Ha venido Oliva con grosellas. No ha venido, me ha buscado porque yo mismo ya no sé dónde encontrarme, pero ella se ha molestado en esperar a que apareciera. Traía las grosellas en un cuenco purísimo de cristal. Tiene este fruto la belleza de la delicada forma de la sencillez esférica. Oliva me guardaba las grosellas, me las había ofrecido desde que comenzaron a ser algo más que promesa. Qué hermosamente buena es Oliva, con esa sonrisa entregada como las grosellas: dulce y un punto amarga por lo vivido, más intensamente sincera cuando aparece. A Oliva, cuando sonríe, le sonríen también los ojos y es capaz de amansar hasta los fríos del invierno y cuando no se amansan por imposibles sabe esperar a que se vayan a otras regiones y cambie la veleta. Tiene la misma firmeza dentro que este fruto tan rojo cierto: no entres en ella de cualquier manera porque hará todo lo posible para defender la sencilla forma de la esfera. Ha venido Oliva con un cuenco lleno de grosellas, como aquellas de hace tiempo que me descubrieron en su diminuta perfección de una gota de sangre la plenitud de la vida que ha pasado por dentro del fruto, amarga y dulce. Como la vida, resumida en explosión de néctar al morderla, que es lo que me ofrece ahora en este cuenco purísimo de vidrio.
5 comentarios:
Bello y refrescante
Todo es según el color del cristal con que se mira.
Bss
Precioso detalle el de Oliva.
Sí, me acuerdo muy bien de las anteriores.
¿Y esa foto? ¡para comérsela!.
Besos
Un buen retrato de Olivia, de las grosellas y de la vida.
Sí, yo también me acuerdo de las del año pasado
Besos
Qué hermoso escrito sobre Oliva!
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