Un buen amigo me ha enviado unas fotos antiguas de la floración de los cerezos en Japón. Anticipo así la de otros árboles más cercanos, los almendros. Al lado de donde vivía de niño con mis padres había media docena de viejos almendros a los que los niños nos gustaba trepar para probarnos y para jugar. También para alcanzar los almendrucos y comernos su fruta celosamente guardada que a veces deparaba una sorpresa amarga o ansiosamente inmadura. Con los huesos -los titos, decíamos- construíamos toscos silbatos. Recuerdo, al pie de sus troncos, haber asistido, con asombro, a mi primer encuentro con cientos de hormigas aladas. También un infantil beso. Entonces no lo apreciaba, pero un día, ya de mayor, al pasar junto a un joven almendro florecido de un parque nuevo me asaltó el recuerdo de la visión de aquellos añosos y retorcidos almendros de mi infancia con la gran melena blanca. Y el olor profundo de aquellas flores. Es curioso cómo algunos recuerdos te buscan al cabo de los años y se te aferran al pecho a partir de ese momento. La pala destructora del tiempo los arrancó de cuajo y hoy en su lugar hay una calle más por la que pasar sin mirar a nada.
7 comentarios:
El olor es el principal desencadenante del recuerdo. Su fuerza no se puede parar, no te puedes defender.
Efectivamente, Javier: olores de Hospital, de la fruta de la infancia, de aquellos intensos jabones, de la cocina, de la casa que hemos dejado hace tantos años...
Qué bonito...
cuando te desprendes de la coraza, las palabras suenan armoniosamente y se escucha su música.
Gracias por tus palabras, BIPOLAR, especialmente por molestarte en comentar un texto de hace tanto tiempo.
Me encanta cómo escribes,
tu forma de compartir tu vida.
Tu sensibilidad.
Tu transparencia.
Tu sinceridad.
Tu blancura, eso es lo que yo capto.
Por eso tú te fijas en un almendro en flor, porque nos fijamos en lo que somos, o en parte de ello.
Áquellos almendros de tu niñez seguramente estarán en otro lugar.
Sigue habiendo árboles en flor en muchos lugares, están ahí, sólo hay que mirarlos y alguien besará a alguien.
Un abrazo
Y a mí, qué? Jo, me voy a poner celosilla,que no me has contestado, joooo.
Yo, a veces también me transformo en osito de peluche, eh?
PILAR: no tienes porqué, ya estoy aquí y te correspondo agradeciéndote primero tu constancia y tu atención a textos antiguos -no sólo en este caso, a veces has escudriñado con cariño y paciencia por estos lugares-. Aquellos almendros de mi niñez fueron talados con fiereza por esta modernidad que destruye todo lo que toca para echar cemento encima, conviertiendo cualquier lugar en un no-lugar en el que todas las ciudades son iguales. Aun así, estoy contigo: hay que buscar estos árboles, mirarlos y besarse a su amparo.
Un abrazo cariñoso bajo la nieve de las flores de este almendro, Pilar.
Publicar un comentario