sábado, 25 de febrero de 2012

Los niños robados por los dictadores y las democracias contaminadas por la inmoralidad


Todas las dictaduras generan comportamientos inmorales a pesar de que todas ellas afirman su recia moralidad. Una de las muchas diferencias entre una democracia y una dictadura es que en esta se impone una moral como única forma de entender las relaciones entre las personas: de inmediato, esa moral se convierte en ominosa precisamente porque es impuesta a todos. Las dictaduras no admiten los matices y los que las sustentan deciden lo que está bien y lo que está mal, lo que se puede hacer y lo que no. Incluso deciden quién puede saltarse esa norma siempre y cuando sea de los suyos. La tolerancia solo se administra con los propios, nunca con los otros: por eso, algunos casos criminales cometidos por aquellos que sustentan la dictadura jamás pueden someterse a la justicia o, en los pocos casos extraordinarios en los que se hace, nunca reciben una condena equivalente a la que recibirían aquellos que no son considerados leales. Es decir, la administración de la justicia, en una dictadura, queda contaminada por esa misma inmoralidad. La legalidad de una dictadura es, de hecho, ilegal.

En España, la dictadura franquista persiguió, condenó y ejecutó a aquellos que habían cometido crímenes contra los partidarios de los nuevos gobernantes; purgó, acalló, encarceló y sometió a trabajos forzosos y prisiones humillantes a los que pensaban contra lo que se había decidido que debía pensarse o tenían comportamientos que molestaban a los que detentaban la moral impuesta. Mientras tanto, homenajeó, levantó estatuas y llenó de honores a aquellos que habían cometido los mismos hechos que tanto le asqueaban en el bando contrario. La tolerancia solo se practicó con los propios: con los ajenos, como mucho, se ejercían medidas de gracia, considerando como tal la acepción tercera del Diccionario. Pero eso no es tolerancia, sino marcar la jerarquía de valores entre los propios y los ajenos. La gracia, así entendida, es una humillación al rival.

Uno de los defectos de la Transición española a la Democracia que se realizó tras la muerte de Franco es que los crímenes cometidos durante la dictadura quedaron en el olvido jurídico como si a nadie le afectara personalmente, puesto que se pidió -y se obtuvo- un esfuerzo especial a la población española: se decidió no perseguirlos y, para ello, se sumaron en el mismo nivel que los cometidos por los terroristas o los activistas antifranquistas.

Mientras que en aquellos tiempos hubo un consenso casi general sobre lo necesario de esta decisión, ahora, curiosamente, los más fervorosos defensores proceden casi exclusivamente de sectores ideológicos herederos del franquismo. Alguno de esos crímenes fueron perdonados por la Ley de Amnistía de 1977, cuestionada incluso por informes de la ONU, y que los políticos, en aquellos tiempos preconstitucionales, consideraron necesaria para promover una reconciliación entre españoles desde la que construir la nueva Constitución y el tiempo de Democracia. Posiblemente lo fuera, pero, con el tiempo, se ha visto que con demasiada frecuencia es esgrimida para impedir la mera investigación sobre las fosas comunes en las que fueron enterrados los asesinados por el franquismo y otros casos de similar naturaleza. Singularmente es sorprendente que se esgrima para impedir actos de mera humanidad como que puedan anularse las pantomimas de juicios en los que fueron sentenciados a muerte las víctimas del franquismo o que sus restos puedan recuperarse de la fosa en la que se encuentran para ser enterrados donde lo decidan sus seres queridos. Todo esto, además, cuando ni siquiera se pretende iniciar juicios contra los responsables de estos hechos -muchos de ellos, ya muertos-, sino tan solo recuperar la memoria y lavar el honor de las víctimas para que puedan cerrarse, de una vez, las heridas abiertas. Todo parece conspirar para que pase el tiempo y no quede nadie vivo que reclame los huesos de sus familiares.

La inmoralidad de una dictadura contamina, con demasiada frecuencia, décadas de la democracia que la sustituye, en especial cuando se hace la transición como se hizo en España por la necesidad de buscar un consenso en el menor tiempo posible y ahorrando sufrimiento en una época en la que todo parecía llevar a la violencia y la involución. El poder fáctico y las instituciones siguen durante mucho tiempo en manos de los mismos que los detentaban antes y hay que esperar, con demasiada frecuencia, a que el paso del tiempo haga su labor por mero envejecimiento y sustitución de las personas. Las transiciones pacíficas a la democracia no hacen purgas ni persiguen o encarcelan a los que proceden de los tiempos de la dictadura.

