jueves, 1 de julio de 2021

Presentación de La metáfora del mirlo en Béjar y texto de Yolanda Izard

 

Con la escritora Yolanda Izard en la biblioteca
 del Casino Obrero de Béjar, unos minutos antes de la presentación del libro.

El final del curso académico y los compromisos urgentes con los actos de Valladolid Letraherido, no solo me han apartado de la publicación regular en este espacio, que me propongo retomar estos días, sino que me han impedido dar cuenta de la presentación de mi libro, La metáfora del mirlo, en Béjar el pasado 19 de junio. El acto tuvo lugar en el salón de actos del Casino Obrero, una institución bejarana con ciento cuarenta años en su historia y que siempre ha sido lugar de reunión y espacio para la palabra y el arte. En sus instalaciones han tenido lugar conferencias, asambleas y debates, presentaciones de libros y exposiciones artísticas. Mantener esta institución en momentos como los actuales es una tarea que honra a los que lo dirigen y a sus socios.

La presentación de mi libro fue promovida por el Centro de Estudios Bejaranos, al que pertenezco desde hace un año, cuando tuvo el cariñoso gesto de acogerme como miembro,  y quiero expresar mi agradecimiento a su presidenta, Josefa Montero, y a su secretaria, Carmen Cascón, que tanto ha hecho para que este acto, el primero con público que celebra el CEB desde que se desatara la pandemia, saliera adelante. Por supuesto, mi agradecimiento se hace extensivo a la Junta Directiva del Casino Obrero en el nombre de su vicepresidente, Iván Parro, siempre abierto a promover la cultura en aquella ciudad.

No escondo que la presentación me emocionó notablemente porque La metáfora del mirlo se escribió en Béjar y tiene a su paisaje natural y urbano como protagonista, así como a muchos de los amigos que me han acogido en la ciudad desde mis primeras visitas. Todavía recuerdo los días más duros del confinamiento de la población del año pasado, en los que tomaba una fotografía diaria desde el balcón de la calle mayor de Sánchez Ocaña y otra desde el ventanal que da a la sierra. Esas fotografías me sirven ahora como testimonio de aquellos días.

Tuve la fortuna de que mi libro lo presentara en ese acto la escritora bejarana Yolanda Izard, novelista y poeta premiada y una de las voces más importantes del panorama literario de los últimos años. A pesar de que había reseñado mi libro para una revista cultural, desconocía cómo iba a enfocar el acto. Me reconocí tanto en lo que dijo y en cómo lo dijo, que no puedo dejar de publicar aquí su texto, subrayado con mi agradecimiento, admiración y mi emoción.

---

PRESENTACIÓN

LA METÁFORA DEL MIRLO de Pedro Ojeda en Béjar, Casino Obrero. Sábado 19 de junio 2021. 20:00 horas.

Yolanda Izard

 

Sobre Pedro Ojeda

Presentamos hoy en Béjar un libro muy especial, sobre todo para los bejaranos, y enseguida explicaré por qué, pero antes me gustaría hablar un poco de su autor, Pedro Ojeda, a quienes muchos conocerán porque tiene casa aquí, en Béjar, desde hace al menos once años y porque su presencia ha sido tan importante para nuestra pequeña ciudad como promotor y dinamizador cultural de primera fila que es y porque La metáfora del mirlo es quizá, de entre todas las publicaciones que hay sobre Béjar, una de las más interesantes para nosotros. Primero, porque el punto de vista es el de una persona que viene de fuera pero que se ha implicado en la comunidad hasta los adentros, y por tanto nos ve con esa necesaria perspectiva y al mismo tiempo con cariño y gratitud, como es él.  Y esto no es baladí, pues sabemos que, como decía Tolstoi, la costumbre devora todas las cosas que nos rodean, y no solo nos impide verlas, sino valorarlas y juzgarlas y percibir ese discreto resplandor que nos envuelve.

