domingo, 6 de febrero de 2022

Debe ser muy penoso el cruzar esta vida refunfuñando

 


Para matar el tedio de algunos domingos por la tarde, me gusta leer cosas curiosas. Hace unos días adquirí El arte de conducir un automóvil de Louis Baudry de Saunier, traducido al castellano por el capitán de ingenieros Guillermo Ortega en 1908, en edición facsimilar de la editorial Maxtor (2012). Ahora, este tipo de libros se escriben de manera muy técnica, pero antiguamente en ellos se vertía toda una forma de entender el mundo, una actitud ante la vida que se corresponde con la urbanidad. Por otra parte, estaban deliciosamente redactados. Uno siente nostalgia de los tiempos en los que se valoraba la buena escritura hasta para tratar de cuestiones técnicas. Sobre todo si las instrucciones del último electrodoméstico que se ha comprado resultan un galimatías cuya traducción de la lengua original es incomprensible. El autor y el traductor de este volumen, además, tienen biografías bien interesantes.

El arte de conducir un automóvil. Colección de los conocimientos, reglas y principios que debe poseer un conductor para obtener de su coche el mejor partido posible había sido publicado en francés en 1906, apenas dos décadas después de que se fabricara el primer automóvil con motor de combustión interna y dos años antes de que Henry Ford comenzara la fabricación en serie del Modelo T. El autor, Louis Baudry de Saunier (1865-1938) fue un periodista dedicado a la divulgación de los avances que supusieron la bicicleta (redactó tres libros fundamentales) y el automóvil (al que dedicó cuatro libros, el último este del que hablamos y fundó en 1906 la que es considerada la primera revista generalista sobre la materia, Omnia). También le interesó la radio, la educación sexual o la gramática y escribió en 1921 un libro visionario en el que anticipaba la rápida conquista de Francia por las tropas alemanas que tuvo lugar en la II Guerra Mundial. El traductor al castellano -a un maravilloso castellano, todo hay que decirlo- fue Guillermo Ortega y Ávila (1875-1922), militar formado en la Academia de Toledo y en la Academia Militar de Ingenieros de Guadalajara, de la que saldría como teniente de Ingenieros en 1896. Tras su estancia en Cuba, terminaría en 1906 en comisión de servicios en el Centro Electrotécnico como profesor de los mecánicos automovilistas del ejército y aquí es en donde se cruzará con los libros de Baudry de Saunier, traduciendo en 1908  El arte de conducir un automóvil para la Librería de los Sucesores de Hernando sita en la Calle del Arenal, número 11 de Madrid. La nota final dice: 

Don Guillermo Ortega, ingeniero, redactor-jefe de España Automóvil, tendrá el mayor gusto en dar a los lectores de esta obra, a título gracioso y toda sinceridad, cuantos informes o consejos deseen pedirle, para lo cual bastará le escriban a a la calle de Luis Fernanda, núm. 15, Madrid.

El libro contiene todas las cuestiones técnicas básicas para la conducción a la altura de 1906, incluyendo el Código de carreteras que ocupaba tan solo cuatro páginas. Me lo he pasado estupendamente comprobando que todo lo incluido en los reglamentos actuales está en esas cuatro páginas, pero aquí se entiende a la primera. En el texto se aborda la cuestión -en debate entonces- de dónde debía situarse el conductor, si a la derecha o a la izquierda, inclinándose por la solución que predomina hoy en el mundo, excepto en los países que siguen al Reino Unido.

Más allá de las cuestiones técnicas, he disfrutado con la actitud que se ofrece ante el coche en particular y la forma de conducir en general. Evidentemente, no se aborda la cuestión de la contaminación provocada por los combustibles fósiles, entonces prácticamente desconocida. Baudry, que era partidario de que la modernidad mejoraría el mundo, ve en al automóvil una herramienta maravillosa para conseguirlo y asegura que se extenderá cada vez a más personas (lo escribe solo dos años antes del invento de Ford):

La supresión práctica de las distancias medias, de las distancias proporcionales a nuestra actividad; tal es el grandioso problema que el automovilismo ha resuelto hoy en día para algunos afortunados y resolverá quizá muy pronto para la generalidad de los hombres.

