Busco siempre los almendros. Estos árboles pasan desapercibidos la mayor parte del año, hasta que florecen cuando aún es invierno. Cuando florecen, qué espectáculo. El árbol viste de blanco y el suelo se tiñe de pureza. Los tengo asociados a mi infancia. Junto a las casas de los trabajadores de Villa Paulita, la finca del propietario de la empresa en la que vivíamos, había una fila de almendros veteranos. Mi memoria me falla y ya no sabe recordar si eran cuatro o seis, más dos secos, en los que mi padre improvisó un tendedero para que mi madre pusiera la ropa a secar al sol. Los recuerdo grandes, con el tronco ancho, pero fácil de escalar para que los chavales buscáramos los almendrucos, que comíamos casi siempre verdes, a costa de desollarnos las rodillas con la corteza rugosa.
Uno de los almendros secos tenía una vieja herida ennegrecida en la que un año hicieron nido los gorriones. Me gustaba asomar para ver a los gurriatos, feos y lamidos, hasta que un día, mucho antes de que pudieran volar, ya no los encontré. Quizá un gato encontró el nido o algún otro chaval se los llevó para que su madre los preparara fritos. Todos mis amigos tenían carabinas de aire comprimido para cazarlos con perdigón o tirar a las latas oxidadas.
Bajo uno de esos almendros me besaron por primera vez. Era yo apenas un niño asombrado y ella un poco mayor que yo. Recuerdo que los almendros estaban florecidos y había hormigas voladoras, pero este tipo de hormigas solo salen en septiembre en Valladolid, cuando comienza la temporada de lluvias. No importa, en realidad, que febrero y septiembre se unan en mi recuerdo, qué hermoso estaban todos los almendros en flor, el suelo nevado y las hormigas voladoras dando vueltas en torno a aquel beso.
Este almendro de la fotografía no es lo mismo.
12 comentarios:
Cierto, los días pasados me he encontrado en la terraza con hormigas voladoras. Atontadas, pegadas a cristales, por el suelo. Estaban muriéndose, después de copular, debe ser el precio.
Para su mal le nacieron las alas a las hormigas, no lo sabían y celebraban la vida nueva, bajo el almendro en flor. Como vuestro beso, como los gorriones con la bocaza abierta, un día de febrero o de septiembre, qué más da, la ropa en el tendedero al sol.
No disfrutaste el beso si mientras lo hacías pensabas en las hormigas, seguro que los que vinieron después los disfrutarías más.
Un precioso relato con esos bonitos recuerdos de tu infancia, Pedro. Un abrazo.
Hermosos recuerdos. De la imagen que acompaña, lástima lo que le han dejado tirado alrededor
Por alguna razón, los recuerdos siempre lucen diferentes en las fotos.
Saludos,
J.
Los buenos recuerdos iluminan las sombras y alimentan el espíritu, suponiendo que lo haya...
Los almendros son todo un universo: alfombras blancas, nidos, besos, almendrucos, hormigas voladoras, alegría infantil, gorriones, gatos, perdigones, sombras, flores, amores adolescentes, ropa tendida al sol, gurriatos... y sobre todo recuerdos.
Saludos
F. Cornadó
Os primeiros beijos sempre ficam na memória, tal como as circunstâncias em que foram vividos.
Te abraço, amigo mio
Preciosos recuerdos unidos por un almendro o varios, mejor dicho.
Lo que no entiendo en la foto si a ese le están montando un baño, porque veo lavamanos y un videt o algo por el estilo 🤔🙃😉
😘😘😘😘
Pienso que nuestra memoria siempre opera como referencia de lo que somos y en ella hallamos preferencias que nos llaman en el siempre...
Pienso que los almendros es un árbol generoso para la vista y para el estómago...
Nuestra memoria recuerda lo que quiere y lo deforma más de una vez a su antojo, pero creo que en esto de las flores blancas y rosas de los almendros anunciando la primavera, debe de ser bastante fiel, al menos en mi caso, porque cuando cada año vuelve a aparecer, me producen la misma alegría de mi niñez.
Este año, al menos en mi pueblo, la cosecha de almendrucos y nueces, ha sido nula. Debió ser La Filomena.
¡Qué suerte tuviste al recibir el primer beso bajo esos almendros en flor! ¡No me extraña que no lo olvides!
Besos
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