Por otra parte, de su capacidad de juicio analítico,  de su competencia y erudición, además de su sensibilidad y humanidad, da cuenta su amplia obra, tanto de escritura de ficción como académica y de reflexión acerca de nuestra sociedad actual. Pedro Ojeda nació en Valladolid, ciudad que compartimos ambos como compartimos Béjar, y es profesor de Literatura en la Universidad de Burgos, crítico literario, escritor (ha publicado los libros de poesía Esguevas, Echo al fuego los restos del naufragio y Piel). Además, coordina el programa Valladolid Letraherido del Ayuntamiento de Valladolid con una incesante labor que ha permitido la promoción de muchos escritores, y mantiene un interesantísimo blog cultural en Internet, La acequia, con cerca de cuatro mil entradas en las que, como él mismo señala en este libro, habla de todo, y habla de todo porque de todo sabe y todo le interesa y porque lo que alienta en el fondo de sus preocupaciones es la necesidad de comprender a los seres humanos y el mundo en el que viven y proponer soluciones, como veremos en este  libro, con una visión perfectamente humanista, una incansable capacidad de trabajo y  una extraordinaria generosidad para con los demás.

La metáfora del mirlo

Así que la  palabra que se me ocurre para empezar a hablar de su libro es: Gracias. Gracias por su dedicación a los demás, por compartir su erudición y su sabiduría y por haber escrito este libro en Béjar,  y en cierta forma para Béjar y sobre Béjar,  un brillante trabajo constituido por un buen puñado de entradas diarísticas que abarcan la primera y terrible primera fase de la pandemia, con anotaciones diarias efectuadas desde el jueves 12 de marzo de 2020 hasta el lunes 25 de mayo de 2020. Es decir, casi tres meses de escritura diaria desde su casa en la calle Mayor de Sánchez Ocaña que eligieron Mayca y él para su confinamiento.

Como él mismo señala, escribió La metáfora del mirlo con la intención de no olvidar esos extraordinarios acontecimientos, surgidos con la aparición del Coronavirus y la consecuente pandemia y el confinamiento, que supusieron un abrupto corte en nuestras cómodas vidas. Y también, como veremos, de fijar una mirada de gratitud hacia nuestra ciudad y su maravilloso entorno, una ciudad a la que canta en las más soberbias, plásticas, emotivas y poéticas páginas del libro.

Precisamente, el nombre de la colección en que está editado el libro es Narraciones de un náufrago, y esto es de lo que parte su escritura: una experiencia de naufragio por el confinamiento en  casa  que Pedro despliega en el libro en tres fases temporales: el presente, desde Béjar, adquiere en el libro una especial densidad, como una despedida o la constatación de una pérdida, un canto elegíaco y al mismo tiempo de alabanza contemplativa por el regalo de su belleza natural;  el futuro se ve tanto con una inquietante  incertidumbre como desde el deseo de que el dolor propicie un cambio de verdad fructífero, salvador. Y el pasado regresa a la memoria nostálgica a través de la infancia, la familia, el recuerdo de las vivencias en la naturaleza, los amigos, las lecturas. Y entre todo ello, algún viaje interior (que nos lleva al recuerdo del Viaje alrededor de mi habitación, de Xavier de Maistre),  acezados por la memoria y por la imaginación (como el viaje a Cascais).

La metáfora del mirlo trata de dejar constancia de las debilidades del hombre, pero también de sus fortalezas, y testificarlo desde una visión personal, íntima, distinta por tanto a otros intentos de escritores que como él han escrito sobre su propia experiencia acerca del  Covid. En el caso del diario de Pedro,  mira a los seres humanos no solo a través de los datos objetivos y contrastados sobre la evolución de la pandemia y sus efectos en la sociedad y en el individuo, sino también de la percepción sensorial, la imaginación, la intuición y la memoria, que son las herramientas de todo escritor verdadero, cuyo objetivo, como señala la premio Nobel Svetlana Alexiévich, es el alma humana; en el caso de Pedro, un alma iluminada por la percepción de la belleza de la naturaleza, por el deseo de un mundo mejor, por la nostalgia de lo sentido y lo vivido, por el respeto a la vida y a lo vivo, pues escribe con frecuencia desde lo hondo de su ser.

