Ávila no defrauda nunca al viajero. Entrar en sus calles más allá de la muralla y pasearlas, contemplarla desde la lejanía, comprobar que sigue ahí, sólida y elevada, en un sabio equilibrio entre lo terrenal y lo espiritual. No defraudan tampoco sus alrededores, tan castigados por la despoblación, pero tan cargados de historia y bellezas casi desconocidas hoy entre las nuevas generaciones que han hecho de lo exótico objeto cotidiano y de lo que es más cercano un elemento exótico. Estas tierras luchan ahora por sus derechos más básicos, garantizar una buena sanidad pública, que no se cierren centros educativos, que funcionen correctamente las conexiones a internet y telefonía en todo el territorio, no perder el ferrocarril como medio de comunicación. Ojalá la lucha tenga éxito. De lo contrario, la densidad del pasado sería solo eco al paso del pasajero ocasional y estas tierras merecen la fortuna del futuro.
Hoy he estado en Ávila como miembro del jurado del Premio de la Crítica de Castilla y León. Esta edición presentaba una complejidad extrema: todas las obras seleccionadas en todos los géneros tienen una gran calidad y no podían ser comparadas entre sí porque cada una traza su camino singular en estilo y temática. El jurado ha optado por otorgar el premio a dos obras ex aequo: Mil amaneceres, monólogo teatral de José Luis Alonso de Santos y Fábrica de prodigios, libro de relatos de Pablo Andrés Escapa. Dos géneros que no suelen ser ganadores en premios como este. El resultado ha juntado a un autor que comienza a cerrar su trayectoria junto a otro que ya tiene una trayectoria sólida, pero que aún no había sido reconocido y que, en gran medida, era un autor oculto para el gran público. Ambos tienen una calidad literaria fuera de toda duda. Los dos títulos tienen algo en común: contienen un estilo personal y de gran factura literaria pero resultan accesibles para cualquier lector. Qué difícil suele ser conjugar ambas cosas.
Entre los títulos finalistas se encontraban Sobre María Zambrano, ensayo de Antonio Colinas; Mi corazón visto desde el espacio, novela de Alejandro Cuevas; La Brigada 22 de Emilio Gancedo; Una tumba en el aire, narración de Adolfo García Ortega; Jardín Gulbekian, poemario de Juan Antonio García Iglesias; Todos los tiempos, libro de poemas de Mauricio Herrero; Lumbre y Ceniza, poemario de Yolanda Izard y Juventud de cristal, novela de Luis Mateo Díez. Todos ellos merecen tener el verdadero reconocimiento de los lectores. Me propongo reseñarlos individualmente durante las próximas semanas.
4 comentarios:
Qué tus palabras no caigan en el desánimo de las gentes y políticos. Visitar Ávila siempre es motivo de gozo, y reseñar buenos libros también.
Enhorabuena a los galardonados.
Ávila siempre es una ciudad a la que se vuelve para recrearnos en la belleza de sus piedras en muralla, iglesias, calles plazas.
Besos
Avila una ciudad amurallada preciosa, que mejor lugar que celebrar alli el Premio. Felicitaciones por ser jurado.
Besos.
Felicito a los premiados. A leer...
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