Desde que conocí el proyecto editorial Deméter levantado por Montse Ruiz comprendí que en él se albergaban un coherencia y calidad excelentes. La editora ha construido un catálogo especializado en libros ilustrados con una confección muy cuidada, con títulos de temática gótica y de misterio e imaginación. Los originales proceden de títulos publicados en España en libros y revistas del el siglo XIX. En primer lugar, su publicación y difusión contribuye a corregir la falsa creencia de que en la literatura española del siglo XIX no existía una corriente temática de este estilo. En el catálogo conviven autores tan conocidos como José de Espronceda (comenzó la editorial con una magnífica edición del Canto a Teresa ilustrada por Antonio del Hoyo con unas ilustraciones en las que conseguía dar voz a quien no la tiene en el poema de Espronceda, Teresa Mancha, en un juego de diálogo excelente), Gustavo Adolfo Bécquer, Carmen de Burgos o Emilia Pardo Bazán con otros que lo son menos hoy (Pedro Escamilla, Amalia Domingo Soler, Benito Aguirre, etc.). Es singularmente importante la recuperación de textos de escritoras como Rosario de Acuña, injustamente olvidada) y la excelente aportación de los ilustradores que han trabajado en cada uno de los volúmenes, que aportan una interesante mirada actual.
La más reciente incorporación al catálogo es El vampiro, una traducción del melodrama de Charles Nodier traducido y estrenado en Madrid en 1821 con música de Esteban Moreno. Se trata de la primera aparición en la escena española del tema del vampiro, que no ha dejado de estar de moda desde entonces. Montse Ruiz ha trabajado a partir de los dos manuscritos que se conservan en la Biblioteca Histórica del Ayuntamiento de Madrid (era obligado depositar los manuscritos para que pasaran la censura previa de espectáculos) y gracias a ellos conservamos también el listado de los actores que encarnaron los papeles principales. Fue el madrileño Juan Carretero (1760-1829) a quien correspondió la tarea de representar por primera vez en un escenario español a un vampiro, un actor aclamado en su día que, por aquellos tiempos trabajaba en el Teatro de la Cruz y a quien, con toda seguridad, le correspondió la dirección de la obra. La obra se representó con un éxito mediano y volvió al escenario madrileño en 1824. Lo que sí cosechó fue una dura crítica con contenido moral puesto que el respeto por la ejecución de Carretero no impidió que se subrayara la inmoralidad del personaje y sus lados más oscuros. Sin duda que este aspecto no artístico, pero de gran relevancia en el teatro de la época, contribuyó a sus pocas representaciones.
La obra es una traducción bastante fiel del melodrama que el reconocido escritor francés Charles Nodier estrenó en París en 1820. Nodier frecuentó el tema de aparecidos y vampiros en sus relatos y tomó su inspiración del relato que escribió John William Polidori en las famosas jornadas del año sin verano de 1816. La historia es conocida. Un grupo liderado por Lord Byron se reunió en julio de aquel año en Villa Diodati, junto al lago de Ginebra. En el grupo se encontraba Polidori en calidad de médico de Byron, Percy Shelley, Mary Wollstonecraft Godwin, la futura Mary Shelley, junto a otros. Tras la lectura de una recopilación alemana de relatos de fantasmas deciden componer cada uno de ellos una obra con esa temática. Percy Shelley y Lord Byron no cumplieron su reto, pero sí Mary Shelley (Frankenstein o el moderno Prometeo) y Polidori (El vampiro). Parece ser que Polidori continuó un breve argumento iniciado por Byron y se basó en la personalidad de este y la relación tóxica que mantenía con él para construir al personaje protagonista. El relato terminaría publicándose en 1819 atribuido a Byron y no sirvió de nada que este y Polidori (que terminaría suicidándose en 1821 sin ver restaurado su nombre) aclararan los hechos, porque siguió atribuyéndose a Byron durante casi un siglo en las muchas publicaciones posteriores en varios idiomas. Aparte de la calidad del relato, al éxito contribuyeron varios fenómenos. En primer lugar, que durante más de un siglo corrían por toda Europa leyendas orales y escritas sobre aparecidos y no muertos, por mucho que escritores y científicos con reputación quisieran refutarlas, lo que se consideró una auténtica epidemia de vampiros y otros seres extraños, que acabó con el linchamiento y ajusticiamiento de muchos inocentes o, simplemente, enfermos, cuando no su repudio social. Aquello sucedía en una época en la que entraron en fuerte conflicto las creencias y supersticiones tradicionales con la interpretación de la ciencia y la medicina moderna sobre estos fenómenos. En segundo lugar, la creciente popularidad de la literatura gótica y de misterio, que causó furor en la primera mitad del siglo XIX.
Nodier era un escritor muy atento a esta popularidad del género y adaptó el relato a la escena francesa en un melodrama en el que introdujo variantes que contribuyeron a su éxito teatral, como aumentar las historias de amor, el prólogo misterioso y fantástico y la ambientación en un mundo aristocrático escocés con toques propios de la literatura ossiánica (esa exitosa patraña creada por Macpherson en el siglo XVIII que tuvo una fecunda descendencia literaria en todo el continente). Dada la fuerte dependencia del teatro español del francés en todo el siglo XIX, no extraña que se tradujera y estrenara tan rápido en Madrid.
Tanto el relato de Polidori (que creó las líneas generales del tema del vampiro) como la obra de Nodier y su traducción española sorprenderán al público aficionado al género por las divergencias del modelo fijado definitivamente en la imaginación colectiva por Drácula de Bram Stoker en 1897, no siempre para bien. El protagonismo corresponde aquí a las relaciones entre Lord Routen (el vampiro) y sir Obray. Este siente adoración por aquel en una amistad tejida por los años, los viajes y las experiencias más dramática. Cuando Routen reaparece en su vida como pretendiente de su hermana Malvina tras creerlo muerto, todo se conmociona hasta desencadenar la lucha entre el bien y el mal. La ambientación en Escocia en un mundo aristocrático y misterioso y la escena onírica inicial, crean un ambiente apropiado para la historia de un vampiro que necesita apropiarse de la vida de jóvenes doncellas para seguir vivo.
El melodrama está ilustrado por Sergio Arranz (Valladolid, 1980) con una serie de acuarelas que contribuyen eficazmente a dialogar con el texto creando un ambiente de extraña belleza decadente y atractiva y generar una imagen inquietante del vampiro que puede comprobarse en la ilustración de la cubierta.
El texto se acompaña de una excelente introducción de Santiago Lucendo Lacal, uno de los especialistas más destacados en este género, y una nota final de la editora que sitúa adecuadamente la recepción crítica del melodrama.

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