Pero hay cosas que tardan más en cambiar, como si el virus de la inmoralidad se introdujera en los genes de las instituciones. Por eso, hoy, en España, tantos años después de la muerte de Franco, todavía es impensable no solo una medida general por la que se saque a los muertos de las fosas comunes y se de paz a sus descendientes sino incluso que los jueces y los fiscales españoles actúen de la misma manera en cada una de las zonas en las que se encuentran estos enterramientos ilegales.

Una de las cosas que hizo la dictadura franquista coincide, con horrible exactitud, con medidas similares en todas las dictaduras del mundo, sean del signo político que sean: el robo de niños.

Los que detentan el poder ejercen su moralidad y deciden quién es apto para educar un hijo y quién no lo es. En la postguerra española, el franquismo arrebató hijos a sus padres por la única razón de que eran de izquierdas. Esos hijos eran entregados a instituciones que corrigieran la posible tendencia genética a pensar de forma diferente o a familias de bien, es decir, franquistas. Esta inmoralidad cometida desde la legalidad del sistema generó otra inmoralidad todavía más repugnante, si cabe. Muchas parejas que no podían tener hijos demandaban niños para ser adoptados o, incluso, para hacerlos pasar como hijos naturales. Y estaban dispuestas a pagar por ello. Algunos de los que habían institucionalizado el robo de niños pasaron a lucrarse de él: ginecólocos, enfermeras -algunas de ellas, monjas de las compañías religiosas católicas que ayudaban o sustentaban hospitales-, notarios, abogados, etc. Todo se hacía según la moralidad propia de la dictadura franquista: el bien de los niños, decían, exigía que fueran entregados a padres que supieran educarlos en la moral del régimen como buenos españoles o que tuvieran el suficiente poder adquisitivo para darles todo lo que necesitaran en el futuro. Se falsificaron certificados de defunción que entregaban a los verdaderos padres como prueba de que sus hijos habían muerto y se forzaron las voluntades de madres solteras o pobres para que dieran a sus hijos en adopción.

Si todo esto se puede explicar por la ilegalidad de una dictadura, lo más detestable del asunto es que, según parece por todas las pruebas que ahora se remiten a los reticentes juzgados que comienzan a ver los casos, el sistema siguió funcionando durante la transición española. Aquellos que se habían lucrado durante la dictadura no renuncieron a seguir haciendo lo mismo en la democracia, siempre por el bien de los niños, por supuesto. La inmoralidad de la dictadura contaminó durante mucho tiempo a la democracia y, aunque algunos seguían esgrimiendo razones ideológicas o caritativas para hacerlo, nada podía tapar ya el detestable olor del dinero manchado por el crimen.

Cayó durante demasiado tiempo el manto del silencio. Nadie quería saber, nadie quería investigar, nadie quería juzgar. Como si aun siguiera la dictadura, todo el mundo miró para otro lado. Se tachó como locas a las madres que juraban que sus hijos seguían vivos y que el cadáver que les enseñaron cuando lo reclamaron no era el del niño que habían dado a luz. Se impidió, con absurda burocracia, hasta el derecho a recabar información o a abrir la tumba en la que, supuestamente, reposaba el hijo muerto. Se bloqueó la apertura de juicios. Los medios de comunicación no informaban y a los polítcos de los principales partidos no les interesaba el asunto. Han tenido que pasar demasiados años para que comience a agrietarse el muro de silencio cómplice. Sin embargo, algunas de las víctimas ya no podrán recuperar aquello que les arrebataron.

24 comentarios:

São dijo...

Partilhei no facebook, porque me parce terrivelmente importante esta tua análise aguda de uma situação imoral e insustentável.

aqui , também não houve julgamentos e as pessoas continuaram serenamente a excercer cargos e funções, minando por dentro a Democracia.

Só que nós não temos um Garzón, infelizmnete.

Fuerte abrazo, meu querido amigo.

