El poeta Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 1964) cuenta con una decena de poemarios en su trayectoria, está considerado como una de las voces más importantes de la poesía española aparecidas en la década de los noventa y ha obtenido algunos de los premios más importantes del panorama de la poesía actual. Su poética traslada a la radical modernidad las fuentes clásicas en un ir y venir que es clave en su estética. Su obra anterior a 2009 se reúne en un volumen que da cuenta de su evolución (Del lado del amor, Visor, 2010), desde La hermosura del héroe, que significó su aparición en el primer plano literario con la obtención del Premio Vicente Núñez de la Diputación de Córdoba en 1993, hasta el magnífico Eros es más (Premio internacional de poesía Fundación Loewe en 2007) que, hasta ahora, era considerada su obra más importante y la que mejor definía su trabajo poético.
En Jardín Gulbenkian (XXIX Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma), González Iglesias se enfrenta a un tema que ha recorrido toda la literatura universal, con la guía permanente de Jaime Siles, al que considera su maestro. La relación de la naturaleza convertida en paisaje en el jardín y su efecto en el ser humano que por él transita da línea de continuidad a todos los poemas. Como se declara desde el título y en la nota introductoria, la meditación parte del jardín levantado en Lisboa por Calouste Gulbenkian (1869-1955), un millonario de origen armenio nacionalizado británico, que hizo su fortuna al invertir en petróleo cuando todavía no se veía claro su futuro como negocio. Las dos guerras mundiales y la evolución industrial le dieron la razón. Se convirtió en una de las primeras fortunas mundiales, aunque su labor empresarial no estuvo exenta de puntos oscuros y compromisos en el desarrollo de la geopolítica mundial derivada del control de una fuente de energía que hoy se ha demostrado uno de los mayores problemas ambientales, sociales y políticos. Su fuerte personalidad y su posición, le llevaron a buscar Portugal como el lugar en el que quería terminar su vida y edificar una fundación que llevara su nombre, en la que depositar gran parte de las obras de su colección artística, una de las más importantes de aquellos tiempos en los que las grandes fortunas compraban, de una o de otra manera, piezas importantes para luego donarlas a la sociedad al final de sus vidas a través de instituciones públicas o fundaciones privadas. El espacio que ocuparía su Fundación fue una de las obsesiones de los últimos años de su vida y cuidó la arquitectura de los edificios pero también el paisajismo del jardín que los rodeaba. Gulbenkian menciona esta preocupación en la correspondencia que mantuvo desde 1946 hasta 1954 con el diplomático y poeta francés Saint-John Perse, del que se convirtió en mecenas durante su autoexilio (Saint-John Perse obtuvo el Premio Nobel en 1960), correspondencia usada por González Iglesias como uno de los ejes de comprensión del jardín, puesto que en la relación entre ambos ve una nueva versión de la que mantuvieron Mecenas y Horacio. A partir del Jardín Gulbenkian, el poeta hila sus vivencias y recuerdos con otros cercanos al Tormes (el río adquiere condición de símbolo clásico al trasformarse en centauro), un pequeño grupo de pinos en el centro de Salamanca, los Jardinillos de Palencia, el Central Park de Nueva York, un pequeño parque madrileño, etc.
Para González Iglesias, el jardín tiene una correlación clara con la poesía, como afirma en la nota introductoria: El jardín recorta sobre la superficie un fragmento de mundo bien hecho, que acaba equivaliendo al mundo. Es exactamente lo mismo que el poema hace en el lenguaje. O, como dice, en un verso del primer poema: Es una forma estructurada de la esperanza.
El poeta transita por esos jardines como si el mundo exterior no existiera, como si quedara más allá gracias al diálogo constante entre la naturaleza y la cultura que la ennoblece: Protegido por estas formas del amor, el jardín se presenta como símbolo que promueve con su sola existencia la esperanza de un mundo mejor que este. No es, por lo tanto, que el poeta desconozca o niegue el mundo que hay más allá del jardín, sino que se adentra en este con el pensamiento esperanzador de que se pueda hacer mejor a partir de ese diálogo permanente. No es la poesía de González Iglesias un arma de combate, sino de conversación fértil y optimista entre elementos que no deberían ser opuestos, guiada por una actitud clasicista permanente en toda su obra: La poética clásica está llamada a decir lo esencial, aunque casi sin decirlo, como la curva que describe el río cuando su curso está ya sereno. Parte de esta poética es el canto a lo sencillo, que puede hallarse incluso en lo sublime. La mirada del poeta presta atención a esto, convencido de que no podrá permanecer lo complicado:
Lo sencillo está diseminado por el mundo.
A veces, no se ve, porque es diáfano.
Una parte esencial de esta meditación es el sentido del amor y la amistad presente en todo el libro, que remite también a la larga tradición clásica. La mayor parte de los poemas se dedica a un amigo, como si se adentrara en diálogo con él por los senderos del jardín.
Por ese transitar entre el clasicismo y la modernidad conduce sus pasos el poeta, como en el poema Un podcast sobre Dante a medianoche, que le lleva de internet a la Divina Comedia, o sus referencias a la Wikipedia que le conducen a Pessoa o el juego que se establece en Mañana de Madrid entre los libros electrónicos y el libro en papel. Este movimiento, conseguido sin forzar el poema, le permite al autor transitar por los clásicos y ofrecernos una lectura actualizada de su obra.
Un puñado significativo de poemas profundizan en lo metapoético, en el valor del lenguaje y la lectura (el poema Leer es soberbio: Leer / es mejor que escribir, mejor que hacer / mejor que todo. Es una primicia). Es lógico, el mismo símbolo del jardín lo hace. En Academia, el poeta se acerca a la figura de Horacio, alejado del lugar de la sabiduría y el equilibrio para reencontrarse en la única patria del poeta: despojado / de todo, el único refugio, el único / jardín que le quedó fue la poesía.
En este libro, uno de los mejores de su trayectoria, se muestra González Iglesias confiado en la cultura como la forma de mejorar el mundo, esperanzado en que este diálogo permanente entre los clásicos y la modernidad, la naturaleza y el ser humano, mejoren el mundo. El jardín es un refugio, pero también una meditación que se ofrece como idea trasformadora de lo mejor que somos.
(Esta crítica pertenece a la serie interrumpida por la pandemia y el confinamiento de la población que hemos sufrido y que retomo ahora.)
3 comentarios:
Me ha resultado suprema mente interesante tu reseña. Gracias, Pedro. Y me alegro de que retomarlas esta actividad interrumpida.
Besos
A Fundação Gulbenkian foi durante a ditadura uma fonte de cultura , substituindo ate o Estado em muitas áreas.
Os jardins que inspiraram JUan Iglesias foram concebidos pelo engenheiro Ribeiro Teles , ainda vivo.
Quanto ao livro, se puder vou ler.
Querido amigo, bom fim de semana. :) Beso
Los jardines y la poesía casan bien.
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