Una buena amiga me pregunta la razón por la que en mis fotografías de Valladolid y Burgos de los últimos días no aparezcan apenas personas, a pesar de que los lugares enfocados no son precisamente solitarios. Me dice que presentan ciudades vaciadas. No lo sé. No sé la razón. Quizá lo sean: ciudades a las que se les ha vaciado el cuerpo o que se han llenado de hombres deshabitados. O quizá todo se deba al viejo tópico romántico de que el alma está concectado por invisibles hilos al paisaje.
Sin embargo, podría jurar que cuando hice la de la escultura de Chillida había una treintena de escolares esperando para entrar en el cercano Museo Nacional de Escultura. ¿Dónde están esos niños que jugaban, corrían y gritaban ante la mirada cansada de sus profesores, que no han salido en la foto?
Me pasa lo mismo con esta de la calle de Santo Domingo de Guzmán, que, según dicen, es la única que mantiene en Valladolid la estructura y sabor de la ciudad que fue Corte y que se llenó de conventos y palacios entre los dedos limosos de la Esgueva. Cuando la hice esta mañana se oían gritos de riña mientras, al fondo de la calle, la campana de las isabelas tocaba a muerto. Ahora, la calle aparece vacía. Ya no podría jurarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario