En este atardecer, la ciudad se me ha antojado una maqueta. Como las que hay en los estudios de arquitectura o en la presentación oficial de un proyecto urbanístico. En ellas, todo está en su sitio: las pequeñas farolas, los diminutos coches, los árboles perfectamente redondeados, las personas. En esta de hoy, he añadido el atardecer que ha sucedido hace unos minutos, en gradación lenta hacia la noche. Cuando escribo, aún hay luz de postpuesta, una huella de sol extraña y un tanto fantasmal, que se ha quedado adherida al horizonte, un postsol, postdía, postvida, postyo, postnosotros, como diría mi añorado Arcadio Pardo, más allá de la nada futura.
Todavía soy capaz de recordar la noche que se abría a la vida. Quizá no todo esté perdido, aún.
De la urbanización me llegan los gritos de los niños que permanecen en la piscina comunal, abierta hasta las once de la noche. A lo lejos, ladra un perro.
Silencio. Sigamos.
8 comentarios:
La noche que se abría a la vida: ¿quién de nosotros podría recordar esa noche y esa vida primigenia y única que nos ha permitido vivir? Sí, las ciudades son maquetas y los ciudadanos como los soldaditos de plomo o las figuras de un nacimiento. Paradojas y devociones.
Precioso.
Está claro que la naturaleza imita al arte. La imagen es un claro ejemplo de expresionismo abstracto.
Saludos
Francesc Cornadó
No lo tengo tan claro.
Sigamos rumbo a la noche.
Saludos,
J.
Si esa sensación de estar ante un juego, de quietud tambien la he visto desde el avion, los carros parecen de juguete, como ver maquetas
Muy poética tu percepción, con un marado gesto de melancolía. Un abrazo, Pedro
Me gusta y emociona tu mirada.
Un abrazo
El traspaso de la luz a las tineblas tiene su momento mágico que engancha y a veces nos trasporta a casi alcanzar, el instante donde en aparienca se detiene, el propio tiempo.
También la noche se acaba, aunque a veces nos parezca algo interminable, pero la luz, no falta nunca a su cita.
Los ruidos en las noches de veranos, son los últimos en acostarse.
Besos
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