No vuelvo a colocar ni una más hasta Nochebuena

 

Estos días tenemos la ocasión de enfrentarnos con nuestros sentimientos sobre la Navidad. En general, es la primera vez que tenemos que decidir qué hacer de verdad, sin dejarnos arrastrar por el consumismo o la emoción más directa o las obligaciones familiares. Es un efecto de la pandemia. Curiosamente, algunos van a encontrar el verdadero significado de su relación con estas fiestas. Aquellos que durante años no veían razón alguna para celebrar nada ni para reunirse, quizá no opinen lo mismo cuando tengan lo que pedían. De todo hay, así que habrá quien disfrute viendo cómo otros no pueden hacer lo que es habitual. 

Son días como otros, decía yo en una etapa huraña, pero recordaba la bandeja de dulces navideños que mi madre colocaba en la mesa del salón desde el fin de semana anterior y que menguaba a lo largo del día sin que nadie se hiciera responsable. Recuerdo que me volvían loco las cocadas, con las que mi madre había construido una pirámide. Yo hacía por pasar junto a la mesa y hurtaba una, dos. Recolocaba como podía la montaña, hasta que llegaba un momento en el que era imposible disimular la falta. No vuelvo a colocar ni una más hasta Nochebuena, oía decir a mi madre. Eran tiempos en los que los dulces de Navidad se consumían solo en Navidad y el roscón de Reyes era para el día de Reyes. Tiempos en los que las cosas tenían su significado y uno aprendía a apreciar las cosas en sus días. Como aquellos melones últimos del verano, conservados en paja para que llegaran hasta fin de año.

Deseo unos felices días a quienes se pasan por este espacio, días sosegados. Nos hace falta un poco de recogimiento del de verdad, no del que se deriva del confinamiento decretado por la epidemia.