He vuelto a ver M de Fritz Lang (1931, en España M, el vampiro de Düsseldorf) después de mucho tiempo. El director la consideró la mejor de su carrera en Alemania, antes de su exilio en los EE.UU. provocado por el ascenso al poder de Hitler. A mí me ha parecido siempre mejor película Metrópolis (1927), pero reconozco que esta no me interroga tanto como M. En todo caso, ambas son dos obras maestras que están ajustadas a su tiempo, que han influido significativamente en el cine posterior y que todavía dicen mucho al espectador actual. Esto es, en definitiva, la razón por las que se las considera dos películas clásicas de la cinematografía mundial, es decir, de la cultura del siglo XX.
La trama de M. es sencilla: un asesino en serie de niñas aterroriza la ciudad de Düsseldorf y provoca que la policía extreme la vigilancia causando dificultades al resto de los criminales, que se organizan para encontrarlo y detenerlo.
En esta ocasión no me he parado excesivamente a disfrutar de las posiciones de cámara, de la sintaxis narrativa de la película ni de la magnífica dirección de actores o sus muchos recursos técnicos. Desde el principio, he quedado atrapado por alguno de los temas tratados en la película que nunca han dejado de ser interesantes, pero que, en esta ocasión, me han parecido más presentes y actuales que en mis anteriores visionados.
Por una parte, la oscuridad de la película (no deja de ser uno de los primeros clásicos del cine policíaco), que no procede solo de la maravillosa fotografía de Fritz Arno Wargner, sino del ambiente opresivo en el que todo está a punto de desmoronarse aunque todavía se pueda o deba creer en la estructura social. No en vano, la película es de 1931, en los años finales de la República de Weimar, poco antes de la declaración del Tercer Reich y del gobierno criminal de Hitler. La inestabilidad de la República era considerable y se acentuó con los efectos de la Gran Depresión que se desencadenó en 1929. De una o de otra manera, todo ello está presente en esta película. La extraña unión de los criminales de los bajos fondos para detener al asesino y que regrese la tranquilidad anterior para poder seguir con su vida sin la vigilancia policial, como una estructura paralela a la oficial, es uno de los rasgos más evidentes. Carteristas, ladrones y otros criminales suman sus esfuerzos y utilizan para ello a otro sector marginal, los mendigos, atrapan al asesino y lo llevan ante un simulacro de juicio en el que se exponen todas las opiniones que se suelen desatar en estas ocasiones: los individuos deben tomarse la justicia por su mano porque el sistema democrático, con sus garantías judiciales, atendería al asesino como a un enfermo y procuraría su curación y su reinserción final en la medida de lo posible. Tan solo quien ejerce de abogado defensor piensa que es mejor entregarlo a la justicia oficial porque ninguno de los allí presentes está legitimado para juzgarlo y porque, en el fondo, se trata de un enfermo mental.
Y esto me lleva a una cuestión que me ocupa mucho en los últimos tiempos sobre si la justicia va camino de abandonar su función reformadora y convertirse en instrumento de venganza. Suele ocurrir: cuando el espíritu de venganza originado por el miedo y alimentado por intereses ocultos coincide con nuestras emociones o principios ideológicos, nos tranquiliza, pero no advertimos bien que, por ese camino, destruida la cordura y el camino construido desde que existen los derechos humanos, pronto llegarán los otros, aquellos que no piensan como nosotros, imponiendo su concepción de la venganza de la misma manera y el sistema ya habrá roto todos sus límites, al principio casi de forma inapreciable. Ellos tendrán la misma justificación que nosotros y quizá sean más hábiles y oportunistas para conseguir sus fines. Cabría pensar que aquellos personajes de los bajos fondos de la película de Fritz Lang constituidos como justicia popular porque ya no creen en el sistema, pronto se entregarán a la justicia nazi y verán la necesidad de librarse de los judíos o de los gitanos o de los comunistas, porque les harán creer que también son criminales que atentan contra Alemania.
Fritz Lang, antes de que hable el acusado o su defensor, ha procurado que los criminales que lo juzgan nos parezcan simpáticos gracias a un habilidoso guion en el que incluso nos apena que uno de ellos sea detenido por la policía. Ya hemos empatizado con ellos, por lo tanto, pensamos que están en el lado bueno del asunto y se nos ha olvidado que se mueven por su interés fundamental: seguir delinquiendo sin la presión policial desatada por la conmoción que han provocado los asesinatos de las niñas. Fritz Lang y el grupo de guionistas (Thea von Harbou, el propio director, Paul Falkenberg y Adolf Jansen), aciertan: sin darnos cuenta, los espectadores hemos delegado la justicia en quienes no tienen ningún derecho a ejercerla y aquellos pretendidos jueces se valen del dolor de las víctimas (especialmente de la voz de las madres) y de las emociones de la población de Düsseldorf para sus propios fines.
M, el vampiro de Düsseldorf, intenta tranquilizarnos en el final: nada reparará las pérdidas ni consolará a las víctimas, pero el sistema judicial finalmente parece funcionar y se impone. Parece funcionar, pero ya está herido de muerte porque las emociones -y su manipulación- se han impuesto, aunque sea un breve espacio de tiempo. Basta con hacer la prueba, ver la película e interrogarse a uno mismo para descubrir cómo la opinión está partida entre la emoción y la razón o se inclina más hacia uno de los dos lados.
6 comentarios:
Fritz Lang por su lado y Sergei Sisenstein por el suyo estaban creando algo maravilloso que las producciones actuales parecen haber olvidado.
Saludos,
J.
Mes una de mis películas favoritas. Hay otro cartel anunciando la película en que el protagonista lleva a la espalda del abrigo la M. Es perturbadora esta película . Pero enseña mucho y a varias bandas. Tal vez lo más fuerte es la persecución y caza por parte de la masa tras la que uno intuye como el huevo de la serpiente va madurando. Ese tomarse la justicia por su mano puede llevar muy lejos y Lang sabía, porque lo estaba viviendo ya en propia carne, lo que esperaba a aquella sociedad enferma del todo.
Aprecio estos comentarios de tu blog, que son una vuelta a los viejos tiempos.
Hablando del sistema judicial español me genera muchas dudas y es lo peor que puede ocurrirle, que no se confie en él.
He encontrado la película, la veré.
Justicia y venganza, dos palabras que no deberían aparecer juntas nunca.
Emilio: la película es extraordinaria. Formalmente está en la corriente expresionista. En cuanto a contenidos debería enseñarse en los colegios, aunque sea pedir peras al olmo, porque hay lecciones sobre el bestial comportamiento de la masa y el devenir histórico.
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