Con las obras de Elías Moro (Madrid, 1959) tengo el mismo problema que cuando descubro un paisaje que me conmociona, un restaurante en el que se come bien y a buen precio en un ambiente confortable o un hotel con encanto de verdad más allá de la mera publicidad. Tengo la sensación de que aquello lo conoce menos gente de lo que merece y el pensamiento de guardarme para mí ese descubrimiento, no contarlo para que no se contamine o se distorsione, pero finalmente cedo a la tentación de decírselo en voz baja a los amigos: te aconsejo que vayas, pero no se lo digas a nadie, no se nos vaya a echar a perder.
Elías Moro, del que ya hemos hablado en este blog, aún en las obras que muchos podrían considerar menores tiene más literatura y poesía de la que les parecería a primera vista a los que no solo leen por la apariencia y siempre más calidad que la mayor parte de los que hacen ruido y ocupan los espacios culturales en internet y en los medios de comunicación tradicionales. No es solo que sepa llevar el sombrero como ningún otro escritor en España hoy sino que debajo de ese sombro hay un poeta pleno y lo demuestra continuamente en poemas, microrrelatos, pensamientos y aforismos. Parece que publica poco pero uno mira la lista bibliográfica de su obra y se da cuenta de la extensión y coherencia de toda ella. Lo que está claro es que Elías Moro no publica por publicar.
Siempre me ha pasado todo lo dicho con sus libros pero ha sido más intenso con De nómadas y guerreros (Le Tour, 2018) y solo cedo a la tentación de la reseña por cariño a Mario Quintana, su editor, que poco a poco va levantando un catálogo envidiable y que se acaba de meter a librero abriendo La selva dentro en Mérida, que ya es locura en los tiempos que corren.
Siempre me ha pasado todo lo dicho con sus libros pero ha sido más intenso con De nómadas y guerreros (Le Tour, 2018) y solo cedo a la tentación de la reseña por cariño a Mario Quintana, su editor, que poco a poco va levantando un catálogo envidiable y que se acaba de meter a librero abriendo La selva dentro en Mérida, que ya es locura en los tiempos que corren.
El autor ha confesado las fuentes de partida de De nómadas y guerreros que, según parece, llevaba unos años en el cajón sin dar el salto al papel: Estampas de ultramar de Aníbal Núñez y la Antología de poesía primitiva de Ernesto Cardenal. Al primero había dedicado una serie de doce entradas en su blog, lo que permite al lector curioso seguir un rastro literario siempre de interés. Se entenderá mejor si se presta atención a la primera, publicada el 14 de enero de 2012. Ambas fuentes aclaran mucho de la propuesta que hallamos en el poemario.
En este libro, Elías escribe como si el mundo estuviera por descubrir, por trazar los mapas y los estudios antropológicos necesarios para comprender especialmente a aquellos individuos que se enfrentaron con el tipo de riesgos que esperan a quien vive en contacto permanente con la naturaleza. Estas voces y estos seres poetizados son parte de una comunidad pero se nos presentan en su calidad de individuos, personas que resumen la vida de esas comunidades a las que pertenecen pero que están en la primera línea, casi siempre solos, y solos deben afrontar el mundo a partir de las experiencias colectivas que han llegado hasta ellos: hay un masai, un papú, un samurai, un tártaro, un tuareg, un indígena americano, un pirata, etc. Son seres en continuo movimiento, que habitan la débil línea que hubo siempre entre la civilización y la naturaleza, el choque entre culturas y el riesgo físico y moral, que sobrellevan con la dignidad de quien no espera más ayuda que la propia. No siempre son ejemplo de lo que nuestra civilización entiende como moral, por supuesto: su vida es otra y su comportamiento no se ajusta a nuestras reglas:
Aunque ella lo ignora todavía,
navego, firme el timón,
a destruir Maracaibo.
