No existiré mañana, no hago falta.
Desvanecerse así, tras el recodo
del camino que baja de la sierra,
acogido a la sombra de los robles.
© Pedro Ojeda Escudero, 2019
Por el camino de los registros, el robledal se hace íntimo. En el robledal, como en el hayedo, se tiene la sensación de que el tiempo se ha detenido. No solo el tiempo, sino que se ha traspasado la delicada frontera de la leyenda o del mito. Ensoñaciones al pisar la alfombra de hojas del pasado otoño: saludar a un carbonero que viene de alimentar la pila para el cisco, a una dama a caballo con su palafrenero. Un bosque de robles nos lleva al Cantar de mío Cid: la alevosa acción de los infantes de Carrión ultrajando a las hijas de Rodrigo, abandonándolas después atadas a los árboles para que las devoren las fieras. El rumor de pasos detrás de nosotros, que nos hace girarnos para ver los robles aún sin ramas verdes ni hojas nuevas. Qué lugar más pleno para morirse y seguir vivo. Mientras tanto, qué hermoso es el robledal, ajeno a nuestros miedos.
7 comentarios:
Honda reflexión sobre estos lugares tan llenos de silencios.
¡Lo que son los referentes culturales!, pero sin haber leído tu texto me acordado de doña Elvira y doña Sol.
Como un roble.
Muy hermoso y profundo poema, Pedro.
En los bosques se tiene la sensación de que los árboles te abrazan, te protegen.
La fuente de los pájaros para mí, es ese lugar que tú tan bien describes y nos lo dejas por aquí. En mi caso, los árboles no son robles, son unos álamos tan altos, tan altos... que casi tocan el cielo.
Besos
Bien dices, el robledal como el hayedo: portales del tiempo, sin necesidad de ciencia ficción.
La naturaleza vegetal gana a la humana por goleada... al roble se le pone como ejemplo de fortaleza, dureza y resistencia...
El robledal y la literatura te sugirieron algunas escenas de tiempo y memoria que plasmaste en tu texto... reviviéndolas en nuestra mente al leerlo...
Abrazo
Publicar un comentario