Seguimos en fase 0. Ayer salió el arco iris cuando dejó de llover, estaba aquí mismo, frente a la ventana, apoyado en la subida al Castañar. Recién llovido el mundo.
He visto un documental sobre Japón. En contra de lo que piensan muchos, Japón tiene una amplia parte de su territorio a salvo de la urbanización desaforada. Lo supe hace años gracias a mis alumnos japoneses de la Universidad, que me ayudaron a ver su país de otra manera, más allá de las convenciones y prejuicios. Ellos me hablaron siempre de la naturaleza de su país con admiración y no tanto de sus logros técnicos. Un país de fuertes contrastes entre la tecnología más avanzada y el respeto a lo artesanal y las tradiciones. El documental arrancaba con una palabra, hanami. No conozco otra lengua en la que exista una palabra como esta para definir la acción de contemplar la belleza de las flores. Poseer una palabra así define una cultura. En el tiempo en el que florecen los árboles frutales, especialmente el cerezo, las familias salen a admirar su belleza y pasan la jornada bajo sus ramas. Las leyendas cuentan que los samuráis las tomaron como emblema porque aspiraban a morir en ese momento de perfección en la que la flor del cerezo alcanza su apogeo y que las gotas de su sangre tiñeron de rosa las flores blancas hasta adquirir el color que tienen ahora. La costumbre se ha extendido por otros países, promocionada por el interés económico que esconde el turismo de fin de semana, pero en ningún otro lugar se ha creado una palabra como hanami. La contemplación de la belleza, su fragilidad en el mismo momento que alcanza la perfección, siendo consciente de que dura apenas unos días, el momento fugaz de la hermosura. Los frutales suelen ser árboles humildes, pero la sucesión en flor de almendros, cerezos, ciruelos, manzanos, nos recuerda el don maravilloso que es la vida si uno presta atención a las cosas más sencillas y cotidianas. Dura tan poco esa maravilla que no nos deberíamos culpar por admirarla y no se contradice con otras reflexiones sobre la dureza de la vida.
Hay poetas que parecen llevar dentro un rencor permanente contra la belleza. Quizá sean de los que piensan que es incompatible su contemplación con la denuncia de las injusticias sociales o el canto a la grisura de las ciudades contaminadas. En realidad no saben con qué cuidado las familias más humildes de las afueras de la ciudad en las que yo vivía, protegían los geranios de las heladas del invierno. Quizá nunca hayan pisado un barrio pobre como aquel en el que me crié, con las calles sin asfaltar, y cuando pasan por ellos fugazmente no prestan atención a cómo en los alcorques y en los patios se siembran dondiegos de varios colores; quizá no sepan de la sorpresa admirable de la flor del cardo o la primera amapola en los solares y descampados de mi infancia, quizá no han comido nunca los pámpanos de la acacia que crecen siempre junto a las humildes casas molineras.
Frente a la casa en donde fui niño, praderas de cebada salvaje sobre la que me tendía para ver pasar las nubes del verano y aquellos cuatro almendros florecidos en donde recibí mi primer beso.
Hay poetas que parecen llevar dentro un rencor permanente contra la belleza. Quizá sean de los que piensan que es incompatible su contemplación con la denuncia de las injusticias sociales o el canto a la grisura de las ciudades contaminadas. En realidad no saben con qué cuidado las familias más humildes de las afueras de la ciudad en las que yo vivía, protegían los geranios de las heladas del invierno. Quizá nunca hayan pisado un barrio pobre como aquel en el que me crié, con las calles sin asfaltar, y cuando pasan por ellos fugazmente no prestan atención a cómo en los alcorques y en los patios se siembran dondiegos de varios colores; quizá no sepan de la sorpresa admirable de la flor del cardo o la primera amapola en los solares y descampados de mi infancia, quizá no han comido nunca los pámpanos de la acacia que crecen siempre junto a las humildes casas molineras.
