He paseado junto al río a buena hora, cuando aún corre el frescor de la mañana, antes de que apriete el calor. Un encuentro casual me lleva a cruzar unas frases con una persona resentida, de esas que han decidido instalarse en el malestar del que culpan a otro. Como la conozco, sé que nunca ha sido una persona muy estable y en su vida tiene unos cuantos momentos de los que se resiente de la misma manera: son otros -familia, parejas, compañeros de profesión- los que han tenido la culpa de lo que le pasa porque nunca es la responsable de nada. A partir de ahí, fabula y entra en una espiral y construye una versión con la que se siente cómoda que repite a unos y otros con la intención de hacerse la víctima y perjudicar a aquel con quien se ha obsesionado. Lleva años repitiendo las mismas cosas, una y otra vez, en un círculo monótono de insultos. Es una lástima, pienso, no se da oportunidad de salir del resentimiento, con qué carga ha decidido caminar. Pobre de aquel a quien culpa, recibirá continuamente sus ataques y será vigilado obsesivamente por quien se dice su víctima, más en estos tiempos de las redes sociales que se manejan impunemente. Algunas personas parecen justificarse así su existencia. Se duelen de aquello que ellos mismos hacen y la única esperanza para el atacado es que se obsesionen con otro, aunque sea un tiempo. Me gustaría conocer la otra versión. ¿Nos molestamos en pararnos a pensar esto cada vez que alguien nos cuenta algo de otro? ¿Somos capaces de recomendarle que siga adelante y viva a quien se instala en el resentimiento sin que nos eche en cara que no nos ponemos de su parte en estos tiempos de lealtades inquebrantables?
El río fluye. Junto a la orilla, dos barcas viejas que ya no se usan. Por el centro del río, un navegante moderno. Comienza a hacer calor. Me refugio en una cafetería: un café cortado, un vistazo al periódico y a seguir con el día.
12 comentarios:
Caí de casualidad por acá, y me gustó.
Justamente esta semana estaba pensando en esto que contás. Es interesante cómo muchas veces solo podemos oir una de las campanas, cuando dos personas se pelean. Y siempre (o casi) la voz que escuchamos parece ser la que lleva la razón, pero seguramente sólo sea una mirada parcial, aunque nunca vayamos a conocer "la otra verdad".
Saludos.
Es un pecado muy humano, la culpa la tiene siempre "el otro".
Una reflexión muy interesante, y siempre actual.
Un abrazo
A menos que me toque trabajar en mi profesión
con ese tipo de personas (que no es lo habitual
porque nunca reconocen que tienen un problema y necesitan ayuda),
opto siempre por alejarme de personas tan tóxicas que
envilecen y contaminan el ambiente.
La ecología mental contribuye a tener una buena
salud física o mejor dicho, es necesaria para
que esta se de.
Besos
Abundan los personajes para los que la culpa de algo o de todo la tienen siempre los otros, y ellos no asumen ni reconocen su probable viga en el ojo propio. Si esto lo trasladas a la política pasa otro tanto y es vergonzoso. Lo particular y lo general están vinculados y malo quien no lo vea. Por lo demás, el paseo a la orilla de las barcas varadas siempre es gratificante.
No me gusta en absoluto esa palabra que de tan de moda está: "tóxica" y que se suele utilizar sin ton ni son desde hace un tiempo en todo libro de auto-ayuda, y karma, para definir a un ser humano que se supone tiene todos los defectos del mundo y entorpece el bienestar social y personal de quienes le circundan.
He conocido a gente que va de humana y megatopeguay y que personalmente, viéndola vivir y cómo se comporta hubiese calificado de tóxica.
Ni el "buenismo", ni el "malismo", le es ajeno a nadie. Todos llevamos dentro el bien y el mal, nos guste o no. Por esa regla de tres, mejor aislarse del mundo cual eremita. Y quien sea perfecto que tire la primera piedra.
Juzgar, prejuzgar, e ir de gente bien, es bonito, pero tan hipócrita como aquellos que pretenden no haberse quejado jamás de nada ni nadie, o no haber criticado a persona alguna en su vida como los que tildan de tóxicos suelen hacer. Y ser gente "a-tóxica" ¿qué sería? pregunto ;)
Está muy de moda el resentimiento, así como la falta de reconocimiento, que me planteaba yo esta tarde con un amigo, que me decía que hoy es como si todo lo que uno hiciese aunque le devolviesen un par de coces de burro en la cara, se debería de considerar como algo normal, y encima habría que bajar el lomo, e irse dando las gracias, cuando ya nadie acepta ni la más mínima del vecino. Andan los tiempos recios, y las susceptibilidades en estado supino.
En fin, que cosas veredes que non crederes...
Besos, Pedro.
El resentimiento es esa lancha varada de la que se van quebrando los colores. Qué difícil es casi siempre soltar amarras. El odio puede convertirse en una orilla segura, y mortal.
Huyamos.
Has metido el dedo en la llaga con una lucidez tremenda, Pedro. Te diría que son esa absurda epidemia que sufren las aceras pero quizás los que nos consideramos distintos formamos parte de ella.
Culpar a los demás de los errores y culpas propios es signo de inmadurez e irresponsabilidad. No tiene fácil remedio...
Cualquier excusa siempre es buena para alejarse de todos los demás.
Saludos,
J.
No se da cuenta la persona resentida que la primera perjudicada es ella misma, pues el resentimiento y más si se tiene por costumbre hacerlo, lo único que nos hace, es daño a nosotros mismos.
También yo he conocido a personas de este tipo y tan envueltas están en ese pensamiento de echar la culpa al otro, que les suele acompañar en el fluir del río de sus vidas. ¡Con lo fácil que es mirar dentro de sí y comprobar qué tipo de barca se está conduciendo!
Besos
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