Volví el fin de semana de mis vacaciones y me prometí no retomar el blog hasta el último día de agosto para prolongar, con pereza, las vacaciones. Unas vacaciones tan variables e intranquilas como el tiempo de este extraño verano. Pero ayer murió Francisco Umbral y no me he quitado de la cabeza su nombre. Como en la fiebre creativa becqueriana, busco ahora, de madrugada, la tranquilidad al volcar unas líneas apresuradas en La Acequia.
Me recuerdo, de niño, de muy niño, con los ejemplares de El Norte de Castilla en la mesa de la cocina de casa, impresos en aquel gran tamaño y con una letra más elegante que la de los periódicos actuales. El Norte que había consolidado Miguel Delibes y el grupo de periodistas que osaban enfrentarse al gobierno franquista y burlaban como buenamente podían la censura. Y los famosos gatos de El Norte, un recurso divertido para rellenar espacios en blanco a los que algunos querían buscar conclusiones políticas. Es uno de mis recuerdos de aquella cocina, junto a mi padre buscando en el viejo aparato de radio la Pirenaica que se recibía entrecortada, o el olor de la ropa recién planchada por mi madre. En aquel Norte se publicaban los textos de Umbral, que explotaban de creatividad y resaltaban del resto por el estilo, tan personal y atractivo para un niño que ya soñaba con escribir.
Umbral, como personaje, me atrajo siempre poco y perdí toda esperanza de que alguna vez me llegara a gustar en aquellos años en los que se hizo tan popular en televisión. Me parecía un hombre que portaba el miedo al hambre en un hatillo que le pesaba demasiado. Su voz, su gesto, su bufanda, los veía como la pose de quien esconde un trauma de infancia, la soledad del tímido acomplejado que de obligada pasa a ser voluntariamente exhibida como armadura y distinción. Tampoco me gustaron nunca sus bravatas ni sus desafueros y polémicas con otros escritores, aunque le reconocía la inteligencia en el duelo: lo vi siempre demasiado pagado de sí mismo. Él mismo ha recordado en varias ocasiones cómo, considerándose de izquierdas en su juventud, nunca gustó en los círculos progresistas. Dado que siempre quiso vivir de su trabajo como escritor, hubo de acudir a los que le pagaban mejor. Y su estilo le alejaba de lo que marcaban los cánones de los escritores comprometidos de entonces. Explicó esta diferencia en su Trilogía de Madrid:
Bebiendo un porrón en el atardecer de las verbenas comprendí de pronto el problema del socialrealismo literario, que era lo que se llevaba en el año sesenta. Los socialrealistas, que bebían mucho en porrón, por hacer obrerismo, nunca habían tenido la intuición de mirar Madrid a trávés del velo de vino que queda en el culo grueso y como granulado del porrón.
Quiere uno decir, más o menos, que literatura es ver las cosas a través de otra cosa.
Literatura es ver las cosas a través de un vino.
(...)Los socialrealistas, siendo tan rojos, habían caído en el vicio burgués de imitar la naturaleza para tenerla en casa -cuadros y libros-, que siempre es más cómodo. La novela de la fábrica. Ahí está la fábrica, que de todos modos resulta mejor y más convincente. Si lo que querían era dar testimonio, el testimonio lo da mejor un informe macroeconómico.
Con estas y otras frases tan célebres y celebradas por los que sólo gustan de la polémica y en las que atacaba con fino instinto barroco para el insulto, no se ganó el aprecio de algunos, precisamente.
Cogió, como muchos grandes escritores, un poco de todo lo que le brindaba una línea de tradición española que venía de Quevedo, Torres Villarroel, Valle-Inclán, Ramón, los prosistas de la vanguardia (especialmente los que escribían artículos en los diarios)... Y con ello creó un estilo reconocible. Un sello que le ha permitido pasar a la historia de la literatura española como uno de los grandes autores de columnas periodísticas de la segunda mitad del siglo XX. Y, aunque no lo quieran ver, escritores jóvenes actuales llevan la huella de ese sello.
