Ayer estuve, estuvimos, en Palazuelo de Vedija para celebrar la aparición del tercer número de la segunda época de Malos Passos, publicación que conserva la estética e intención de los fanzines de hace unas décadas, cuando todos éramos no solo más jóvenes sino también más desesperadamente libres, irresponsables y creativos. En ella hay de todo: reseñas de libros y películas, relatos, poemas, ilustraciones, fotografías, etc. (Te sugiero ampliar la segunda imagen para ver el listado de colaboradores).
Como Diego Irimia afirma en la "Intro", vivimos un tiempo en el que con mayor intensidad que nunca debemos resistir y construir nuestra guarida a la espera del final implacable porque "ahora falta poco para que pase cualquier cosa", recordando el cartel de un relato de Richard Ford. La dirección de la revista ha tenido el gesto de dedicar la doble página central de este número a un poema de Luis Ángel Lobato, otro de Abel García Pantín y dos míos, con ilustraciones de Pep Vanaclocha, autor también de las excelentes pinturas de la portada y contraportada. Y todo ha quedado estupendo gracias a una eficaz maquetación que es y no es la de aquellos fanzines, que conserva el gusto de la inexperiencia pero aportando la mucha experiencia. Quizá no quede otra, ante tanta censura, autocensura, temores, crispación y convulsión, que volver al espíritu de aquellas publicaciones que tan pocos ejemplares tiraban, pero se conservan imborrables en la memoria y en el impulso por su carácter libre y necesario. Ojalá se inunden los bares de ellas.
La comida fue estupenda, como propia del Dulcinea, el bar restaurante en el que sabes que tendrás acogida, buenos platos y mejores caldos. Qué cocina la de allí, que no envidia a ningún restaurante de primera fila sin dejar de ser un restaurante de cocina casera. Dejo aquí constancia que hace tiempo que no saboreaba unas manitas tan bien guisadas y que el hojaldre de rabo de San Epifanio es de lo mejor que he comido en años. En la fachada, colgaban, en un tendal, ejemplares de Malos Passos sujetos con pinzas de ropa y una familia de gatos estaba absorta en su lectura.
Echamos el día en Palazuelo de Vedija, pueblo con mucha historia y recursos naturales que, como todos los de esta zona de Tierra de Campos, ha sufrido varios procesos de emigración que han reducido notablemente el número de habitantes censados y más aún el de los que residen de forma habitual, proceso en el que han tenido responsabilidad las ansias de una vida mejor empujadas por la miseria de un tiempo no tan lejano, que muchos añoran ahora inexplicablemente, y el poco impulso y visión de las autoridades regionales y nacionales, pero que lucha por no perder ni sus señas de identidad ni su futuro. En Palazuelo, a diferencia de lo que ocurre en otros lugares de la zona, no se ha tirado la toalla.
Por aquí pasaba el tren burra, un ferrocarril de vía estrecha que recorría la planicie cerealística desde Valladolid, que comenzara a funcionar en 1884, pero que no pasó por Palazuelo hasta 1915. Cuando se dispuso que la mejor manera de comunicar todas estas localidades era la carretera y se apoyó el crecimiento industrial y los puestos de trabajo que generaba la fabricación de automóviles, esta línea ferroviaria entró en franca decadencia y abandono de inversiones que la mejoraran, lo que provocó que se cerrara definitivamente en 1969. Aquella modernidad de lo inmediato, que no supo mirar hacia el futuro, llevó (no solo aquí, sino también por toda España) a levantar las vías y malvender la infraestructura y edificios. Hoy ya es imposible recuperarlas como paso de tranvías rápidos que dieran servicio a los pueblos, cada vez más abandonados. Las decisiones políticas que se han tomado en estas tierras desde hace ochenta años han favorecido siempre que la gente se vaya, no que llegue.
Al ir hacia Palazuelo tomé esta fotografía desde la ventanilla. Al revisarla ahora para su publicación, me ha parecido la ilustración digital más popular del escritorio de Windows y me quedo un tanto perplejo ante la realidad de nuestro mundo, en el que parece tener más peso un campo generado por un código binario que esta Tierra de Campos, que ondula verde tras las últimas lluvias, hacia un horizonte de nubes azuladas. Espera, a su tiempo, la primavera.
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9 comentarios:
Nos explicas el viaje y la experiencia cultural con una viveza, que da la sensación de que hemos estado contigo allí.
Comer en El Dulcinea, viajar a un bonito pueblo en el tren burra y sacar fotos ideales, a eso se le llama pasar un gran día.
Larga vida a estas revistas que nos hacen sentirnos más terrenales y no tan binarios.
Me has hecho pensar si eso que ahora tanto llaman la España vacía no fue sino vaciada desde dentro. Entre Madrid y los caciques fue el reparto.
Fueron buenos pasos.
Pelo que dizes, deve ser uma interessante leitura, sem dúvida.
Amigo mio, beso e boa semana
La emigración generalizada de esa infinidad de pueblos de la España del interior a dado lugar a la aparición de estos términos que, lamentablemente, están tan en boga: LA ESPAÑA VACIADA.
Un abrazo
Asocio las palabras "España vaciada" con lo que expresas en tu interesante entrada. No sé si tiene fundamento o no...
Un abrazo
Me gusta como narras los paisajes. Sí señor es una foto digna de tener como fondo de panatalla en un PC de más 21 pulgadas.
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