Después de que se fuera el sol aplaudimos con ganas, agradecidos por el espectáculo que nos había brindado. Arrancó el del balcón, luego el que estaba esperando en el semáforo, aquella de la ventana, el grupo que se había parado en la calle a comentar las noticias, el chico de los recados, la farmacéutica y su mancebo, el portero del hotel, el hortera del comercio, la mujer mayor que había bajado a por un poco de sal y unos ajos. Así, sin más. Como cuando atardece.
9 comentarios:
Ese sol que se nos va pero que vuelve a regresar cuando menos lo esperamos.
Un beso.
Al contrario que esos aplaudidores, yo me pongo triste cuando se va el sol.
¡Qué fantástico poder apreciar los regalos de la Naturaleza!
Ahora bien, habría que ver si la farmacéutica estaba simplemente con su auxiliar de farmacia o amancebada con él en cuyo caso su aplauso ý sonrisa feliz- sería doble, digo.
Besos y ya que estamos, aplausos.
Pues yo lo echo a faltar. Sobre todo por estas épocas invernales...
Bien hecho.
¿Y si no vuelve mañana?
Apreciar la transición como lo único cierto. Puede ser este uno de los aspectos que adopta la belleza. Me sumo al aplauso.
Los atardeceres en cualquier época, pueden ser espectaculares, pero quizás los que más me gustan son los del invierno. En Madrid los he visto espectaculares, a pesar del tráfico y la polución. Solo tienes que mirar un poquito hacia arriba y ver los árboles sin hojas junto a los edificios altos, porque entonces el sol, si ese día quiere, se coloca más alto y entonces se desparrama por toda la ciudad.
En el pueblo también los veo y allí me fascinan los del verano. Siempre pienso que mi hora es la del atardecer porque es la hora de lo no llegado, de lo no pasado....
Besos
Atardecen los afanes de otro día.
Supongo que habrá o ha habido alguna cultura que se dedique solo a eso, a contemplar. Los monjes o monjas, ahora que lo pienso. Las de Sijena también, creo.
Un abrazo
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