De alguno de los temas más importantes del libro hablaré a continuación porque el tiempo no da, lamentablemente, para todos:

 

Béjar y su entorno. Además de meditar sobre su propia infancia y su familia (De los emocionantes escombros de la vida surge la motivación del poema, decía Francisco Brines.), y hablar de sus amigos, los escritores que ama y la vida cotidiana en su casa, porque, como escribió María Zambrano, hay que Acoger todo lo que nos sucede como hechos de la vida, Pedro se detiene con especial devoción en nuestra tierra, en Béjar y  su entorno, que acaba constituyendo uno de les temas principales del libro, aparte de la pandemia. Y su mirada hacia ella es esencialmente poética en medio del transcurrir de los días, las horas, las luces y las sombras, el maravilloso espectáculo de ver desde un mismo punto cada día (su casa en la calle Mayor de Sánchez Ocaña) una naturaleza que nunca es igual, que jamás se repite. Una especie de viaje iniciático a la percepción de la belleza del mundo a través de la contemplación de los paisajes bejaranos (por un lado a la ciudad, la calle Mayor desierta; por otro, desde la galería, al Castañar y la sierra) en una geografía que bien podría llamarse espiritual: “Hoy sí que ha caído un golpe de agua en Béjar. He salido al balcón de la calle Mayor a ver la luz después de la lluvia y la calle mojada. ¡Qué luz la de después de  una tormenta!” (pág. 79). O desde el recuerdo: “¿Recuerdas el silencio de Hoya Moros solo roto por el chillido de un águila al pasar? Guardo ese silencio dentro de mí como uno de los tesoros más grandes de mi vida.” (pág. 30) Una mirada que, como vemos en estos ejemplos, y hay muchos, enciende los más bellos pasajes del libro, en los que despliega sus dotes para la contemplación atenta, emotiva y poética de nuestra tierra,  y también sus extensos conocimientos de ella (como esa entrada de la pág. 20 sobre el cuadro El pino de Béjar de Darío Regoyos, que Mayca y él mismo documentaron para el Museo de El Prado). A veces, le basta una entrada brevísima para hablar del mundo y de su propio ser contemplativo: “Asomado a la ventana veo pasar una golondrina”. La mirada encerrada ve el mundo de otra forma: ve el sueño de la libertad en el paso de un ave con esa templanza y esa serenidad que marcan el tono del libro. Y comprende así el dulce paso del tiempo, “hecho de tomillos, relámpagos o cataratas tanto o más que de metafísicas”, como señaló Jesús Aguado.

Béjar, pues, se constituye en uno de los principales motores de su diario y la mención a su belleza se concreta en nombres específicos de lugares amados: el balconcillo de la médica,  “el cambiante color de la sierra”, los “atardeceres y amaneceres prodigiosos sobre La Covatilla”(48), las casas de la calle Mayor, algunas “verdaderos palacios” , “huellas de aquellos tiempos de esplendor”, el teatro Cervantes “de magnífica factura”, Llano Alto y el arroyo de la Paloma, Candelario, la carretera de La Garganta, el Castañar, Santa Ana. Y los nombres de sus amigos, escritores y senderistas bejaranos, de su flora, de sus aves (qué importantes las aves en este libro, como luego veremos). Todo está presente en estas páginas para hablarnos de quiénes somos, qué somos.

Sin olvidar la situación política durante la pandemia con la tolerante actitud  que le caracteriza: “La hermosa ciudad que tanto me ha dado desde que hace once años me comprometí con ella sin mirar el color político de mis amigos ni quién gobernaba la institución con la que colaboraba para fomentar la cultura” (pág. 158). Se trata, sin duda, de lo que él mismo llama “la colaboración para un bien común”, una idea que late siempre en estas páginas y  que le hermanan con escritores como Muñoz Molina o Francisco Brines, escritores de la templanza, de la tolerancia y de la convivencia pacífica. Y que concreta cuando se presiente ya el final del confinamiento: “Desde allí miraré esta ciudad alargada y cerraré un momento los ojos para desearle toda la fortuna en esta incertidumbre que comienza ahora” (pág. 160).