Cogió, como muchos grandes escritores, un poco de todo lo que le brindaba una línea de tradición española que venía de Quevedo, Torres Villarroel, Valle-Inclán, Ramón, los prosistas de la vanguardia (especialmente los que escribían artículos en los diarios)... Y con ello creó un estilo reconocible. Un sello que le ha permitido pasar a la historia de la literatura española como uno de los grandes autores de columnas periodísticas de la segunda mitad del siglo XX. Y, aunque no lo quieran ver, escritores jóvenes actuales llevan la huella de ese sello.
En la novela fue irregular, mucho. Pero hay tres grandes libros que le reivindican y deben leerse. Muy diversos unos de otros.
Mortal y rosa (1975), un volumen que sorprenderá a quien no lo haya leído porque en él, sin dejar de ser Umbral, se sitúa como un gran autor de la vanguardia narrativa hispana a la altura de los mejores. El título procede de un verso de Pedro Salinas y desde su inicio profundiza en arriesgados giros en los que se mezcla todo con rabia: Cuando me arranco al bosque de los sueños, a la selva oscura del dormir, y me cobro a mí mismo, me voy lentamente completando. Porque he dejado de interesarme por mis sueños. A la mierda con Freud. Las páginas son un diálogo con su hijo muerto tempranamente, a los seis años, de leucemia. De ese desgarro salen párrafos de condensación lírica y explosivas imágenes: Umbral se olvidó de su personaje para escribirlo.
El segundo, la Trilogía de Madrid (1984), en el que, con la base biográfica que impregna casi toda su obra, Umbral reinventa Madrid hasta hacerlo suyo, como también reinventaba su propia biografía hasta creérsela él mismo. Aquí sí está su personaje y en él se halla lo que más atrae y lo que más cansa de su obra.
El tercero, Capital del dolor (1996) -¿a quién dejé mi volumen, que no encuentro ahora para subir la imagen, o en cuál de mis sufridas mudanzas se extravió?-, una novela de aprendizaje sobre la generación de jóvenes que se encontró de golpe con la guerra civil y a la que tanto han seguido, sin reconocerlo, escritores jóvenes de hoy mismo.
Ayer ha muerto uno de los grandes escritores españoles del siglo XX. Del personaje ya no me acuerdo.
Ahora entraré en la casa y abriré las maletas...
8 comentarios:
¡¡¡ Bienvenido !!!
Se te ha echado de menos.
Gracias, Francisco. Ya estamos de nuevo por aquí.
Espero que la vuelta no haya sido amarga...
Espero que el curoso nos sea propicio.
Un abrazo,
Diego
Estimado Diego: Hay veces que las cosas no salen como se desean. Gracias por tus buenos deseos y que durante el curso nos soplen vientos favorables.
¡Qué decirte, Pedro!. que bienvenido de nuevo y que todo sigue en su sitio, sin novedades reseñables.
sobre el Norte de Castilla: lo tengo considerado como modelo de periódico (yo también crecí con el Norte y DB). No hay más que darse una vuelta por su espacio en internet para darte cuenta de su calidad. La hemeroteca, tantas veces utilizada por mí, es una herramienta muy potente.
Francisco Umbral, Miguel Delibes, y actualmente me gusta seguir a Vicente Álvarez. ¿La generación de Recoletos? ¿Podría ser?.
Ese señor con gafas de pasta dijo una vez:
"El que lo piensa todo primero no escribe nada después."
Yo escribo de esa manera bastantes entradas... asi me quedan :(
Por cierto es un placer poder pasear nuevamente junto a la acequia.
Bienvenido
Hola Pedro, me alegra que hayas vuelto para visitar tu blog y aprender con lo que escribas.
Un abrazo.
Álvaro
Caelio: fue mejor de lo que es, pero la Hemeroteca es magnífica, efectivamente. Vicente Álvarez es ¿joven? aun (tiene mi edad), yo también lo leo. Aquel grupo que reunió Delibes en el franquismo hizo un gran periódico.
Blogófago: por aquí volvemos. Umbral, como Larra, al que admiraba, también nos sirve como modelo a los bloggeros. Su definición de la columna podría valernos para los post: el desarrollo de una sola idea, sólo una.
Álvaro: nada más volver ya me di un paseo por tu góndola lúgubre.
Gracias a todos por vuestras palabras de bienvenida.
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