemia y por tanto la anímica y reflexiva de su autor, que en las páginas
finales se muestra muy escéptico: “Siento
que se alientan los lados más oscuros de los seres humanos” O: “Cuando más cerca estamos de poder salir de
la pandemia, más nos parecemos a nosotros mismos”. (pág. 143)
Pero hasta llegar a esta visión
pesimista, Pedro Ojeda ha imaginado que la experiencia global y extrema
permitiría una reconciliación del hombre con la naturaleza, desde su mirada puesta en
Béjar: (sin la contaminación), “Pocas
veces he visto la luz de la sierra tan pura, las plantas con tanta exuberante
belleza, el aire limpio” (pág. 121). O esa admiración, en la primera salida
al campo, ante una contemplación que se diría iniciática: “lo que más me ha llamado la atención, en contra de lo que yo
pensaba, no era lo que estaba lejos (…), sino lo más cercano, la delicada
hierba, las escobas, el musgo y los líquenes, la vida entre las piedras y las
rocas, la flor violeta y blanca de la vicia, la blanca pura de la arenaria.
¡Qué delicadeza libre la de estas hierbas!” (Pág. 120). Siempre con esa
escritura y ese tono claro, emotivo, mesurado, iluminador.
Estoy segura, y acabo ya, de que La metáfora del mirlo es un libro de lectura necesaria porque nutre tanto el espíritu como la mente con su palabra serena y su clarificadora visión del mundo, por sus elegías por una tierra agónica, sus propuestas para vivir en un mundo mejor, su reivindicación de la tolerancia y contra la crispación, su generosa y poética mirada sobre nuestra tierra. Un libro para repensar el mundo y dentro de él nuestra pequeña patria, y para amarla.
OTROS ASPECTOS DE LA METÁFORA DEL MIRLO
La fragmentariedad como forma de concebir el mundo actual: la fragmentariedad que propicia el género del diario permite una posibilidad casi infinita de entradas, de temas y variaciones, y resulta tan moderna, tan contemporánea, porque es la forma de escritura más adecuada y pertinente para estos tiempos, como escribe Vicente Luis Mora, de intereses múltiples, de realidad aumentada, de paseantes por Internet. Pedro Ojeda maneja esta fragmentariedad con habilidad y aprovecha todas sus ventajas para ofrecer un abanico de temas que despliegan una visión del mundo, su visión del mundo.
El tono de la escritura. Como responde a un libro en el que la mesura, la templanza, la visión humanista y el respeto constituyen sus pilares, también el tono lo es: mesurado y conciliador cuando trata de temas político-sociales, tan alejado de esa crispación que tanto deplora. Y sereno, emotivo y lírico cuando escribe y fija su mirada sobre la naturaleza, sobre los seres amados, o en los propios poemas que aquí y allá puntean las páginas. Y, en general, teñido de discreta nostalgia. Una escritura clara, serena, intensa, emotiva.
*También
hay en La metáfora del mirlo una lúcida postura
crítica, pero siempre templada, razonada, argumentada con claridad y
sencillez expositiva: aquel poeta fingidor, la sociedad del escaparate que
abarca hasta a los propios políticos, los negacionistas y conspiranoicos…
Yolanda
Izard
Valladolid,
Junio 2021
7 comentarios:
El mirlo vuela en su paisaje natural.
Felicidades, Pedro. Mañana...
Sobran los motivos para que te sientas orgulloso. Felicidades!
Enhorabuena, Pedro. Le deseo el mejor de los recorridos a tu libro de paisajes interiores y exteriores...
¿En que librerías de Pucela está? Así voy a tiro fijo...
Abrazo.
Me gustó muchísimo la presentación de Yolanda y su magnífica intuición sobre el contenido del libro. Un placer estar entre amigos,aunque echara de menos a unos cuantos.
Magnífico retrato en esa presentación y en lo que yo conozco y admiro de tu obra.
¡Qué maravilla de presentación la de Yolanda Izar! Gracias por haberla traido aquí para compartirla con quienes no pudimos estar presentes. Entiendo perfectamente que te sientas tan identificado en sus palaras. (y enhorabuena y felicitaciones por tu libro, nuevamente).
Besos
Debió ser una de la presentaciones más emocionantes para ti y tod@s tus amig@s, de este libro vivido y escrito en Béjar, en unas circunstancias tan, tan especiales, por ello vuestro disfrute debió ser mayor que en otras ocasiones.
La lectura de tu "Metáfora del mirlo", también para mí, fue distinta y especial. Enhorabuena.
Besos
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