De pronto, la ciudad fue desapareciendo bajo la bruma. Primero, los altos del páramo, luego los primeros edificios, levantados en los lejanos solares en donde se había aventurado el urbanismo expansivo de la última época de opulencia. Como el sol del amanecer parecía cálido y acogedor, lo miraba todo como si fuera un espectáculo amable. No se preocupó tampoco cuando comenzaron a no estar los barrios más cercanos, aquellos que conocía bien porque era en donde compraba el periódico o el pan o tomaba el primer café del día. La intranquilidad aumentó algo cuando lo que ya no veía era su calle o trepaba el vaciado por las paredes de su casa, hasta su ventana, que desaparecían su pies, sus piernas, su torso. ¿Compensaba la hermosura última de la extinción la vida anterior? Cuando ya no veía sus manos, quiso improvisar una frase sublime de despedida. El aire húmedo de la mañana lo hizo por él y dejó en la atmósfera un leve olor a primavera.
7 comentarios:
Que la bruma no tenga prisa en borrarnos.
El aire húmedo de la mañana puede expresar cualquier pensamiento. Solo hay que prestarle atención, imaginación e intuición
-Que tierna despedida ,con ese recuerdo lleno sosiego : por lo que ya va desdibujándose...
Un abrazo
Belissimo texto, amigo mio...
Beso y buen finde
¡ Brutal! Me encanta.
Un beso lector.
Es lo que tienen el tiempo que sin quererlo y queriéndolo nosotros, poco a poco TODO se va transformando.
Hace unos días al volver a lugares que hacia tiempo no iba- sin pasarme eso de la perimetración actual- me di cuenta de cómo habían aparecido casas en lugares donde antes lucían las margaritas y amapolas en el verde de las cebadas.
Besos
El único punto desde el que se veía el Moncayo ha desaparecido hace unos pocos meses, fruto, como siempre, de un edificio más alto de lo aconsejable para nuestro tamaño humano. En fin.
Un abrazo
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