jueves, 7 de mayo de 2020

Federico en un bosque de Stalingrado


Hoy no tenía ganas de escribir. No sé, así de pronto, una desgana de enfrentar la palabra. Quizá dejarme ir y dar las razones a todos los catastrofistas y sacar de la caja todos los males, pero me contuve. Escribo sin guion, a lo que salga.

Comienza el juego político interesado con las cifras, para encajarlas en los parámetros establecidos que indican si se puede pasar a la siguiente fase de apertura del confinamiento o no. Algunas comunidades autónomas parecen ocultar sus casos o disfrazar los números, empujados los que las gobiernan por el ansia de reactivar la economía y la fácil cosecha de votos futuros; aquellas que parecen más prudentes corren el riesgo de ser tomadas por estúpidas. Se oyen y leen algunas declaraciones que desvelan falta de humanidad y de sintaxis. Van unidas ambas carencias. Mientras tanto, en donde parece rastrearse con más sinceridad el virus, se perciben ligeros repuntes de los casos de contagios. Hay voces en estos lugares que piden que se disfracen también para que no se impida a los habitantes de esas zonas pasar a una apertura mayor. ¿Qué será de nosotros, dicen, cuando en nuestro entorno todo vuelva a la productividad y vayamos por detrás? Dónde quedan los muertos futuros.

En la última escena del capítulo con el que arranca la nueva temporada de la serie El Ministerio del Tiempo, serie a la que soy aficionado, Federico García Lorca se le aparece a Julián, el protagonista, en un bosque helado de Rusia. Julián se ha alistado en la División Azul para hacerse perdonar el pasado republicano. Fueron muchos los que tomaron ese camino por la misma razón. El choque con la realidad, las conversaciones de barracón en Rusia, el maltrato que el ejército alemán otorgó a los soldados españoles a los que despreciaban a pesar de que habían ido a ayudarles y el uso propagandístico despreciable que Franco diera a la descabellada aventura, provocaron que algunos de los jóvenes que sí se alistaron por sus ideales falangistas iniciaran un camino contrario al esperado, separándose del franquismo. Uno de ellos fue Dionisio Ridruejo, gran escritor que abandonó su falangismo inicial para convertirse gradualmente en un defensor de la restauración de la democracia en España. Otro fue el cineasta Luis García Berlanga, a medias arrastrado por el fervor falangista de sus amigos de juventud y por lavar el pasado de su padre como gobernador civil de la República. En una hábil estrategia de guión, el protagonista salva a Berlanga de ser fusilado y se lo reencuentra años después en Madrid.

Federico, aterido de frío, el fantasma de Federico que no sabe que está muerto porque ha sido asesinado años atrás, vaga por un bosque helado cerca de Stalingrado. Su traje es el de aquel trágico agosto de 1936, poco adecuado para el invierno ruso. Está desorientado y reconoce a Julián. Qué frío hace en esa escena, pero qué cálida y luminosa la presencia de Federico, que no sabe que está muerto y se acerca, juntándose las solapas de su americana. Se acerca buscando una palabra y una sonrisa.

De vez en cuando salen días así, como este de hoy, en el que no dan ganas de escribir.

9 comentarios:

Emilio Manuel dijo...

Salvo que los medios se equivoquen, han declarado los más de 19.000 documentos que hay sobre Federico y sus amigos bien de interés cultural, su objeto es el de evitar que, dada la deuda de la Fundación, más de 10 millones de euros, sean vendidos por la familia; mientras tanto, el Museo que lleva su nombre en Granada está casi vacío, buena parte lo tiene la familia en Madrid.

Sor Austringiliana dijo...

Yo vi a Federico entre los rascacielos de Nueva York, entre cadáveres amontonados, recitando a un Trump de plasma versículos de dolor. Se oía una letanía lúgubre. economía, economía.
Cuando no se tienen ganas de escribir...

mojadopapel dijo...

Pues para no tener ganas de escribir, te ha quedado un texto fantástico, a veces, la motivación se encuentra en el desánimo y solo tienes que dejarlo fluir.

El Deme dijo...

La presencia en la memoria colectiva de Federico es un símbolo de lo que representa la injusticia, la crueldad y el desprecio de la actitud de los políticos ante la cultura.

No dudes nunca de la necesidad de escribir.

Luis Antonio dijo...

No todos los voluntarios españoles que fueron al frente de Stalingrado tenían ideología falangista. Tengo constancia directa de ello. Ignoro la proporción, eso sí.

XuanRata dijo...

Qué hermosa esa hora azul sobre la calle estrecha, calle de interiores que asoman, de luces y perfiles de sombra, de alguien que se para en un escaparate. En ese silencio ameno de la hora de la cena, yo abriría un negociado del ministerio del tiempo.

andandos dijo...

A mí también me gusta la foto. Vimos el capítulo de la serie el otro día, sí. Es entretenida, creo. De Dionisio Ridruejo leí hace muchos años, creo que en la colección Austral "Soria". El primer libro que leí de Soria, la primera vez que íbamos a salir solos, y creo que escuché un podcast sobre escritores falangistas en el programa "Documentos" de RNE, cuando iba cada día a Lérida. Hay muchísimos podcast sobre literatura, en ese programa conocí a muchos escritores de los que no sabía absolutamente nada, no solo españoles. En fin, vamos hacia el desescalamiento. La de palabras que vamos a aprender.

Un abrazo

Ele Bergón dijo...

A veces se puede escribir y otras...no. Eso nos pasa a todos. Pero es pasajero, como te ha pasado a ti y a mí, confieso que también.

El ministerio del tiempo, también la sigo, pero en este capítulo, que estaba deseando verlo, no sé que me pasó, que me hice un poco de lío. Tú me lo has aclarado.

Seguiremos viendo buenas series como esta.

Besos

impersonem dijo...

Digo lo mismo que "mojadopapel"... me ha parecido muy interesante lo que escribiste...