Frente a la casa en donde fui niño, praderas de cebada salvaje sobre la que me tendía para ver pasar las nubes del verano y aquellos cuatro almendros florecidos en donde recibí mi primer beso.
12 comentarios:
Es un privilegio haber vivido eso que tu viviste y tener la sensibilidad de apreciarlo, hay gente que ni siquiera es capaz de sentirlo.
Hay muchos que se dicen poetas que deberían volver a pensarlo, y más de una vez en ciertos casos...
Saludos,
J.
Quizá te refieras a esos poetas o que han conseguido tal título en mútiples bolos y con muchos likes en redes sociales, de amigos con los que mantinen una relación de reciprocidad.
Digo, los titulados poetas o poetas titulados que no hacen sino repetir palabras y actitudes enojadas de otros con más resonancia social y más reconocimiento.
En cualquier caso, la queja, el ser quejica y el parecer que se protesta y se es "social", es moda muy literaria.
Si te refieres a esa caterva de malos imitadores,falsarios, hipócritas y arribistas, no me extraña lo que dices: en efecto, su sensibilidad es nula y su cultura un barniz muy fino y reciente.
Qué maravilla de artículo! Muchas gracias por enseñarme la palabra "hanami". Soy de esos que se paran a dialogar con un árbol. Y siempre me llevo una respuesta en el corazón
Me alegra saber de la sensibilidad de los japoneses hacia la belleza de las flores y romper con el tópico, en línea con la canción de Mecano:"entre miles de tornillos viven en Japón".
Sí un poeta odia la belleza, para mí no es tal.
Voy a quitar las hojitas secas a los geranios que alegran mi ventana y mi contraventana. Belleza, cómo no.
Un texto precioso y muy interesante. Que sepamos apreciar esa belleza sobre todo la que nos brinda la naturaleza. Un abrazo.
Ese arco iris parece más sólido que la ciudad que está detrás, que a su lado es nada más que una maqueta, un escenario. Fotografiar arco iris, como fotografiar flores, o comtemplarlas, puede parecer banal, tal vez por resultar una belleza demasiado fácil, demasiado al alcance de cualquiera, poco exclusiva. Y sin embargo, no podemos sustraernos a su embrujo. No solo la belleza es compatible con lo humilde, sino que además la belleza nos enseña humildad.
Gracias por hacernos reflexionar una vez más, Pedro.
Querido Pedro, la Naturaleza en Japón debe ser algo muy cuidado y preferido por los japoneses. El año pasado estuvieron Julio y Esther y las fotos que nos mandaban y han traído, eran extraordinarias y no solo por los paisajes, sino también por el cariño cómo mimaban a los animales y su entorno
Creo que siempre me he hermanado contigo, en eso de tener una infancia muy similar en contacto con lo la naturaleza.Es verdad que tú estabas a las afueras de la ciudad y yo en un pueblo pequeño, pero noto que a los dos nos gustan los mismo paisajes, al menos eso percibo en tus poemas y tus textos líricos como este que nos dejas aquí.
Besos
Preciosa palabra Hanami y su significado, deberíamos contemplar más la belleza y disfrutar de ella, al final las cosas pequeñas son las que realmente dan significado a todo.
Tus retratos de interior son cada día más hermosos.
Un abrazo enorme desde el norte.
Comparto la admiración por Japón y el conjunto de su cultura y hábitat. Tengo pendiente visitar este país...
Almendros, prunos, cerezos... en flor. ¿Hay algo más bello?
Hanami, qué hermosa palabra, me la llevo.
Gracias por tus reflexiones, son un regalo.
Besos.
;)
La floración arbórea siempre es espectacular... y cada idioma tiene sus palabras para deescribirla esa contemplación que dices... ¿hanami suena bien? Supongo que cada cual piensa en su propio idioma, la palabra belleza ya tiene un significado propio en nuestro idioma... "explosión de la naturaleza", también me gusta...
Abrazo
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