jueves, 25 de agosto de 2022

Historia de un ladrillo

 


Gran parte de los edificios históricos de esta ciudad combinan la piedra caliza de Campaspero con el ladrillo visto, que han resistido bien el paso del tiempo. A veces los ladrillos se agrietan, pero la fábrica es sólida. Han visto pasar los siglos y mudar las costumbres y solo cuando la agresiva forma de entender la modernidad los derriba, sucumben. Nada heroico. Sin fanfarrias, llega la excavadora y los echa al suelo con la pala en unos minutos. La voracidad de estos tiempos no permite despedidas largas.

Los hornos Hoffman se impusieron a finales del siglo XIX. Permitían una mejor cocción, más rápida y barata. Abrieron el paso a una segunda época dorada de la construcción con ladrillo. Recientemente, se ha puesto en valor la obra del arquitecto valenciano Rafael Guastavino (1842-1908), que usó ladrillos para levantar grandes obras en Boston y Nueva York que otros no se atrevían a emprender o les parecían imposibles, especialmente bóvedas. Sumó los nuevos métodos de fabricación a la tradición que venía del mundo árabe y elevó los resultados a los prodigiosos resultados que aún pueden admirarse en Estados Unidos. Ya entrado el siglo XX llegaron los ladrillos huecos, un prodigio técnico para reducir su peso.

Hoy, al pasar por una obra en la que han derribado una tapia de finales del siglo XIX, he recogido un ladrillo del suelo. Lo he sopesado y he dudado durante un momento si traérmelo a casa o no. Aquí lo tengo, en la mesa del despacho. Lo contemplo con respeto. En él están los ingenieros que desarrollaron los métodos para su fabricación, pero también toda la historia de miles de años desde que se fabricó el primer ladrillo de adobe. También en este ladrillo están los obreros que lo fabricaron y los peones que lo trasportaron en carros hasta la obra, sus mujeres e hijos que apenas tenían derechos, el arquitecto que levantó el plano de la tapia, los albañiles que pusieron cada ladrillo y el mortero que los unía, las personas que en estos más de cien años han pasado junto a la tapia, los novios que se han apoyado en ella para besarse a escondidas, los grafiteros que quisieron dejar su sello, aquellos que orinaban la pared amparados en la noche, los niños que en el regreso de la escuela golpeaban la tapia con un palo, el gato que trepaba para encaramarse en lo más alto, el viento que giraba por la esquina después de rozarse con las ramas de las acacias. Este ladrillo tiene más peso que todo lo que yo pueda realizar en la vida.

8 comentarios:

impersonem dijo...

Interesantes datos sobre la fabricación y utilización del ladrillo...

Ese ladrillo está cargado de historia como lo están todos los ladrillos y piedras y adobes y demás elementos hechos y utilizados para facilitar y cobijar nuestro deambular vital...

Seguramente que mucha gente al mirar los elementos de construcción de muchos edificios, históricos, modernos, etc., proyecta su pensamiento en la forma que tú lo has hecho, porque es verdad lo que dices, toda esa historia está en ellos, incluso está en ellos todo el tiempo transcurrido...

Abrao

Emilio Manuel dijo...

Fíjate si son importante los ladrillos que no hay suficientes para hacer viviendas para jóvenes y que estos puedan hacer una vida independiente.

La seña Carmen dijo...

En Madrid, y especialmente en algunos barrios, sabemos apreciar bien esta arquitectura del ladrillo, en los casos más humildes en peligro de desaparición por la implacable piqueta. Tienen tanta historia como esa que cuentas detrás o más.

Abejita de la Vega dijo...

Una vez recogí lo que me parecía un trozo insignificante de ladrillo y alguien me dijo que podía ser cerámica celta...Leo tu historia de un ladrillo del suelo y recuerdo aquella lejana excursión de mis tiempos de estudiante. Todo pesa mucho, millones de seres humanos que vivieron antes. Al final, el viento lo lleva y nos lleva. Dejemos algo bueno. Si es posible.

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Cuanto esfuerzo e historias contenidas en esa tierra amasada! Muy sensible tu observación en algo que quizás podría pasarse por alto. Un abrazo

Fackel dijo...

Ese último párrafo es una crónica, es experiencia pero es también poesía. Me has hecho sentir el tiempo, los obreros y artesanos, los oficios. La materia toda.

José Ginés Villanueva dijo...

He leído Rafael Guastavino (es un apellido singular, no se olvida fácilmente) y he recordado un libro de hace uno o dos años cuyo título anoté de una reseña, Vida de Guastavino y Guastavino, de un autor del que había leído varios libros, Andrés Barba. Leí hace años La hermana de Katia, y ya no pude parar: La recta intención, Las manos pequeñas, Agosto, octubre y República luminosa. Esos son los leídos. Todos me gustaron mucho, pero de La hermana de Katia guardo una sensación especial (quizá sean así los descubrimientos: algo especial).
Esto me recuerda que a veces anoto libros, y la anotación se queda guardada en algún sitio, o se pierde. Pero entras en un blog, lees una entrada y la maraña de recuerdos dormidos cobra vida otra vez.
Vida de Guastavino y Guastavino. Para quien quiera leerlo, seguro que es interesante. Yo he vuelto a tomar nota, esta vez sobre seguro. Espero.
José Ginés Villanueva.

Ele Bergón dijo...

Leo Campaspero y recuerdo que la casa nueva de mi pueblo, está hecha con este tipo de piedra blanca y me hubiese gustado utilizar las piedras de las antiguas casas donde vivieron hasta mis tatarabuelos, pues era demasiado cara para poder juntar unas con otras.

Siempre me gustó el adobe que veía cómo lo formaba mi padre con tierra y paja y secados al sol, para construir pequeños corrales y cabañas.

En los pueblos de Castilla se encuentran bastantes construcciones con este tipo de ladrillo de adobe. En el pueblo de Villafruela (Burgos) hay varias casas con adobes blancos, me parece que ya te lo he dejado por aquí escrito, en otra ocasión. Y cuando veo el adobe y hago una foto me acuerdo de ti.

Interesante todo lo que cuentas.

Besos