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

Totalmente de acuerdo, pero parece que hoy aún todo está contagiado de inmoralidad... ahí tenemos por un lado jueces, asociaciones, políticos empeñados en no dejar en paz a los muertos... de otra a los corruptos que roban a manos llenas y luego no son condenados.... no se quien es más inmoral...es de vergüenza. saludos

pancho dijo...

Importante análisis de dos causas aún pendientes de una victoria que se dedicó a humillar y acorralar a los derrotados sin contemplaciones.

Por tu enlace me entero del cierre definitivo de la versión de papel del diario Público. Una pena, "El grito en el suelo" era una visita obligada los domingos. El online sigue, pero no se sabe en qué condiciones. Era el verso suelto de la prensa, pero no merecía esa suerte si en él cabía Sabina, aunque fuera imperfecto sin toros.

El pinto dijo...

Curas y monjas aliados de médicos sin escrúpulos. Si aparecen nombres ilustres, desaparecerá la investigación

lichazul dijo...

Hay Pedro querido, esta visión sigue siendo un fantasma en nuestra América morena

cuantos hijos separados abruptamente y sin retorno
es una herida abierta, como otras muchas que nos hermanan

Te abrazo y beso

Tus palabras son luz y sapiensa, firme compromiso con la palabra y la historia
gracias!!

Montserrat Sala dijo...

Cuanta hipocresia, entre los seguidores de la dictadura, y cuanto llanto e impotencia entre las madres robadas y burladas por estos despiadados regímenes.
Como siempre un estudio riguroso del tema, el que haces hoy.

Feliz domingo, profesor.

Myriam dijo...

¡Cuánto dolor!

¿Podrán en algún momento cerrar esas heridas que aún están abiertas?

Besos

Delgado dijo...

¿Cuántas familias quedaron rotas?, ¿cuánto dolor provocado a los padres? Ahora remueven tumbas que aparecen vacías, pero, ¿conseguirá la justicia reparar realmente una brizna del daño?

Un caso muy espinoso este, donde hubo muchos intereses por medio."Poderoso caballero es don Dinero"

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Todas las dictaduras se parecen en eso de imponer su unicatura de moralinas. También por la inmoralidad de sus propias arbitrariedades.
Tanto allá como aquí aún se padecen las consecuencias.

Un abrazo.

Unknown dijo...

Interesantes reflexiones acerca de las transiciones pacíficas aceptadas por consenso. La ley de amnistía del 77 no fue más que una ley encubierta de punto final. Se aceptó porque los vencidos aún tenían miedo. Las dictaduras manejan el terror como un medio de sumisión y para perpetuarse en el poder. Y cuesta mucho deshacerse de él
Han pasado los años y el miedo se ha ido desvaneciendo. Había tanta basura debajo de la alfombra que era inevitable que alguien la levantara tarde o temprano. Hay cadáveres en las cuetas y en las sierras, hay expedientes judiciales que aún no se pueden consultar.
De muy jovencita leí en una novela que me impresionó que la práctica de crucificar a uninocente rodeado de culpables era tan antigua como la humanidad y que en las guerras modernas se encerraba a un culpable rodeado de muchos inocentes.
Respecto al robo de niños es tan monstruoso que no tengo palabras. Víctimas inocentes de la codicia de muchos. Vivir con la sospecha o vivir con la certeza de que te ocurrió es una carga terrible porque no sabes qué hacer. ¿Buscas a un hijo robado que a lo mejor tiene toda una vida hecha y es feliz y se la destrozas? ¿O te quedas en casa y aceptas lo que el destino te tenía reservado?
Un abrazo, Pedro.

MIMOSA dijo...

Una dura realidad que aún queda suspendida en la ignorancia de muchos y en la contemplativa de otros que no quieren mirar.
Las heridas no curadas, siguen manando añoranzas y el dolor pesa hasta no dar sosiego a las almas.

Besos Pedro.

LA ZARZAMORA dijo...

Vi un documental ayer sobre este tema y me quedé hecha polvo.
Nos quedan tantas heridas por cicatrizar y son todas ellas tan profundas...

Un excelente artículo, Pedro.
Besos.

Merche Pallarés dijo...

Esto del robo de niños es ¡espeluznante! Aunque debo admitir que en Canada no era muy diferente en los años cincuenta, por muy raro que parezca. Una amiga mía catorceañera en la época, se quedó embarazada. Cuando dió a luz lo tuvo que dar en adopción no tuvo otra opción. Vale que no la mintieron ni le robaron al niño pero sí que se tuvo que deshacer de él, por ley. Besotes injustos, M.