Aparte de la libertad de movimiento, Baudry considera el automóvil una forma de civilización puesto que da a los individuos, sin restarles iniciativa propia sino ampliándola, algo esencial en lo que él pensaba que debía fundamentarse la modernidad:

el medio de tratarse más frecuentemente, de conocerse mejor, de odiarse menos, de borrar tal vez, a fuerza de atravesar las fronteras, las expresiones "extranjero" y "enemigo" que cierran el camino al internacionalismo sano

El autor no supo ver entonces ese otro envés de la modernidad, el que trajo la especulación, la depredación de las riquezas naturales con el neocolonialismo, el atropello de los nacionalismos, la resistencia fiera de las ideas supremacistas (nación, raza, religión, clase social). O no quiso verlo para intentar propagar las bondades con la esperanza de que vencieran a las amenazas.

Añadirá también otras razones para su entusiasmo, puesto que el automóvil mejora la instrucción general y las condiciones de la existencia y favorece la velocidad exigida en los nuevos tiempos (aunque, advierte: este placer tiene muchas ramificaciones con la locura; la celeridad es una especie de sed que abrasa tanto más cuanto más quiere apagarse, y el entusiasta de los 70 por hora desea con mayor fervor alcanzar los 80 que el partidario de los 30 rebasar los 40; sin reflexionar que de esa demencia se muere irremisiblemente). Para ello, se insistirá en todo el libro en la buena educación del conductor frente a un mundo hostil cuando el automóvil debe ingresar en una aglomeración urbana:

una aglomeración de individuos que son en su inmensa mayoría sumamente mal educados; mal educados en el sentido de que son rudos, egoístas, intolerantes, que tienen todos los defectos de la bestia humana cuando la educación no la ha afinado un poco; mal educados en el sentido también de que no tienen la menor noción de las reglas más elementales de la circulación.

Frente a ellos, quien conduce debe mantener siempre la sangre fría, los principios fundamentales de la urbanidad, la ayuda al prójimo y el respeto, aportando todo su buen humor

porque nuestro mal carácter no podrá corregir los defectos de la humanidad, porque no hará más que agravar los entuertos de que esta humanidad es culpable, y sobre todo porque debe ser muy penoso el cruzar esta vida refunfuñando.

Debería incluirse en el Código de circulación y que se restara puntos a los conductores mal educados y agresivos. Buenos tiempos aquellos en los que para explicar cualquier cuestión técnica se hablaba de todas estas cosas con una prosa tan elegante. Y así he pasado buena parte de un domingo. Me gustan estas horas dedicadas a la curiosidad. Y lo dice alguien que no es que no tenga automóvil propio, es que ni siquiera tiene carnet de conducir, pero sí procura no refunfuñar mucho o, por lo menos, no todo el rato.

7 comentarios:

Emilio Manuel dijo...

Rara avis.

Sor Austringiliana dijo...

Si se limitarán a refunfuñar los que echan por su boca sapos y culebras...
Refunfuñar suena suave, como de enanito gruñón.

La seña Carmen dijo...

Yo pido ya el manual del buen peatón, mejor ciclista y ya ni digamos nada del patinetero.

El automóvil nos ha resuelto muchos problemas en esas distancias medias, y aun en las alejadas, es verdad, pero también ha creado muchas otras, que ahora cuesta mucho desmontar.

São dijo...

Muitissimo interessante!

Por vezes, descobrem-se umas raridades que valem a pena, como é o caso.

Beso, querido amigo, feliz semana

Ele Bergón dijo...

Me gusta la palabra refunfuñar, por su continente y su contenido, porque está a medio camino entre la regañina y la bronca.

Es muy interesante lo que cuentas sobre este libro que habla de cómo se ha de conducir un automóvil, allá por el 1906, donde desde entonces hasta ahora, han avanzado los tiempos que es una barbaridad y no sabía que también le interesase la radio y la educación sexual. No recuerdo que nadie me hablase de él, pero nunca es tarde para aprender.


Besos

Paco Cuesta dijo...

Al menos en apariencia todo era más fácil cuando "aquellos chalados conducían sus viejos cacharros".
Un abrazo

Myriam dijo...

¡Ah, qué interesante!

Besos