lunes, 9 de julio de 2007

Peña Amaya o la frontera de los vientos.



[parte de la Peña Amaya]




Durante unos días, he decidido perderme en busca del origen de los vientos que acuchillan estas tierras, en las que el verano parece ya haberse cansado o no haber venido. En la vega del Brullés, tan llena de historia, el viento venía a cuchillo y al levantar la mirada en la dirección de la que soplaba siempre me topaba con ese muro sólido de la Peña Amaya. Allí se acumulaban las nubes, a punto de desbordarse y rodar hacia la ruta romana de Sasamón. La existencia de los fuertes campamentos romanos cercanos se debe, precisamente, a los pueblos cántabros resistentes en estas alturas. Es fácil imaginar la dureza de estos hombres contemplando los restos de sus emplazamientos. Los legionarios romanos la mirarían desde la calzada que aun se ve cerca de Sasamón, temiéndola y deseándola, mientras a su lado el campesino de entonces, como el de ahora, controlaba la dirección de las tormentas.


La Peña es imponente y no necesita una gran preparación física para recorrerla, excepto en invierno. Otra cosa es comprender su magia. En ella mueren las montañas y la meseta triunfa en horizonte. Dice Navarro Villoslada, el creador literario de gran parte del imaginario colectivo vasco en el siglo XIX que Amaya, en vacuence, significa fin. Lo dice al comienzo de esa novela histórica de nervioso fuste y calado ideológico que nos ayudaría a comprender tantas cosas titulada Amaya o los vascos en el siglo VIII. Aunque, ya digo, debe tomarse como parte de una construcción cultural que los datos históricos contradicen. Vaya usted a saber la etimología. Hoy no me interesa este tema, sino el paisaje.


[paisaje desde la Peña]

Y Amaya es alfa y omega. Es el fin de la cordillera, allí muere la montaña y una forma de vida. Es el inicio de la meseta castellana y sus llanadas, allí nace el horizonte y otra vida. Es vigía y enigma. Ni subiendo a su punto más alto se puede estar seguro de dominarla.

Tengo que apuntar por aquí, en alguna parte, que debo volver a esta Peña para pensar estos límites, y comprenderlos para poder encontrar mejor los caminos y puertos que me hagan ir de un lado a otro y hallar el cauce de estos vientos que lo azotan todo.

6 comentarios:

Caelio dijo...

Siempre ha sido mágica.

Sobre la historia me hace gracia cómo se la disputan pueblos que buscan ansiosamente sus orígenes.

Una triste nota: siempre que subo hay una cata nueva en el poblado.

Ancha es Castilla. En días claros puedes otear Somosierra, teniendo a tus espaldas las primeras estribaciones de Picos de Europa.

Muy poca gente sabe disfrutar del sitio donde hay más cielo que tierra.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Exacta definición: más cielo que tierra. Y horizonte. ¿Por qué, entonces, se empeñan en poner lindes?

Anónimo dijo...

Impresionante el paisaje de esa zona. Como dice Caelio, ancha (y variada) es Castilla. Nada tenemos que envidiar al horizonte marítimo al que aludías en otra entrada. Incluso olas (verdes, doradas) tenemos en Castilla cuando el viento azota las espigas de los trigales.

Pedro Ojeda, tu Acequia me trae el frescor de mundos próximos pero desconocidos. Sin pretenderlo, un día en Valladolid aparecí entre Zorrilla y Ganímedes y, al poco rato, contemplando dos mujeres de piedra en lo alto de una esquina en la Plaza de Fabio Nelli. Fue casualidad que días antes hubiera visto esas fotos en tu blog. Mi próxima ruta, ésta pretendida, de estatuas será la indicada por Óscar Esquivas y reseñada por ti en estas páginas (¿páginas?). Tú podrías hacer de "Virgilione" en ese Burgos próximo pero desconocido.

Saludos, Pedro, y mi agradecimiento por las salpicaduras del agua fresca de esta Acequia que va más allá de Burgos.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Gracias por tus palabras, Aburgal. A veces estas páginas necesitan saber cómo son recibidas tras arrojarlas a este mundo. Bienvenido.

Alatriste dijo...

Bellísima estampa la que se puede contemplar desde la famosa peña. Bien cierto es que la provincia de Burgos en una de las zonas que más me ha encantado, tomo nota de este lugar.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Alatriste: Peña Amaya y sus alrededores es un lugar que debe conocerse y visitarla con buen calzado, una buena guía y un buen libro de historia. Luego, hablar con la gente, comer en las cercanías y tomar un café en algún bar de estos pueblos.