La Regenta de "Clarín" se publicó en dos volúmenes en 1884 y 1885 y pronto levantó una gran polémica tanto por el carácter del autor, que se había ganado ya unos cuantos enemigos por su condición de crítico temible e ideología progresista, como por su temática, en la que exponía la hipocresía y mediocridad de la vida española del momento y se unía a la corriente narrativa que trataba el adulterio desde la condición insatisfecha de la mujer y sus consecuencias sociales (como se percibe, hago mención a La mujer insatisfecha. El adulterio en la novela realista, el ensayo clásico y luminoso de Biruté Ciplijauskaité que aborda las obras de Gustave Flaubert, Leon Tolstoi, "Clarín", Theodor Fontane, Benito Pérez Galdós, Fernán Caballero, Henry James y Henrik Ibsen). Pronto se la consideró una obra maestra de la literatura española que ha sido leída e interpretada con mejor o peor fortuna puesto que no siempre la novela sostiene lo que alguno de sus intérpretes ha querido que diga. Esta condición de obra maestra, la extensión de la trama y la complejidad de los personajes, ha provocado que hayan escaseado las adaptaciones a otros códigos artísticos. Han sido afortunadas las adaptaciones al cine (inolvidable la de Gonzalo Suárez, 1974) y a la televisión (el gran éxito de Fernando Méndez-Leite, 1995). No tengo más noticias de adaptaciones teatrales que las de Marina Bollaín en colaboración con Vanessa Montfort (2012) y la de Jesús Torres (Vetusta tiene nombre de mujer, 2021), ambas muy libres y basadas en el personaje de Ana Ozores.
En febrero de 2024 se estrenó, en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, la adaptación de Eduardo Galán (editada por Uvedeve, 2024), que aborda el argumento completo de la novela, dirigida por Helena Pimenta e interpretada por Ana Ruiz (Ana Ozores), Alex Gadea (Fermín de Pas), Jacobo Dicenta (Álvaro Mesía), Pepa Pedroche (Doña Paula), Francesc Galcerán (Don Cayetano/Frígilis), Alejandro Arestegui (Vegallana), Lucía Serrano (Visita/Petra), con la colaboración especial de Joaquín Notario (Víctor Quintanar). Ayer sábado vi la función en el Teatro Calderón de Valladolid. Y aquí la primera valoración de este montaje: la dirección y la excelente interpretación del elenco consigue salvar con nota una adaptación que, sin su intervención, hubiera naufragado en su propósito y desarrollo.
Eduardo Galán es un reconocido dramaturgo con éxito en las obras de su autoría y en sus adaptaciones, pero desde hace un tiempo se ha empeñado en crear un estilo propio a la hora de abordar algunos textos clásicos que consiste en tener al público por un colectivo de personas incapaces de comprender la obra que ven si no se la explica él. Hace poco le ocurrió con La Celestina, en la que, explicando la obra de Fernando de Rojas, la traicionó completamente al convertir la tragicomedia realista en una historia de fantasmas que decían reiteradamente a los espectadores lo que estaba ocurriendo sobre la escena. Ahora le ha vuelto a ocurrir con La Regenta. Con el prurito de trasladar la voz del narrador (un perfecto ejemplo de narrador omnisciente del siglo XIX) a la escena, somete al espectador a su presencia a lo largo de la obra, encarnada por varios actores, en un cómodo y fácil recurso no bien medido ni insertado. A este recurso, añade otro con la misma intención: Ana Ozores nos cuenta en pasado su perspectiva de los acontecimientos, sin que se justifique bien la razón de hacerlo. Hay algo más: los dos recursos que explican la obra para quien no la comprenda no casan entre sí y van cada uno por su lado sin confrontar adecuadamente, provocando una sensación de ruido. Hubiera sido más interesante apostar por la visión desde dentro de Ana Ozores, si ese era uno de los objetivos de actualización de la obra -según ha declarado el adaptador-, profundizando en él en toda su complejidad y poniendo en evidencia de forma sutil su choque con la voz narradora, que en la novela no es especialmente amable con el personaje. Hay otros defectos en la adaptación, que no terminan de coser bien una trama tan extensa en un espectáculo de una hora y cuarenta minutos, pero también hay momentos en los que se está a la altura de lo propuesto por "Clarín", especialmente cuando se olvida de la novela y se apuesta decididamente por el teatro porque, en el fondo, de eso se trata en una adaptación de este tipo.
Por todo lo dicho, hay que valorar el trabajo de dirección de Helena Pimenta, que ha tratado sabiamente la adaptación, afinado las transiciones y conseguido dar variedad al espectáculo, corrigiendo el texto de partida en los muchos problemas que le planteaba (véase la escena del baile y sus transiciones). Más aún el excelente trabajo del elenco. Hay mucho oficio y calidad en la dirección y en la interpretación, unidad de conjunto en la propuesta y excelencia en los momentos en los que los personajes principales deben brillar en sus monólogos. Así ocurre con los de Ana Ruiz, Alex Gadea y Joaquín Notario, que saben sumar en la escena y aprovechar los monólogos que les ofrece el texto para alcanzar una gran altura. Mención aparte merecen dos actores cuyo brillo se debe a la manera en la que trabajan en beneficio del conjunto y de la obra. Cada vez que aparece en escena Jacobo Dicenta es una muestra de talento y profesionalidad: no solo ejecuta su papel de forma admirable en todo momento, sino que contribuye a realzar a todos los compañeros que están en escena junto a él. Guardo para el final la mención de Pepa Pedroche, que interpreta a la madre de Fermín de Pas con tanta verdad y tanta solidaridad con Alex Gadea, que solo por verla actuar merece la pena pagar la entrada de la función.
La escenografía cumple con la función minimalista y funcional. No así la iluminación, que abusa de los momentos oscuros y no siempre está afinada a la hora de potenciar la obra. El vestuario de Sastrería Cornejo, impecable y adecuado.
1 comentario:
Interesante reseña que me produce envidia por no haber visto la representación; otra vez será.
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