sábado, 18 de abril de 2020

Las nubes pegadas a la sierra de Béjar, el pianoforte de Zorrilla y confinamiento literario


Sigo asombrado por lo diferentes que pueden ser unos días que nos parecen todos iguales. Desde hace ya algunos, hemos adquirido unas rutinas que repetimos en cada jornada. Supongo que la rutina nos salva de pensar que estamos confinados. Aunque nos levantemos un poco más tarde o un poco antes, las cosas que hacemos se repiten salvo cuando salimos a comprar, que es muy de tarde en tarde y siempre nos lleva un largo proceso de preparación y un posterior cuidado de limpieza y colocación de lo adquirido. Algún día nos aperezamos más y podemos convertir en un antiguo domingo un nuevo martes; en ocasiones, las llamadas a la familia interrumpen esa rutina cómoda que nos hemos marcado. Pero basta levantar la vista, mirar por la ventana y comprender que ningún día se repite: la luz, el cielo, las nubes, el avance imparable de la primavera hacia el verano.

Desde el primer día no he parado de trabajar en casa: corregir tareas de alumnos, programar las nuevas, cumplir con la odiosa burocracia administrativa en la que se ha convertido en buena parte la docencia, animar proyectos culturales o participar en otros. Alguno de ellos se cumplirán cuando salgamos del confinamiento y no sé cómo se verán afectados por las medidas de distanciamiento social (así lo llaman) que tendremos hasta que venga la vacuna. Me llega la noticia de que avanza a buen ritmo la restauración del pianoforte que perteneció a Zorrilla y que su viuda cedió para la futura Casa Museo del poeta en Valladolid, instalada en su casa natal. Este proyecto impulsado por Paz Altés desde la Casa ha encontrado en el buen hacer de Víctor Javier Martínez López un adecuado camino. En unos meses lo tendremos de regreso y escucharlo sonar y podremos imaginarnos cómo era una reunión en los últimos años de vida del poeta en su salón. Desde este encierro de ahora me imagino acogido entre las paredes de la Casa de Zorrilla.

Otros varios proyectos son para estos días, entre ellos un par de intervenciones en vídeo para dos actos en los que se homenajea a Miguel Delibes, del que se conmemora el centenario de su nacimiento, y que se emitirán los próximos días, y mi colaboración con la participación de los últimos finalistas del Premio de la Crítica de Castilla y León en el Confinamiento literario, una suma de interesantes textos entre los que se han publicado hasta ahora los de Yolanda Izard, José Luis Alonso de Santos, Alejandro Cuevas, Pablo Andrés Escapa, Mauricio Herrero, Adolfo García Ortega y Emilio Gancedo. En las próximas fechas se publicará el resto de intervenciones, incluida la mía. Pueden consultarse y descargarse gratis en la página del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua.

Todos estos proyectos no serían posibles sin las poderosas armas digitales con las que contamos actualmente. Por estas herramientas digitales circula mucha cosa despreciable y otra que no tiene más importancia que la anécdota personal, pero también lo mejor de la literatura y de la ciencia. Por ellas se comparte hoy los conocimientos que nos salvarán de este virus. Es una notable diferencia con respecto a otras pandemias anteriores.

No creo que tarde en aparecer una literatura distópica, como se llama ahora, que se desarrolle en un mundo sin el contacto humano porque todo se haga a través de esta o una futura red de trasmisión de datos. Yo, en cambio, soy de los que no puedo imaginarme al ser humano sin sentir el viento fresco de una mañana en el rostro y el contacto suave de otra mano. ¿Que todo esto podrá simularse con herramientas tecnológicas presentes o futuras? Que no me lo cuenten, que me dejen pensar que es imposible, que podremos recuperar lo mejor que tenemos. Quizá sea la verdadera libertad futura. No quiero tardar en subir a donde están estas nubes pegadas a la sierra de Béjar.

6 comentarios:

El Deme dijo...

Cada uno utiliza las redes sociales como quiere, esta maravillosa herramienta te permite estar en conexión con el mundo para reflexionar sobre la dignidad del medio rural en Delibes o para compartir el sentimiento de ver una nube desde la ventana. Luego, hay quien usa lo digital para otras cosas.

XuanRata dijo...

Ay, cuánto daría por poder ver esas montañas, esas nieblas, esas nieves, desde la ventana de mi casa...

Ese mundo de realidades virtuales no es ni será el nuestro. Tal vez sí lo sea para mi hijo, que vive esta cuarentena como una anormalidad apenas distinguible de su normalidad habitual: a él le toca sin duda inventar otras formas de felicidad.

Abejita de la Vega dijo...

Un mundo sin contacto humano es una pesadilla inimaginable. Las distopías son inquietantes, que se queden en la literatura, cielos. Simularse, uy.

Bienvenidas las poderosas armas digitales si son vehículo de cultura. Delibes, el piano forte de Zorrilla...qué bien suena todo eso.

Confío en que pronto puedas ir a ese lugar donde las nubes se pegan a la montaña. Y eches a andar.

Un día más, un día menos.


andandos dijo...

Vi el piano de Zorrilla. Parecía un piano de sobremesa, he visto algún otro pero los conozco poco, la verdad. Estaba pensando en qué mal llevaría el confinamiento Don Quijote, tan acostumbrado a salir con cualquier excusa. Y después de que quemaran muchos de sus libros. En fin, nos entretenemos con cualquier cosa, como cuando éramos pequeños.

Un abrazo

mojadopapel dijo...

Y yo... Y yo.

CarmenS dijo...

Nos están ayudando las redes: a contactar, a ver a los ausentes, a informarnos, a disfrutar de fotos, vídeos, textos... Pero sí, hay muy mala baba en algunas redes, mucho bicho y mucho ignorante osado. Y nunca prescindiendo del aire y el olor de la naturaleza