Y abarca además muchos de los aspectos de sus preocupaciones, empezando por la inquietud por este mundo que agoniza. En una entrada de la parte final del libro,  habla de la contemplación de la belleza de las flores (pág. 151) que en Japón es tan importante que hasta tiene su propia palabra, “Hanami”: “Poseer una palabra así define una cultura”.  Y habla del “don maravilloso que es la vida si uno presta atención a las cosas más sencillas y cotidianas. Dura tan poco esa maravilla que no nos deberíamos culpar por admirarla y no se contradice con otras reflexiones sobre la dura condición de vivir”. Y no exagero si digo que este libro es una especie de manual del buen vivir, que nos redime como seres humanos.

Lo que sin duda tiene relación con otro aspecto fundamental en La metáfora del mirlo, lo que él llamó, en una sección de su blog La acequia, “Pensar el mundo a principios de siglo”. Pensar el mundo, para él, parte de un incuestionable sentido de la ética en general y de la ética en tiempos de pandemia en particular. Entendida en el sentido que le da Francisco Brines, la ética para aprender a vivir mejor, que atraviesa todo el libro y  tiene que ver con el concepto de libertad y responsabilidad cívica, con la construcción de un mundo respetuoso, conciliador, sin crispación, de ciudades habitables que es preciso pensar de otra forma, del reconocimiento del poder salvífico de la democracia en la que a veces se deben ceder algunos derechos individuales en pro del bien común. Sobre todo ello, orbita la conciencia de que la incertidumbre en la que vivimos “es lo más radicalmente humano que tenemos. La mayor parte de los conflictos, de las guerras y del dolor que nos hemos causado se debe a las certezas”. (pág. 98)

El título y su metáfora

Como es frecuente en las obras literarias, en el título de este libro, La metáfora del mirlo, alienta una carga semántica de profundidad. No solo los pájaros viven en este diario de elegía por una naturaleza que agoniza a causa del crecimiento desaforado e insostenible,  también están aquí como representantes de la belleza y variedad del mundo natural: el picapinos, el cuco, la oropéndola, los vencejos, el mirlo, las golondrinas bejaranas. Este libro está felizmente lleno de pájaros felices. Pero lo que le llama la atención a Pedro es un pájaro concreto, el mirlo que  a raíz del confinamiento de todos los españoles y de su ausencia de las calles decidió hacer su nido en la estatua del Cristo de la Inquisición del Museo de Fabio Nelli en Valladolid. La metáfora del mirlo es muy bella y al mismo tiempo es aterradora, porque muestra cómo es de necesaria la ausencia del hombre para que la naturaleza sobreviva y cómo la presencia humana arrasa con todos los ecosistemas.

Y tiene trascendencia que Pedro haya elegido como título precisamente el símbolo de la vida que se regenera sin el hombre, pues es una de las preocupaciones que se muestran con frecuencia en sus páginas, en las que se cuestiona cómo será el mundo después de la pandemia, con esas preguntas tan machadianas: “Cuando nos dejen salir, ¿cómo será el anochecer?” (pág. 66). “¿Estará ya apuntando la candela como parece?”, pág. 117, o: “¿Nos buscarán los ruiseñores en las terrazas vacías de nuestras ciudades?”, pág. 73); o si al regreso a la vida normal, “saldremos mejores de esta pandemia”, si “habrá renacimiento después de esta peste”. La progresión del diario permite visibilizar la progresión de la pandemia y por tanto la  anímica y reflexiva de su autor, que en las páginas finales se muestra muy escéptico: “Siento que se alientan los lados más oscuros de los seres humanos” O: “Cuando más cerca estamos de poder salir de la pandemia, más nos parecemos a nosotros mismos”. (pág. 143)

Pero hasta llegar a esta visión pesimista, Pedro Ojeda ha imaginado que la experiencia global y extrema permitiría una reconciliación del hombre  con la naturaleza, desde su mirada puesta en Béjar: (sin la contaminación), “Pocas veces he visto la luz de la sierra tan pura, las plantas con tanta exuberante belleza, el aire limpio” (pág. 121). O esa admiración, en la primera salida al campo, ante una contemplación que se diría iniciática: “lo que más me ha llamado la atención, en contra de lo que yo pensaba, no era lo que estaba lejos (…), sino lo más cercano, la delicada hierba, las escobas, el musgo y los líquenes, la vida entre las piedras y las rocas, la flor violeta y blanca de la vicia, la blanca pura de la arenaria. ¡Qué delicadeza libre la de estas hierbas!” (Pág. 120). Siempre con esa escritura y ese tono claro, emotivo, mesurado, iluminador.

