Cerca del Puente de los Avellanares, el Cuerpo de Hombre se remansa en pequeñas presas formadas por las peñas. Me senté junto al agua fresca, en la umbría. Ayer fue un día de bochorno y se durmió mal en las casas, recalentadas en este julio implacable. La tormenta seca no alivió.
Me gustaría conocer el nombre de todo lo que me rodea. Qué variedad de plantas, insectos, vida. Dicen que todos los días se pierden especies y con ellas sus nombres. En los mapas topográficos actuales desaparecen también nombres que designan lugares, fuentes, laderas, creando espacios en blanco que antes los lugareños designaban y conocían. Poco a poco, el territorio en el que nos movemos se convierte en terra incognita y será difícil caminarlo con la certidumbre de las rutas conocidas, por mucho que todo el trazado pueda seguirse en las aplicaciones informáticas que usan de los satélites. Si no hay nombre que defina las lomas, las cuerdas, las pozas de los ríos, el pequeño valle que se inunda de narcisos todas las primaveras, la extraordinaria flor de los zarzales, ¿cómo contarlo? ¿Cómo saber que todo eso existe? No puedo decir ni una pequeña porción de lo que aquí veo y, como nuevo Adán, me gustaría nombrar las cosas por primera vez. Lo hago, pero, al irme, todas aquellas palabras se diluyen en el agua del río.
5 comentarios:
En el principio era la palabra.
Bien sabes que los nombres los han otorgado los hombres -sobre objetos y fenómenos físicos o sobre conceptos abstractos irreales de mitologías y sistemas ideológicos varios, incluidas las del cristianismo- y conocer los nombres estaría bien pero ¿te imaginas lo que debería ser sentirnos por un instante como una planta, otro animal, una roca o una bacteria? Ese juego divertido y mental siempre me atrapó y a veces tentado está uno de ser algo de otra materia, pero entraña sus riesgos.
Todavía hay algún botánico que conoce el nombre de todas las plantas. Y algún geógrafo que ubica todos los lugares sobre un mapa. Y está también el que conoce el nombre científico de todos los animales de un habitat determinado. Pero ¿dónde está el que conoce la planta, el camino y el pájaro que nos importa de verdad? ¿Quién sabe su nombre para poder llamarlo? Todo ese conocimiento que se pierde en un mundo que ya no parece necesitarlo.
Y porque las nombras existen.
Lo ves y lo nombras, después lo nombras y lo imaginas.
Magnífico texto.
Besos
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