jueves, 14 de octubre de 2021

La soledad buscada en La hora del sosiego de Yolanda Izard

 


(Primera entrada sobre esta lectura, pulsando aquí.)

Berta, la protagonista de La hora del sosiego, es una editora de éxito que decide dejarlo todo, comprarse una isla desierta en mitad del Pacífico y buscarse a sí misma en soledad. Apenas lleva unas pocas cajas y poco a poco renuncia a su vida anterior. Inicialmente su soledad debía durar unos meses, pero algunas circunstancias la convierten en definitiva. Esa soledad comienza como una huida (para alcanzar la serenidad que pretendía al huir de la civilización), para terminar en la esencia misma de su vida hasta el punto de temer que algún día puedan rescatarla. Para soportarla, se impone una serie de rutinas iniciales (limpiar la casa, plantar y cuidar el huerto, conseguir frutas, explorar la isla), que poco a poco pierden importancia. Los días se pueblan de recuerdos de la vida anterior que indagan en su propia razón de existir, ensoñaciones y temores. El proceso hacia la soledad no es fácil porque desencadena el dolor. Hay sufrimiento físico, provocado por las inclemencias meteorológicas y el paso del tiempo; también hay un sufrimiento más íntimo y terrible, que procede de los temores a ruidos extraños, animales y la naturaleza, pero esencialmente del necesario enfrentamiento con los recuerdos, asociados con las muchas pérdidas que acumula en su biografía.

Para atemperar la soledad sueña la vida de tres cuerpos que encuentra en la isla y adopta a una perra a la que pone el nombre de María. Su relación con el animal mantiene la ternura y complicidad que todos los seres humanos necesitamos para sentirnos vivos.

Para Berta, transitar la soledad de esta manera es la única forma que encuentra para borrar su vida lentamente hasta llegar a la razón de su existencia, la vía necesaria para encontrarse, un camino llejo de abandonos y renuncias, de eliminar poco a poco las capas acumuladas. Una apuesta arriesgada y cargada de sufrimiento, que ella decide acometer. La novela es el relato de esa búsqueda, que a tantos espanta. Como los antiguos eremitas, solo lejos del ruido del mundo se puede hallar la respuesta adecuada.


Noticias de nuestras lecturas

Luz del Olmo lee la novela de Yolanda Izard subrayando su clave  de intensidad lírica y, especialmente, esa pregunta final que está en el relato: ¿seremos capaces de indagar en nuestra esencia a pesar de todo lo que puede hacernos sufrir?

A los participantes en el formato presencial del Club de lectura, sostenido por ALUMNI UBU, les recuerdo que se les ha enviado un correo electrónico con toda la información. De no haberlo recibido, deben ponerse en contacto con los responsables. Recuerdo que la primera sesión presencial del curso la celebraremos el martes 26 de octubre a la hora habitual.


Recojo en estas noticias las entradas que hayan publicado los blogs amigos (si me he olvidado de alguien, agradezco que se me avise). Entrada del Club de lectura cada jueves (salvo casos excepcionales), en este blog.

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4 comentarios:

Sor Austringiliana dijo...

Transitar la soledad de una manera tan dolorosa solo puede llevar a la locura y a la muerte. Los antiguos eremitas tenían a su Dios y sus creencias. A Berta la protagonista, al final no le queda nada, ni siquiera la ternura de la perrita María; solo su yo desnudo, esperar y "para descansar morir". Demasiado duro, si no lo salvara el goce de las palabras y las imágenes, la poesía nos mantiene con el libro abierto. Una novela realista con la historia de Berta sería insoportable. Transitar realmente una soledad como la de Berta sería tamaña locura. La locura de Berta nos asoma a nuestros abismos.

Ele Bergón dijo...

Querido Pedro, ya leí el libro y puse el comentario en mi última entrada del blog.
Besos

pancho dijo...

Berta busca la memoria original de la belleza en la isla abarrotada de seres vivos (a veces paraíso, a veces territorio hostil), algo que la zarandee y la saque del hastío de una vida dedicada a la literatura manoseada y repetida. Se encuentra con la sorpresa de las raíces del subsuelo que mantienen y nutren la naturaleza desbordada que a ella aloja y ofrece sus frutos a fuerza de uñas negras y agotamiento físico al caer la tarde. Soledad compartida con espíritus y perrita fiel hasta mas allá de la muerte, interlocutores que escuchan y responden con gestos y ladridos.
Sólo decir que la autora se apellida Izard, como los hierros de Béjar, no Díaz que nos castiga con la lectura del Manifiesto Comunista. En qué andaría pensando...

Rita Turza dijo...

Muy interesante y necesaria esa soledad que relata Yolanda. Voy tarde, a ver si consigo alcanzaros.

Un abrazo.