Estoy segura, y acabo ya, de que La metáfora del mirlo es un libro de lectura necesaria porque  nutre tanto el espíritu como la mente con su palabra serena y su clarificadora visión del mundo, por sus elegías por una tierra agónica, sus propuestas para vivir en un mundo mejor, su reivindicación de la tolerancia y contra la crispación, su generosa y poética mirada sobre nuestra tierra. Un libro para repensar el mundo y dentro de él nuestra pequeña patria, y para amarla.

OTROS ASPECTOS DE LA METÁFORA DEL MIRLO

La fragmentariedad como forma de concebir el mundo actual: la fragmentariedad que propicia el género del diario permite una posibilidad casi infinita de entradas, de temas y variaciones,  y resulta tan moderna, tan contemporánea, porque es la forma de escritura más adecuada y pertinente para estos tiempos, como escribe Vicente Luis Mora, de intereses múltiples, de realidad aumentada, de paseantes por Internet.  Pedro Ojeda maneja esta fragmentariedad con habilidad y aprovecha todas sus ventajas para ofrecer un abanico de temas que despliegan una visión del mundo, su visión del mundo. 

El tono de la escritura. Como responde a un libro en el que la mesura, la templanza, la visión humanista y el respeto constituyen sus pilares, también el tono lo es: mesurado y  conciliador cuando trata de temas político-sociales, tan alejado de esa crispación que tanto deplora. Y sereno, emotivo y lírico cuando escribe y fija su mirada sobre la naturaleza, sobre los seres amados, o en los propios poemas que aquí y allá puntean las páginas. Y, en general,  teñido de discreta nostalgia. Una escritura clara, serena, intensa, emotiva.

*También hay en La metáfora del mirlo una lúcida postura crítica, pero siempre templada, razonada, argumentada con claridad y sencillez expositiva: aquel poeta fingidor, la sociedad del escaparate que abarca hasta a los propios políticos, los negacionistas y conspiranoicos…

 

Yolanda Izard

Valladolid, Junio 2021


---

Gracias a la eficaz labor de promoción del CEB, se grabó un vídeo promocional unos minutos antes que puede verse en este enlace, así como todo el acto de presentación, incluida mi respuesta a la presentación de Yolanda Izard, que puede consultarse aquí.


7 comentarios:

Sor Austringiliana dijo...

El mirlo vuela en su paisaje natural.
Felicidades, Pedro. Mañana...

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Sobran los motivos para que te sientas orgulloso. Felicidades!

impersonem dijo...

Enhorabuena, Pedro. Le deseo el mejor de los recorridos a tu libro de paisajes interiores y exteriores...

¿En que librerías de Pucela está? Así voy a tiro fijo...

Abrazo.

mojadopapel dijo...

Me gustó muchísimo la presentación de Yolanda y su magnífica intuición sobre el contenido del libro. Un placer estar entre amigos,aunque echara de menos a unos cuantos.

Doctor Krapp dijo...

Magnífico retrato en esa presentación y en lo que yo conozco y admiro de tu obra.

Myriam dijo...

¡Qué maravilla de presentación la de Yolanda Izar! Gracias por haberla traido aquí para compartirla con quienes no pudimos estar presentes. Entiendo perfectamente que te sientas tan identificado en sus palaras. (y enhorabuena y felicitaciones por tu libro, nuevamente).

Besos

Ele Bergón dijo...

Debió ser una de la presentaciones más emocionantes para ti y tod@s tus amig@s, de este libro vivido y escrito en Béjar, en unas circunstancias tan, tan especiales, por ello vuestro disfrute debió ser mayor que en otras ocasiones.

La lectura de tu "Metáfora del mirlo", también para mí, fue distinta y especial. Enhorabuena.

Besos