Por eso mismo, cuando el mongol se sienta ante la televisión traiciona todo lo que le ha traído hasta el presente:
Ahora la televisión le confunde
y ha olvidado su memoria.
El estilo de este libro se aproxima a esos cantos primitivos que se decían ante la hoguera, al terminar el día celebrando estar vivos aún, el ritmo es propio de esos cantos.
Solo hay un texto que contradice y suspende lo anterior, precisamente por el carácter de quien lo protagoniza, Roles del cobarde, que no sale bien parado en su actitud ante la vida, en la que ni siquiera arriesga nada:
El que merienda café con bollos mientras firma sentencias de muerte y acaricia después el rostro de su nieta.
Finalmente, el último poema del libro (Museo de cera), que podría entenderse inicialmente como la explicación del volumen entero en el sentido de que el poeta ha entrado en uno de esos museos en los que se reproduce con mejor o peor habilidad efigies costumbristas (nuestra época ha terminado ya con este tipo de comunidades y los muestra como curiosidad museística), nos pone ante un espejo moral en el que quizá seamos nosotros los que hemos sido modelados en cera y no los protagonistas de cada uno de los textos.
En este libro, Elías escribe como si el mundo estuviera por descubrir, por trazar los mapas y los estudios antropológicos necesarios para comprender especialmente a aquellos individuos que se enfrentaron con el tipo de riesgos que esperan a quien vive en contacto permanente con la naturaleza. Estas voces y estos seres poetizados son parte de una comunidad pero se nos presentan en su calidad de individuos, personas que resumen la vida de esas comunidades a las que pertenecen pero que están en la primera línea, casi siempre solos, y solos deben afrontar el mundo a partir de las experiencias colectivas que han llegado hasta ellos: hay un masai, un papú, un samurai, un tártaro, un tuareg, un indígena americano, un pirata, etc. Son seres en continuo movimiento, que habitan la débil línea que hubo siempre entre la civilización y la naturaleza, el choque entre culturas y el riesgo físico y moral, que sobrellevan con la dignidad de quien no espera más ayuda que la propia. No siempre son ejemplo de lo que nuestra civilización entiende como moral, por supuesto: su vida es otra y su comportamiento no se ajusta a nuestras reglas:
Aunque ella lo ignora todavía,
navego, firme el timón,
a destruir Maracaibo.
Por eso mismo, cuando el mongol se sienta ante la televisión traiciona todo lo que le ha traído hasta el presente:
Ahora la televisión le confunde
y ha olvidado su memoria.
El estilo de este libro se aproxima a esos cantos primitivos que se decían ante la hoguera, al terminar el día celebrando estar vivos aún, el ritmo es propio de esos cantos.
Solo hay un texto que contradice y suspende lo anterior, precisamente por el carácter de quien lo protagoniza, Roles del cobarde, que no sale bien parado en su actitud ante la vida, en la que ni siquiera arriesga nada:
El que merienda café con bollos mientras firma sentencias de muerte y acaricia después el rostro de su nieta.
Finalmente, el último poema del libro (Museo de cera), que podría entenderse inicialmente como la explicación del volumen entero en el sentido de que el poeta ha entrado en uno de esos museos en los que se reproduce con mejor o peor habilidad efigies costumbristas (nuestra época ha terminado ya con este tipo de comunidades y los muestra como curiosidad museística), nos pone ante un espejo moral en el que quizá seamos nosotros los que hemos sido modelados en cera y no los protagonistas de cada uno de los textos.
Siempre que vean un libro firmado por Elías Moro, léanlo. Pero, ya saben, no se lo cuenten a nadie, no se nos vaya a echar a perder.
2 comentarios:
Fiquei alerta. quando for aEspanha tentareo comprar um, Mas antes vou ver se o consigo adquirir msmo aqui em Portugal.
Pelo que dizes, me lembrei do já falecido poeta português Herberto Hélder.
Besos, querido amigo, y muchissimas gracias
Muchas gracias, Pedro.
Un abrazo
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