Diferentes circunstancias (problemas iniciales, la pandemia causada por la COVID-19 y los cierres de los espectáculos públicos, un accidente de la actriz protagonista), retrasaron el estreno de Galdós enamorado, la obra de Alfonso Zurro, que también dirige el montaje, previsto para enero de 2020 en el Teatro Pérez Galdós dentro de los actos que conmemoraban el centenario del escritor canario Benito Pérez Galdós. Ahora felizmente ya está de gira por diferentes ciudades en locales con aforo limitado y otras medidas marcadas en los protocolos sanitarios demostrando que los espacios escénicos pueden ser seguros. He podido verla ayer domingo en el Teatro Zorrilla de Valladolid. No importa el retraso, la pandemia ha provocado que, en la práctica, se sumen las conmemoraciones del centenario del fallecimiento de Galdós (1920) y el de Emilia Pardo Bazán (1921), las dos figuras sobre las que trata la obra. El texto propone explícitamente una cierta condición de atemporalidad en cuanto a estas cuestiones de los centenarios, sobre los que se ironiza.
Galdós enamorado es, inicialmente, una ficción sobre las relaciones entre don Benito y doña Emilia que se construye a partir de la indagación teatral de los dos actores protagonistas, María José Goyanes y Emilio Gutiérrez Caba, convertidos así también en personajes que a través del juego metateatral subrayan, ironizan o resaltan la contemporaneidad del espectáculo mientras que los escritores disfrutan de la atemporalidad de su condición.
Dado que solo se conocen hasta hoy las cartas que Emilia Pardo Bazán dirigiera a Galdós, el motor inicial de la obra es la investigación de lo que pudo ocurrir con las que Galdós escribiera a la Pardo Bazán (cierta noticia reciente sobre ellas está llena de misterio y sospechas sobre las que se ironiza también en el espectáculo). No tanto por el interés público sino porque el escritor necesita completar su memoria con ellas. Mientras tanto, reconstruyen su relación amorosa a partir de las que se conservan. Pardo Bazán y Galdós viven en la atemporalidad de su condición literaria, pero los actores no y, mientras construyen el espectáculo, recrean lo que pudo ocurrir con las cartas que debieron conservarse en el Pazo de Meirás hasta que este cayó en manos de Francisco Franco, cuya familia lo ha retenido hasta la reciente sentencia judicial que obligó a su restitución como patrimonio del Estado.
Este juego metateatral de una obra que se construye delante del espectador y que propone las secuencias presentes protagonizadas por Goyanes y Gutiérrez Caba frente a la atemporalidad de Pardo Bazán y Galdós, a salvo ya de cualquier circunstancia, permite a Alfonso Zurro dar variedad a la obra, que entrelaza eficazmente la teatralización de la amistad, el amor y la admiración literaria entre los dos escritores, la relación entre los actores que estudian el montaje teatral y las escenas en las que, a través de la farsa y la parodia, indagan sobre lo que pudo ocurrir con las cartas perdidas. Mientras Pardo Bazán y Galdós viven su relación ya eterna y Goyanes y Gutiérrez Caba trabajan el texto en su condición de actores, aparecen Francisco Franco, Carmen Polo, el comisario Villarejo, etc., pero de una forma muy contenida para que no se apropien de la obra ni aparten al espectador del propósito del montaje, que no es otro que homenajear a estos dos escritores desde la condición de seres humanos que aman.
Este camino de transición entre los tres mundos, cada uno con su marca genérica propia, era muy difícil de resolver, pero está bien conseguido en el texto y extraordinariamente en la actuación de los actores protagonistas, que nunca pierden el tono y consiguen hacer amables las transiciones. Los peligros de un texto como este se han solventado en una buena dirección y en la gran profesionalidad de María José Goyanes y Emilio Gutiérrez Caba que saben apoyar la obra sin imponerse a ella, pero dejando a su vez la impronta indiscutible de sus cualidades.
La obra gustó mucho al público que llenó el aforo permitido del teatro.
6 comentarios:
La vimos aquí y estoy de acuerdo contigo. Regalaban una versión para niños del episodio nacional de Zaragoza, que mi mujer ha leído y comentado con asombro por cómo Galdós conocía Zaragoza, porque habla de gentes y lugares perfectamente reconocibles hoy, y también habla de manera graciosa del"carácter aragonés", si existe tal cosa.
Un abrazo
¡Ah qué interesante! ¡Y cómo me hubiera gustado ver esa obra!
Besos
Y gracias mil por la reseña.
Salvo que me equivoque, quiero recordar haber leído en la prensa alguna carta un tanto "picante" de Galdós.
La sentencia del Pazo de Meirás es para llorar, no se pueden quedar con el continente, pero si pueden llevarse el contenido, ¡¡de pena!!.
Bienvenida sea esta obra, con su triple cruce, como homenaje a estos dos grandes escritores, si salva los evidentes peligros.
Sigo leyendo a Galdós y pronto me pondré con doña Emilia...
Pues no sabía de esta representación que, a tenor de lo que informas, se presume haber sido interesante.
Estas líneas me han recordado la obra Emilia. Mujeres que se atreven, un monólogo de Teatro del Barrio. Esta obra suena a contrapunto, a ver la historia desde el otro lado.
El que la interpreten dos viejos actores nos lleva, sin duda, a mirar la historia, como bien dices, desde los recuerdos, y sin duda que le aportan perspectiva.
Publicar un comentario