Viajó tan lejos y durante tanto tiempo, que no se dio cuenta de que había regresado. Cuando llegó, comenzó a hablar, narrando todas las historias que le habían sucedido. Nadie lo reconoció en las calles de su pueblo, ni siquiera cuando se detuvo a beber agua en el caño de la plaza. Tampoco aquel anciano que le abrió la puerta de la que había sido su casa, lo invitó a entrar y le ofreció un racimo de uvas y una cuña de queso viejo de cabra. Mientras el anciano le servía un vaso de vino tinto y denso, le relató cómo llegó a aquella ciudad azul y blanca junto al mar, dominada por el sol y el horizonte, en donde lo confundieron con un ladrón de sombras y estuvo a punto de ser degollado sin que ya le importara gran cosa su cuello mientras oía el incesante ir y venir de las olas. También le habló de la belleza de los ojos perfilados de aquellas mujeres que lo miraban camino del cadalso. Cuando llegó al momento en el que el verdugo levantaba la cimitarra, fue consciente de que se encontraba en su antiguo hogar. Se sorprendió al reconocerse en aquel hombre que escuchaba sus historias, pendiente de los menores detalles.
- Si yo hubiera tenido el valor de viajar cuando fui joven, se escuchó decir en su boca.
En los ojos de aquel anciano que le tendía el queso cortado en tacos asomaba una lágrima.
© Pedro Ojeda Escudero, 2020
5 comentarios:
Extraño para todos, extraño para sí mismo, ajeno al azul, al blanco y a la lágrima del anciano.
Nos inquieta ser un Ulises, hay tantos en la orilla del mar...
La huella del caminante, el viaje fructífero...
Saludos
Francesc Cornadó Estradé
Es posible que a veces seamos dos, uno enmascara al otro. No sé.
No a todos les lleva el mismo tiempo descubrirse a sí mismos...
Al leerte, he recordado:
"El otro, el mismo" de Jorge Luis Borges, y en este libro de poemas del argentino, está este verso:
( los días que uno espera olvidar,los días que uno sabe que olvidará).
y a mí me inspiró un cuento que titulé SERGOB. Lo tengo por el blog.
Besos
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