Mi querido y humilde peral ha cumplido un nuevo ciclo de vida y se encuentra cargado de fruto. Hoy, al pasar junto a él, rocé su corteza con mis dedos, en una caricia respetuosa, y apoyé, un instante, mi frente en su tronco. Me encontraba fatigado de mí mismo y necesitaba sentir su pulso sabio. Quizá buscaba que me prestara un poco del aliento cotidiano que lo afirma. A veces los días se me hacen demasiado largos y solitarios.
Como sabéis, no es un árbol hermoso y la pasión por el cemento de este país le tiene herida la corteza sin dejar que sienta la misma tierra cálida de la que se alimentan sus raíces.
No sé lo que vivirá este árbol pero, mientras lo haga, sé que cumplirá, con constancia de realidad, cada año, su misión. En unos días, todas las peras habrán caído al suelo y comenzará la tarea de nuevo, con el tesón que lo alienta. A veces, como hoy, necesito de su abrazo para confirmar mi propia existencia.
3 comentarios:
Pedro, a poca gente le interesa la naturaleza y yo me incluyo en los que no le interesa pero si yo fuera estudiante de la universidad de Burgos, después de leer tu texto, me pararía cada dia y posaría mi frente sobre el peral.
Un abrazo.
Álvaro
Comparto lo que ha escrito mi hermano Álvaro.
Ánimo, Pedro, y un abrazo,
Diego
La naturaleza es lo único que nos mantiene vivos, pues nos enraiza con la tierra.
Los que no la viven, no tienen raíces y se secan poco a poco, día a día.
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