lunes, 30 de julio de 2007

Espadaña con nido de cigüeña en fondo de montaña.

[ Paisaje desde Mahallos (Burgos), hacia Sordillos, con la Peña Amaya al fondo. Pulsa sobre la foto para ampliarla y ver los detalles.]


El río Brullés me trajo al Odra, que también nace en Peña Amaya y que desemboca, más allá, en mi ensoñado Pisuerga. La carretera termina en Mahallos, a un quilómetro de Sordillos. Es raro ver terminar una carretera en una zona que no es de montaña, pero en estos pequeños pueblos castellanos sucede. ¿Por qué venir donde la carretera acaba? ¿Qué buscan los ojos al final del camino?


Por la comarca, la cosecha va muy avanzada y en muchas zonas ni siquiera se ven ya las pacas esparcidas por el campo. Montones de grano de trigo y cebada reposan en naves y eras. Del cereal no se quejan los agricultores, así que supongo que ha ido bien, a pesar de la plaga de topillos. El camino ondea en suaves desniveles y, en los valles de los pequeños regatos, nos espera la grata sorpresa de los árboles alineados a lo largo del estrecho cauce. En sus proximidades se pueden plantar frutales y las ramas de los manzanos, ciruelos, perales, acerolos, nogales, se inclinan con una abundate carga. Me acuerdo, casi sin querer, de mi peral sabio, que ya tiene sus primeros frutos aun verdes pero que anuncian la carne jugosa de la maduración cercana.


Siempre me han sorprendido estos milagros verdes en mitad del amarillento estío de Castilla. En todos estos pueblos te cuentan historias relacionadas con este agua inesperada, sus fuentes, los regatos, los caños. O del miedo a que se sequen, como ocurrió a veces. Cuando no se roturaba el campo hasta la extenuación, las choperas y los encinares eran más extensos y el bosque se enseñoreaba de gran parte de estas tierras. Y, a su amparo, el lobo. El origen de algunas fuentes va más allá de la Historia y te remonta a tiempos míticos, y la vertiente dada por la inclinación del terreno me hace mirar de nuevo hacia la Peña, de la que viene un viento que alivia el calor que al fin se ha decidido a instalarse estos días en este extraño verano.


Desde aquí tengo como horizonte, de nuevo, ese peñasco del que te cuentan leyendas que uno no sabe si colocar en tiempos del César, de la mal llamada Reconquista o casi ayer, en esa dura postguerra franquista. Un poco a la izquierda, la silueta brumosa de los principales picos de la montaña palentina tan ilusoriamente cercana: el Espigüete, el Curavacas... Más cerca, sobresale la espadaña de la Iglesia de San Pedro, de Sordillos. Estas espadañas coronadas de nidos de cigüeñas, brotan de pronto en el horizonte y anuncian, al cansado viajero a pie de otros tiempos, que ya llega a casa. Al final del día, sin embargo, me alejo en
autómóvil de este emblema airoso, como han hecho, tantas veces, los que han nacido por estos pueblos hasta casi dejarlos desiertos de mirada y aliento.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sordillos . El de Gonzalez Marron?

queria hacer en el huerto, algo asi como un claustro romanico.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

A tanto no llegó mi excursión por la comarca del Odre. Prometo indagar.

Belnu dijo...

Ese paisaje tan llano, sin montañas, sin piedad, sin sombras altas, cómo nos decsoncierta a nosotros, que tenemos cielos estrechos, sólo retazos entre montañas y accidentes y sombras... No me extraña que en Castilla hubiera tantos místicos, allí es fácil imaginar un dios implacable aplastando hormigas humanas, como en la niebla de Galicia hay que imaginar brujas...

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Isabel: ese mismo comentario sobre los místicos lo hizo Unamuno. Como él era vasco, también le desconcertaba este paisaje. Aunque él no hablaba de un Dios que aplastaba, sino del alma que, al no tener en el paisaje nada que le distrajera, podía alcanzar la iluminación.
Ciertamente es un paisaje asombroso. A mí me gustan los valles de montañas, pero cuando paso un tiempo entre ellos me siento ahogado: he vivido siempre este horizonte llano, pleno de cielo y tierra. Por eso también dejo vagar la mirada por el mar.