sábado, 8 de septiembre de 2007

El azar y la muerte.


No creo en el azar más que como probabilidad matemática. Ahora bien, qué es lo que provoca que yo pasara cinco minutos después de que se cayera aquella cornisa. Mi mala memoria: antes hube de volver a casa porque me había olvidado la carta que debía enviar de forma urgente. No creo en el azar como predestinación, sino como sorteo ciego en el que los números deciden si debo ponerme en el lugar de los afortunados o no.
No creo que sea el destino el que hiciera que estos 10 inmigrantes murieran a veinte metros de una playa de las Canarias, que estuvieran tan ateridos por la humedad, tan atemorizados por el miedo, que no pudieran salvar esa pequeña trampa de dos metros de profundidad en el mar. Tenían un estadístico tanto por ciento de probabilidades de que su barca se perdiera en el océano, de que la avistara un barco de salvamiento, de morir deshidratados, de que el patrón fuera inexperto, de que se equivocaran en el lugar de desembarco, de llegar con bien a tierra. Todos tenemos un número de probabilidades de tener éxito en nuestros empeños: creo que ellos lo tenían muy bajo sólo por el azar del nacimiento. Y perdieron la vida y la esperanza. A la distancia de un par de brazadas de sus jóvenes brazos, de una patada dada en el fondo que permita salir a respirar el aire frío de la madrugada. Se han reunido con cientos de otros que les precedieron, con su mismo tanto por ciento de probabilidades. A veinte metros de la playa y dos metros de profundidad.

2 comentarios:

Álvaro Fernández Magdaleno dijo...

Es una pena.
Un abrazp.
Álvaro

Administrador dijo...

Nada sucede por casualidad, en el fondo las cosas tienen su plan secreto, aunque nosotros no lo entendamos

Carlos Ruiz Zafon