Asun dijo...

Hay aún demasiadas heridas abiertas y demasiadas personas con grandes influencias que siguen poniendo trabas para que puedan cerrarse.

Sobre los robos de niños en la posguerra, en el 2010 se presentó en el Festival de Cine de San Sebastián la película "Estrellas que alcanzar" –sobre la que en su día hice una entrada–. Sé que en breve la emitirán en la ETB, porque la he visto anunciada, pero no recuerdo la fecha.

Esta práctica, tristemente siguió hasta hace no muchos años. De ello dio cuenta ayer el primer reportaje de "Informe Semanal" (los primeros 18 minutos).
También emitieron no hace mucho en la ETB un especial sobre los niños robados en el País Vasco, en el que se pudieron escuchar los testimonios de afectados, tanto niños robados que buscan a sus padres como familiares que buscan a sus hermanos o hijos.

En la mayoría de los casos, en su momento ni siquiera se les permitió a los padres ver el cuerpo del bebé supuestamente fallecido.

Lo más vergonzoso de todo es que todo estuviera urdido por las propias monjas y ginecólogos de los hospitales.

Pienso que ante los hechos probados de tumbas en las que se ha demostrado que no había ni nunca había habido ningún cuerpo, ya va siendo hora de que todo se esclarezca y la justicia haga por una vez honor a su nombre.
Veremos si es así.

Un beso, Pedro.

Campurriana dijo...

Yo también vi el documental ayer. Es horrible pensar que estas cosas han podido ocurrir hace tan poco tiempo...
¿Hasta dónde puede llegar el ser humano para ser más poderoso materialmente hablando? ¿hasta dónde?...

Nos olvidamos de que la vida son dos días.

Abejita de la Vega dijo...

Piel arrancada a tiras, esa impresión da tu fotografía.

Esa gente tan religiosa entregando niños robados a "gente de orden", con dinero. Abominable.

Camino a Gaia dijo...

Bien podemos preguntarnos qué papel juega en todo esto el poder judicial. Porque lo cierto es que buena parte de estos abusos son ilegales según las propias leyes de las dictaduras. La connivencia de los jueces resulta una condición necesaria.
Asistimos a una feroz lucha entre los partidos mayoritarios por el nombramiento de unos jueces u otros, pero si estos creyeran en la independencia y la imparcialidad de los jueces no tendría sentido esa pugna.

virgi dijo...

Cuando empezaron a salir estas historias parecía algo increíble. Precisamente, monjas, enfermeras, médicos...personas en la que presuponemos un "algo" de humanidad.
Pavoroso y tristísimo para los afectados.

Luis Antonio dijo...

Totalmente de acuerdo, Pedro. Y lo que dices de nuestra Dictadura se puede hacer extensible a todas...sin distinción.

Isabel Huete dijo...

Conozco un caso cercano de niño de dudoso origen... Ahora es un hombretón de 60 años pero su dolor es inmenso desde que supo que su madre no era quien le había cuidado toda la vida y todos los casos que están saliendo le tienen hundido, entre otras cosas porque ya, a su edad, no cree posible saber la verdad. No para de preguntarse quién es en realidad, se siente nadie.
Las dictaduras son un horror pero quienes, pudiendo, no han querido después enfrentarse de cara al dolor que provocaron, en todos los aspectos, y recuperar una justicia necesaria para sus víctimas, son herederos de su ignominia. Los dos temas que sacas me producen mucha desazón y me soliviantan.

Kety dijo...

Reflexiones muy profundas, que colearán varias generaciones, con impotencia.

"Tanto tienes, tanto vales".

Un abrazo

matrioska_verde dijo...

pobres mujeres que las han hecho pasar por locas.
y pobres niños que no han conocido a su verdadera madre.

triste espectáculo.

biquiños,

Unknown dijo...

Dentro de lo malo, algo se va clarificando. Tarde pero...
Un abrazo

Gabiprog dijo...

La intolerancia es un brebaje que emborracha a los miserables. Lo infame se disfraza de oficialidad, y si no conviene convertirse en mudo y en ciego.