Todos los objetos que han perdido el uso para el que se crearon me producen un cierto desasosiego. Como esta argolla, que debió servir en su día para atar las caballerías a la puerta de la casa. Se iba de casa en casa a caballo o en mulo o con un pequeño y fuerte burrito para llevar la carga, se daban los buenos días, se ataba al animal y se entraba en la casa de visita o para cualquier gestión que allí nos llevara. Hubo un momento en el que dejaron de usarse porque los tiempos eran otros, pero nadie se molestó en quitarlos del lugar en el que se habían instalado. Carentes de su función original, estos objetos quedan en desuso permanente. Quizá esta argolla fuera utilizada durante un tiempo para atar al perro, para que defendiera la puerta. A veces los objetos pierden toda funcionalidad y quedan expuestos en su lugar al paso del tiempo. Se encuentran en todas las casas, en todos los caminos. Objetos complicados o sencillos que miramos queriendo comprender qué son o para qué fueron usados. A veces preguntamos o discutimos sobre ellos, mirándolos, sopesándolos. A veces, el tiempo los convierten en mera belleza por su forma, por la pátina, por el óxido. Sucede lo mismo con las personas.
8 comentarios:
Quien tuvo retuvo y guardó para la vejez. Al final, ni pátina ni óxido.
Hoy el caballo, o mejor dicho los cientos de caballos los llevamos en el motor de un coche que contamina; la argolla es el parking vigilado o no, y los perros, algunos, atados y otros no, se encuentran en el Parlamento.
As tuas palavras fazem-me muito sentido. Quando passo por casas abandonadas , esboroando-se no passar do tempo e sob chuva, sol e vento penso sempre nas pessoas que as construiram, na ilusão e nos sonhos que tiveram, no esforço económico e físico para erguer as paredes.... e, afinal, para acabarem em destroços.
Te abraço, querido amigo.
También a mí me producen los objetos que han perdido su uso o bien desasosiego o bien pena o bien enigma. Pues nunca sabes si se han ido del todo, o son metáforas o recuerdos ahora o bien pueden recuperarse con una intención diferente y no sé si mejor. Espero que a nadie se le ocurra decir de nuevo ¡vivan las argollas! como se llegó a decir ¡vivan las caenas! Sería terrible y de una automonstruosidad sin nombre.
Sí es cierto. Todavía veo gateras.
Esas argollas me producen nostalgia por el uso que tuvieron en su día, que está claro es distinto del que hoy pueden tener, pero para mí siguen teniendo una tremenda utilidad. Y son estéticas.
Así era y así es... algunos vestigios dan para un rato de memoria y conversación sobre historia y formas de vida...
En la pared de mi casa del pueblo, existe una argolla pero de piedra y me gusta acariciarla. Allí mis antepasados y en especial, recuerdo a mi padre, atando a los borricos: El Brillante y el Colín, a la entrada o salida de la cuadra.
También me gusta mirar a la entrada de las bodegas una pequeña casita, donde se colocaba el jarro de vino, mientras se cerraba la puerta de dicha bodega.
Son muy interesantes todos estos objetos porque van contando historias de otros tiempos.
Besos
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